Ni en mi vagón ni en el de al lado. Pocos son los que han resistido la tentación de las maquinillas. El afeitado… ese sublime placer. Bajo la vista y continuo leyendo: “Primero te produce un enorme cosquilleo, te roza la boca y sientes un escalofrío”. Para el escritor, un bigote es un cuerpo desnudo sin chiste; ¡Pues pocos son los que van vestidos a día de hoy, señor Maupassant!
Que aunque ya no queden, no quieren decir que no existan. Haberlos, “haylos”, como las meigas, por muy escondidos que estén. Los hay de todas las clases, ya que el bigote es por norma seña de hombría y virilidad.
No me dejo de acordar de Mario Moreno, Cantinflas para los amigos, quien con su personaje salido de los barrios pobres consiguió ser recordado por todo el mundo. Fue su bigote, junto al de David Niven, uno de los más viajeros. Por Inglaterra, Francia, España, India y hasta por el Canal de Suez paseó sus milimétricas puntillas interpretando a Passepartout, el mayordomo de Fogg, a quien daba vida Niven en “La vuelta al Mundo en 80 días”. Si el de éste fue el más metódico y perfeccionista el de Cantinflas, sin duda, resultó ser el más cómico.
En lo que para el tren, recuerdo el emblemático movimiento que hacía Chaplin al andar. También éste lució bigote en cada una de sus pelis. En “Tiempos Modernos”, sin ir más lejos, aquella obra que hablaba sobre el maquinismo, el trabajo robot y la producción en serie tras la Revolución industrial, y, todo esto sin decir ni pio. Que sí, confirmado, el de Chaplin fue el más silencioso aunque no el menos aclamado.
Ni un solo pelo tenía el de Groucho Marx. Me refiero al bigote. Será recordado siempre por su ancho mostacho, que se tuvo que pintar porque en una ocasión se le calló antes de salir a actuar. Resulta curioso que el bigote más brillante sea a su vez el más falso.
Errol Flynn no tuvo rival para lucirlo, lo paseó como nadie en su cara de canalla incurable, un golfo tanto en el cine como un su vida privada. Fue el único, el más grande “Robin de los bosques”; reunió a perseguidos y desheredados en Sherwood para oponerse a los impuestos arbitrarios de Sir Guy de Gisbourne. El suyo, fue el bigote más ladrón, aunque también el más solidario. Saqueó a los ricos porque jamás se acordaron de los pobres.
Pero el que se lleva la palma es el del señor Gable, seductor, carismático y con personalidad. Aquel que fuera bautizado como “el rey”, que no de corazones, que también, consiguió agrandar su imagen de galán denostado gracias a sus personajes egocéntricos y prepotentes. Interpretó a un loco enamorado de la neurótica Scarlett durante la Guerra de Secesión en “Lo que el viento se llevó”. Que sí, es éste bigote el que mejor ha sabido enfrentarse a las inclemencias, porque si algunos de ellos el “tiempo” se los llevó, yo el de Gable no consigo sacarlo de mi memoria.
Ya ves querida Lucía; apunta el escritor, “nunca te dejes besar por un hombre sin bigote”, aunque encontrarlo sea una auténtica aventura.
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