No hay duda de que el biopic de Freddie Mercury ha sido la película musical del año. Solo en Estados Unidos, lleva recaudados 194 millones de dólares, cuando su presupuesto no superaba los 52 millones. Además ha arrasado en los Globos de Oro, con su triunfo en la categoría de ‘mejor actor’ (Rami Malek) y ‘mejor drama’. La mayoría de los medios mundiales mostraron gran sorpresa, ya que el rodaje la cinta estuvo plagado de problemas, tanto por la retirada del director original, Bryan Singer, como por las posteriores sospechas de apostar por la superficialidad a la la hora de presentar la vida de Mercury.
Al contrario que la mayoría de ganadoras de estos premios, la película no consigue aprobar en la página web Metacritic, que hace media de las reseñas en los medios anglosajones más prestigiosos. Bohemian Rhapsody se queda en un triste 49 sobre 100, mientras que rivales de género musical como Ha nacido una estrella alcanzan un 88 (todo un éxito teniendo en cuenta que Lady Gaga todavía no ha consolidado su prestigio como actriz de primera categoría). Por eso, muchos cinéfilos y periodistas culturales se hacen la misma pregunta: ¿hay truco en el éxito del taquillazo de Mercury?
Por debajo de la música
Algunas reflexiones periodísticas suenan tremendamente tibias. El diario USA Today , casi siempre en sintonía con el gusto popular, encuentra la cinta mediocre. “En realidad, la canción Bohemian Rhapsody es una obra maestra del sonido, mientras que la película se queda en convencional, demasiado ordinaria para capturar la vida de un hombre y una banda que siempre ejemplificaron los extraordinario”, señala Brian Truitt. Ya desde el titular, advertía que no estamos ante la cinta “matadora” que merecían Mercury.
En Toronto, el diario Globe and Mail opta por una frase demoledora: “La película se preocupa tremendamente por incorporar el logo exacto que usaba Pepsi en 1985, pero no se esfuerza por aplicar esa misma precisión en ningún lugar más. Freddie merecía una película mejor”, sentencia la periodista Carly Lewis. La nota de la reseña es de un pobre 25 sobre 100. Por su parte, el New York Times despacha el filme como “una aleación barroca de jerigonza, misticismo y melodrama. La cinta parece diseñada para ser tan escasamente memorable como fuera posible, con la excepción de las prótesis dentales del protagonista, Rami Malek”, destaca A.O Scott, cuya valoración ronda el treinta sobre cien.
Demasiado rentables
Esta última observación es la que da en el clavo del desacuerdo. El legado de Queen y la rentabilidad económica del grupo es demasiado potente como para que sus beneficiarios quieran arriesgar con una película conflictiva, matizada o desafiante. En verano 2015, el arrollador musical We Will Rock You consiguió doblar sus ingresos hasta el punto de recaudar 48 millones de libras anuales, muy por encima de los 22 millones conseguidos en 2013. Con semejantes cifras en juego, es complicado apostar por proyectos que se salgan del autobombo de los implicados. Se calcula que Queen han despachado 300 millones de discos en todo el mundo, convirtiéndose en una de las marcas más sólidas de la historia del rock. Cualquier biopic autorizado tiende a mimar esos récords, en vez de explorar ambigüedades o episodios conflictivos para ese imaginario ‘espectador medio’ que los productores suelen tener en mente.
¿Homofobia implícita?
Las acusaciones hacia la película son sólidas y articuladas. Por ejemplo, Jude Dry, periodista de Indiewire, denuncia la sutil homofobia del algunas escenas. “El primer momento queer del guión llega por cortesía de Paul Prender, mánager de la banda, interpretado por el actor irlandés Allen Leech, conocido por su papel en Downton Abbey. Mientras Mercury toca el piano, Paul le agarra y le besa. Mercury parece sorprendido, pero no detiene a Paul. Es un recurso habitual en las películas de Hollywood, pero también presenta la diversidad sexual como algo que se impone a Freddie, no como una parte saludable y autónoma de su personalidad”, denuncia.
La reseña va incluso más allá: “En la vida real, Prender sacó del armario a Mercury en una entrevista a tumba abierta en el tabloide The Sun, suceso que la película modifica para convertirlo en una entrevista televisiva. Necesitada de un villano,Bohemian Rhapsody dibuja al mánager del grupo como un estafador que urgió a Mercury a lanzarse a una carrera en solitario y le presionó para que se adentrara en un mundo de drogas y fiestas gays. Esto puede parecer divertido para parte del público, pero la película lo presenta como parte del declive de Mercury”, lamenta. Hablando en plata: Dry insinúa que los responsables de la cinta retocaron la historia para entregarla a los estereotipos del público heterosexual o incluso homófobo. “Cuando Mercury conoce a su futuro amante Jim Hutton (Aaron McCusker), el cantante es el último que queda en su mansión tras una fiesta, solo y rodeado de objetos brillantes. Esta vez, es Mercury quien agarra a Hutton sin consentimiento, como si le confundiera con una de sus posesiones. En Bohemian Rhapsody, el deseo queer siempre es malicioso”, resume Dry.
“Gilipollas manipulable”
Se pueden encontrar, incluso, párrafos más duros en la prensa anglosajona, como el siguiente que escribe Spencer Kornhaber para The Atlantic: “Extrañamente, la película parece la versión de Brian May (el guitarrista del grupo). El Freddie Mercury que aparece en pantalla es un poco gilipollas, además de frágil, desesperado y fácilmente manipulable. La película celebra el garbo y talento del líder de Queen, recreando de manera vibrante los conciertos icónicos de Mercury, pero Bohemian Rhapsody también retrata su extravagancia como una cualidad hueca y estridente. Cualquier adaptación biográfica debe adoptar la realidad al relato, pero el guión de Anthony McCarten transmite la impresión inequívoca de haber sido influido por May y el batería Roger Taylor para abrillantar sus propias reputaciones, en detrimento de la de Mercury y de la actitud carpe diem que guiaba al grupo”, denuncia el periodista. Cada espectador tendrá que juzgar por sí mismo hasta qué punto lo que aparece en la pantalla es aceptable o una burda manipulación.
La anécdota española
Adrian Vogel, ejecutivo discográfico de larga trayectoria, nos cuenta en exclusiva una historia sobre cómo actuaba el Mercury real, no siempre pendiente del nivel de calidad artística: “El primer disco en solitario de Freddie Mercury se tituló Mr Bad Guy. Se editó en julio de 1985 y yo llevé el márketing internacional desde Nueva York. El presidente de CBS, Walter Yetnikoff, sabía que Queen tenían mucho margen comercial para crecer en Estados Unidos. La idea era explotar un vacío legal -Walter era abogado- y fichar a Freddie en solitario, para luego ir a por el grupo. Mercury vivía en Munich, capital gay de Europa en aquella época. A principios del 85, nos desplazamos a Alemania para escuchar lo que había grabado y firmar el contrato”, recuerda.
Aquí la historia toma un giro inesperado: “Al escuchar las canciones, vimos que no era la obra maestra que esperábamos. Estaba bien, pero…había que remezclar y si era posible grabar algún tema más o hacer una versión (cosa que no ocurrió). Durante la cena previa a la firma, Mercury se empezó a poner tonto. Hubo un momento en que pensé que todo se iba al traste. Walter estaba incómodo y no demasiado convencido con el disco. A mitad del segundo plato, dio un puñetazo y se subió a la mesa. Se hizo el silencio y se bajó los pantalones y los calzoncillos. Sopesándose los huevos, dijo estas palabras: ‘Venga, Freddie, ¿quién los tiene más grandes: Bashkar o yo?’. Bashkar Menon era el jefe de EMI, de origen indio. Freddie se subió a la mesa y abrazó a Walter. Dijo que eso le gustaba, que las discográficas había que dirigirlas con huevos”, revela Vogel. Seguramente son este tipo de anécdotas crudas y concretas las que muchos echan de menos en el biopic que arrasó en 2018 y sigue triunfando en el nuevo año.
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