Cultura

‘Blonde’: la victimización feminista de Marilyn Monroe

La película de Andrew Dominik para Netflix invoca una mirada victimista sobre la actriz para ofrecer una visión triste y sórdida que no celebra su talento ni reconoce su papel pionero como productora rn

Cumplidos ya los 60 años del fallecimiento de Marilyn Monroe, quedarán pocos aficionados que ignoren las circunstancias trágicas que rodearon su existencia: la enfermedad mental de su madre, incapaz de brindarle afecto; su periplo por casas de acogida durante su infancia, en algunas de las cuales sufrió abusos sexuales por primera vez; sus dificultades para ser tomada en serio como actriz; su tormentosa relación con el presidente Kennedy, en el que ella se sintió utilizada; su muerte en extrañas circunstancias… En 2022 no puede decirse que la figura de Marilyn esté idealizada, ni que sea objeto de la mirada frívola que quizás sí le dispensó parte de la prensa en los años 50, su momento de emergencia y esplendor. Incluso la dicotomía entre Norma Jean, la mujer real de carne hueso, y Marilyn Monroe, la creación imaginaria del celuloide, la estrella, forma parte del acerbo de conocimientos mínimos de cualquier fan.

Sin embargo, Andrew Dominik filma Blonde, su recreación ficticia de la vida de Marilyn, que Netflix ha estrenado esta semana, como si todos estos elementos trágicos fueran nuevos y hubiera que contárselos a la gente por primera vez. O, al menos, abordarlos de modo que los aficionados a la estrella de la sonrisa radiante, picardía inocente y cuerpo voluptuoso se enfrenten a todo ello como si supieran de su existencia por primera vez.

El resultado es una película triste, lírica a ratos, pero, sobre todo, teñida de gris, hondamente dramática, y hasta sórdida por momentos, que pinta un retrato excesivo de Marilyn Monroe en clave de víctima. Víctima de su madre y su desequilibrio mental, de la escasez de afecto recibido durante la infancia, de los depredadores sexuales de Hollywood, y hasta de un star system que es presentado como una máquina de destrucción de los seres humanos a los que ofrece la máscara del éxito y la fama. 

Por el camino, sin embargo, se pierden justamente todos los motivos que hacen grande a Marilyn Monroe. Empezando por su capacidad para convertir su principal carencia -la falta de afecto- en una gigantesca motivación para seducir, a través de las cámaras, a millones de personas anónimas, y para recibir un sucedáneo de cariño real que, pese a todo, la actriz necesitaba. Hay tanto afán por mostrar al ser humano frágil y roto que casi desaparece el otro, el que logró, partiendo de algunas de las peores circunstancias imaginables, convertirse en la actriz más querida -y todavía hoy la más recordada- de la historia del cine.

Hay que dejar claro de inmediato que Blonde, pese a todo, es una película valiosa que narra con intensidad y convicción una parte de la historia de Norma Jeane/Marilyn, y que cuenta con la gran baza de una Ana de Armas que se entrega en cuerpo y alma a un gigantesco desafío como actriz, un reto casi imposible, del que sale más que bien parada, pues resulta humana, verdadera y convincente. Y no es difícil reconocer en ella a esa parte de Marilyn, la persona frágil y sufriente, que Dominik ha querido contarnos. La práctica ausencia de la otra Marilyn, la chispeante, la seductora, la de respuestas ágiles, la que enamoraba a las cámaras, la sensual y juguetona, no es culpa de la actriz, que perfectamente hubiera podido dar la talla si se le hubiera requerido. Pero esa dimensión no encajaba con la visión que buscaba el director. De hecho, únicamente aparece en las recreaciones de algunas escenas célebres de sus películas, lo que viene a sugerirnos que esa Marilyn sólo era real en la pantalla.

Esa identificación casi total entre Ana de Armas y Marilyn se ve respaldada por un excepcional trabajo de caracterización, vestuario, peluquería y maquillaje que logra recrear casi por completo imágenes y momentos icónicos de la actriz que cualquier aficionado podrá reconocer casi de inmediato.

En unas declaraciones que la revista Fotogramas publicó en su número de septiembre, Ana de Armas explica que Dominik quería ofrecer “la auténtica voz de Marilyn” con su película, que se basa en una novela de Joyce Carol Oates que se permite notables licencias sobre la realidad contrastada. “Desde que leí el guion supe que tendría que apostarlo todo por el feminismo de esta película, y nunca me dio miedo”, asegura la actriz. Sin embargo, ¿en qué se traduce esa mirada en la obra final?

Énfasis en los abusos

Es evidente que Dominik pone el énfasis en la condición de Marilyn como cuerpo utilizado y objeto de abusos y hasta violaciones, con lo que conecta su historia con las que ha puesto encima de la mesa el movimiento MeToo. Marilyn sería una víctima más, ni siquiera la primera, de un sistema de estudios plagado de depredadores sexuales. Sin embargo, y aunque pueda sorprender, no es Blonde la primera película que cuenta esta realidad. La mediocre Goodnight, sweet Marilyn (1989) (comercializada en España como Goodbye, Marilyn), de Larry Buchanan, con Misty Rowe como protagonista, ya incorporaba la historia de los abusos sexuales en la industria del cine. Y aún más explícitamente lo hacía La vida secreta de Marilyn Monroe (The secret life of Marilyn Monroe), de 2015, de Laurie Collyer, con Kelli Garner como protagonista, una miniserie que se cruzó en medio del largo proceso de gestación de Blonde. Y es que Dominik inició su ambicioso proyecto en 2010, pero que no pudo rodar hasta 2019 y el estreno final se ha demorado dos años. 

Lo que marca la diferencia es el tono, desde luego. En las otras recreaciones de su vida, los abusos o agresiones sexuales se presentan más como accidentes, como sucesos desagradables que ella logra superar, mientras que en ‘Blonde’ parecen dejar una huella indeleble.

La Marilyn que emerge en la película de Dominik es una mujer sustancialmente víctima, un ser de una fragilidad extrema, en un retrato que, paradójicamente, a fuerza de acentuar su humanidad rota, casi ignora todo aquello que más está siendo reivindicado de su figura en los últimos años. Por ejemplo, su empeño personal por defender su dignidad como actriz frente a unos estudios que querían tratarla como si fuese un objeto más de su propiedad. Este conflicto aparece en ‘Blonde’ reflejado en una escena donde Marilyn muestra su enfado tras descubrir que va a cobrar veinte veces menos que Jane Russell, su compañera en Los caballeros las prefieren rubias, pese a que ella es “la rubia del título”. Pero en la película de Dominik parece poco más que una pataleta, un desahogo, mientras que en la vida real la actriz presionó y batalló hasta convertirse en la intérprete mejor pagada, en coherencia con su condición de estrella más popular. 

La Marilyn que emerge en la película de Dominik es una mujer sustancialmente víctima, un ser de una fragilidad extrema

Estamos, de hecho, ante la primera actriz que se convierte en productora y empresaria para tomar las riendas de su carrera interpretativa y liberarse del yugo de los estudios. Y lo hace no sólo para ganar más dinero, sino para poder hacer otro tipo de películas, para probar que es una actriz versátil y no únicamente un cuerpo deseable o una rubia tonta dotada para la comedia.

Ciertamente existía el precedente de United Artists, creada en 1919 por Charlie Chaplin, Douglas Fairbanks, Mary Pickford y D.W. Griffith, pero la productora de la actriz, Marilyn Monroe Productions, que empezó a trabajar en 1956, estaba presidida por ella y centrada en su carrera personal, aunque tuviera como socio y vicepresidente al mítico fotógrafo Milton Greene. Tuvo una vida breve, en gran medida porque la actriz logró su objetivo: los estudios ya no volvieron a menospreciarla. 

La película infravalora también otro rasgo muy reivindicado hoy desde el feminismo: la profesionalidad de Marilyn y su empeño, desde el principio de su carrera, para formarse como actriz. En la película aparece en una escena que la muestra en el Actor’s Studio, pero que sirve, sobre todo, para ilustrar el cómo y el porqué del inicio de su relación con el escritor Arthur Miller. Pero la Marilyn que se esfuerza, que mejora, que avanza y que logra, poco a poco, conquistar retos personales no está en la película. No está la mujer que despertó la admiración de Jane Russell porque, cuando terminaban las agotadoras jornadas de rodaje, Marilyn seguía trabajando, asistiendo a clases de interpretación.

La que aparece es una mujer frágil, emocionalmente dependiente, sumisa, a la que incluso le obligan a abortar en varias ocasiones, supuestamente en contra de su voluntad: al principio, para que el embarazo no interrumpa su meteórico ascenso como actriz, y, luego, para poner fin a un posible hijo del presidente Kennedy. Pero ambas escenas parecen ser una de las muchas licencias narrativas que se permiten la novela y la película y sobre cuya veracidad existen dudas. Lo que sí es innegable es que Marilyn deseaba fervientemente ser madre, y que sufrió varios abortos -probablemente no provocados- que añadieron esta carencia a su catálogo personal de fracasos

Pero la mujer fuerte que, pese a todos sus condicionantes y sus carencias de partida, logró convertirse en la principal estrella de Hollywood, la que convirtió sus debilidades en acicates, la que tenía proyectos y sueños, la Marilyn vital, alegre y divertida, la amiga de Ella Fitzgerald y defensora de los derechos civiles… esa Norma Jeane/Marilyn apenas le interesa a Andrew Dominik, quizás porque no se ajusta al retrato de víctima casi perfecta que ha tejido para la actriz de Niágara y Con faldas y a lo loco.  

Marilyn Monroe, retratada en 1953.

Contraposición entre Norma y Marilyn

De hecho, Dominik lleva tan al extremo la contraposición entre Norma y Marilyn que defiende la tesis de que ésta, la que seducía a las masas, era una gran mentira. “Esa de la pantalla no soy yo”, la escuchamos decir a la actriz, casi abochornada al verse en el cine en una de sus películas más célebres. Y en otro momento la vemos sumida en algo parecido al proceso de invocación de un fantasma, sometiéndose a un ritual, el del maquillaje, necesario para que ‘ella’ aparezca. “Por favor, ven”, pide como en un lamento una Norma Jeane que necesita a ‘Marilyn’ para poder trabajar. Y cuando aparece en el espejo la imagen seductora y sonriente de la actriz sabemos que la invocación ha concluido y que ella ha sido, al fin, poseída.

La existencia de esa doble dimensión del personaje nadie la discute y ha sido profusamente desarrollado por sus biógrafos, pero el énfasis que pone Dominik en que la verdad está sólo en Norma Jeane, siendo una visión artística perfectamente legítima, probablemente no sea justa con la realidad. En Marilyn había mucho de Norma Jeane. Empezando por esa frivolidad que a veces parece disgustar tanto a Dominik, y siguiendo por su necesidad de seducir y de gustar. Pero también están en Marilyn el dolor y la herida de la persona real. De hecho, si Marilyn es un mito imperecedero es porque era una intérprete trasparente, porque sus angustias y miedos reales se filtraban en sus caracterizaciones, tal y como sus directores más inteligentes supieron ver. Hay algo incluso impúdico en el modo como la Marilyn de la pantalla deja ver al ser humano que hay detrás. Y aunque en ninguna película es más claro que en la última, Los inadaptados (The misfits), de John Huston, también puede verse en Bus Stop, de Joshua Logan, uno de sus primeros proyectos personales, impulsado por su productora. Aunque la materia prima de su verdad humana aparece aquí y allá, en los lugares más insospechados de su trabajo actoral, y sería bastante injusto no atribuirle a ella, al menos, buena parte del mérito.

Muy poco, o nada, de esto aparece, sin embargo, en Blonde, donde la figura estelar de Marilyn tiende a presentarse como una gran operación de apropiación o canibalismo colectivo. Una apropiación capitaneada por los estudios, pero que tendría en los espectadores que amaban a esa ‘ficción’ como cómplices necesarios. Queda claro en el modo lúbrico y hasta grotesco como Dominik retrata a los fans reunidos para ver el rodaje de la mítica escena de la alcantarilla de La tentación vive arriba. Se nos presentan poco menos que como abusadores en la distancia.

Después de ver Blonde casi se impone reclamar de inmediato que, antes de cualquier exhibición de sus películas, se coloque uno de esos cartelitos aleccionadores de moda: “La actriz que usted verá aquí fue víctima de un sistema de estudios que sacrificaba a las personas. Ni su alegría, ni su sensualidad, ni su frivolidad son reales. Siéntase culpable por disfrutar esta obra”.

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