Tiene ’feeling’, tiene ‘flow’, tiene ‘swing’, ‘duende’ y ‘tumbao’. La primera vez que escuchas la voz de Bartolomé Maximiliano Moré Gutiérrez (Santa Isabel de las Lajas, 24 de agosto de 1919) lo normal es caer rendido a sus pies, del mismo modo que ocurre con Otis Redding, Little Richard o Bambino, entre otros grandes. El legendario Benny Moré desplegaba un registro de tenor y una flexibilidad cósmica para pegarse al serpenteo de la canción popular. Para muchos integraste de mi generación, la primera vez fue en 1991, cuando pusimos en el tocadiscos ‘Semilla del son’, doble recopilatorio dirigido por Santiago Auserón para paliar el penoso desconocimiento en nuestro país de los clásicos de la música cubana. Ahí estaba él.
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Era imposible dejar de escuchar “Rumberos de ayer”, una canción agridulce, donde Moré repasa los nombres de grandes músicos de la isla, lamentando especialmente la muerte de Chano Pozo. El ritmo combina alegría y profundidad, siempre con elegancia, tres virtudes marca de la casa. Moré nos cuenta que está tan deprimido que no vuelve a salir de fiesta, mientras el ritmo nos invita a mover cada músculo del cuerpo. Pozo fue un mítico percusionista que llegó a colaborar con gigantes del jazz como Dizzie Gillespie. ¿Por qué conocemos con naturalidad a los mitos musicales estadounidenses y desconocemos a los cubanos?
Cuando triunfa la revolución, Moré decide queda en la isla por miedo a volar. A lo largo de su vida se vio envuelto en tres accidentes aéreos.
Mambo, guaracha, bolero, son montuno, cha-cha-chá…Moré se adaptaba a cualquier ritmo caliente con máxima naturalidad. De hecho, subía la temperatura sin necesidad de histrionismo. Llegó a formar parte del mítico Trío Matamoros, quienes durante una sustitución dieron cuenta de que su voz disparaba la potencia del grupo. “Bartolo siempre fue un gran muchacho. Lo conocí allá por 1944 cuando yo dirigía el Conjunto Matamoros, que formé en el Hotel Nacional en 1942. Me gustó su voz; la manejaba a las mil maravillas y hacía con ella lo que le venía en ganas”, recordaba Miguel Matamoros.
Descendiente de reyes y esclavos
¿De dónde salió el ‘bárbaro del ritmo’? De una familia humilde de Santa Isabel de las Lajas, jurisdicción de Cienfuegos. Eran otros tiempos y a nuestro protagonista le tocó ser el mayor de dieciocho hermanos. Por la rama materna, la familia Moré estuvo muy ligada al Casino de los Congos del barrio La Guinea. El apellido Moré provenía de Ta Ramón Gundo Moré, esclavo del Conde Moré. Cuenta la leyenda, imposible de desmentir o verificar, que Bartolo era descendiente del rey de una tribu del Congo que fue capturado a los nueve años por traficantes de esclavos y vendido al propietario de una plantación cubana, Ramón Paredes. Cuando triunfa la revolución castrista, Moré decide quedarse en la isla, en parte por su miedo a volar. Se sabe que rechazó giras por Europa por este motivo. No era una paranoia aleatoria: a lo largo de su vida se vio envuelto en tres accidentes aéreos.
Benny adora los grandes coches estadounidenses, pero siempre siguió fiel a su carácter popular. No era un bohemio, ni un marginal, como piensan algunos. La manera en que un campesino conecta socialmente es mediante la amistad y la sinceridad. “Vivía en su chocita de una manera muy natural. Quiso reproducir allí su vida de niño cuando sembraba viandas en el patio de su casa. Gustaba de hacer comidas muy típicas: rabo encendido, con mucho picante. Cerdo asado en púa –invento africano-. Algunas veces le traían del campo jutía, que asaba con trocitos de caña”, explica la web Salsa Power.
Aparte del Conjunto Matamoros, formó parte de La Banda Gigante, que contaba con cuarenta músicos y rivalizaba con la orquesta de Xavier Cugat.
El alcohol fue una constante en su vida: “No era amante de la cerveza, sino del ron Peralta. Tomaba mucho café y fumaba. En la casa andaba sin camisa y se acostaba en el suelo, desde donde dictaba algunos arreglos musicales. Esa es una costumbre guajira, buscando el frescor del piso en tiempos de calor”, añaden. Moré es un pilar para todos los estilos que florecieron tras su muerte, desde la salsa al reguetón. Como tantos grandes músicos, falleció en el mejor momento de su carrera, amplificando el impacto de su legado. Aparte del Conjunto Matamoros, formó parte de otro nombre mítico de la música cubana, La Banda Gigante, que contaba con cuarenta músicos y rivalizaba con la orquesta de nuestro Xavier Cugat.
Leyendas urbanas
Su muerte, como la de todos los grandes, viene envuelta en leyendas urbanas. Lo que sabemos seguro es que ocurrió en La Habana el 19 de febrero de 1963, cuando solo contaba con 43 años de edad. Tampoco se discute que el motivo fue una cirrosis hepática, que le mantuvo tirado en la cama y vomitando sangre la tarde antes de fallecer. La parte más discutida es si hubiera podido salvarse su vida si hubiera sido más proclive a visitar a los médicos. Sufrió la ruptura de una variz esofágica, consecuencia final de la cirrosis que arrastraba desde antes de trasladarse a México en 1945. Se resistió mucho al ingreso hospitalario, hasta que acabó ingresando en coma y con 39 de fiebre. Falleció rodeado de médicos de primer nivel, ya que en esos días se celebraba en La Habana un congreso médico internacional donde se fueron a buscar a los mejores especialistas. Todos los esfuerzos fueron en vano.
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