Paul Hewson se hace mayor. Muchos medios de comunicación celebran estos días su legado, pero casi ninguno se atreve con textos realmente cuestionadores. Estamos ante una de las vacas sagradas del rock, una muy particular, ya que tuvo la energía y la visión necesarias para despojar al género de sus aires “malotes” y liderar un giro que acercaba los conciertos a la emoción de las celebraciones religiosas. Conseguir algo así requiere un talento descomunal, rematado por una voz poderosa y reconocible, que eleva el espíritu de decenas de miles de fans en cada una de sus actuaciones. Dicho esto, hay algo sobre su personalidad de lo que no suele hablarse o no se habla a fondo: una hipocresía épica, raramente alcanzada en el planeta rock. Y miren que hay competencia.
La principal preocupación de Bono es mantenerse en la posición de privilegio que ostenta. Para ello usa trucos estéticos y políticos. Los estéticos pueden ilustrarse analizando la 'playlist' titulada Sesenta canciones que me salvaron la vida , publicada hace unos días, con motivo de su sesenta cumpleaños. “Básicamente, a Bono le salvaron la vida las canciones que todo el mundo conoce porque tuvieron mucho éxito. Penoso ver a un artista listar evidencias y lugares comunes de su disciplina. Aparte de que incluye éxitos recientes por puro politiqueo musical”, opinaba en Twitter el escritor Alberto Olmos, con su carga de veneno habitual. “Es todo tan falso. ¿Billie Eilish te salvó la vida, en serio, ¿cuándo? ¿en 2019? Lo normal sería que la lista tuviera decenas de canciones de los años sesenta y setenta, las que él escuchó de joven y le inspiraron. Y de grupos menores. En fin…”, remataba.
Lo peor de la lista de Bono es que solo incluye a un artista africano, ya que sigue pensando en ese continente como un territorio al que dar limosnas estériles en vez de extraer lecciones de su cultura
En efecto: se trata de la lista de un señor cuya mayor inquietud musical siempre ha sido el pánico a dejar de ser percibido como 'cool'. A comienzos de los noventa, se esforzaba en exhibir su devoción por Public Enemy para demostrar a los 'enterados' que estaba a la última en hip-hop combativo, aunque el grupo de Chuck D. encarnase valores políticos en las antípodas de los suyos. Después Bono intentaba conectar con Kurt Cobain, aunque el joven dios grunge era alérgico a los santones rockeros como él. La prensa británica explicó algún encuentro entre ambos donde Bono presumía ante el de Seattle de que era amigo de miembros de Joy Division, Sex Pistols y The Clash, para que el joven rockero le mirase con mejores ojos. No es difícil imaginar al joven Kurt pensando "señor, suélteme el brazo".
Pacifista de palo
Lo peor de la lista es que Bono solo incluye a un artista africano de sesenta, la radiante Angélique Kidjo, que por cierto no figura los cinco primeros aristas -a los que dedica una cariñosa carta-, sino hacia el final, en el puesto 50. El líder de U2 ha pasado cuatro décadas autoproclámadose defensor del continente negro, sin duda el de mayor riqueza sonora y mayor influencia pop, pero parece pensar que son mejores las canciones de grupos de tercera división como Simple Minds, New Radicals y The Verve que el inmenso legado de Fela Kuti, Salif Keita y Youssou N’Dour, por poner tres ejemplos evidentes. Bono sigue pensando en África como un territorio al que ayudar con limosnas estériles, en vez de un continente culturalmente rico del que hay mil cosas que aprender. Incorporar esta percepción es de más ayuda que la caridad coordinada por celebridades, que no parecen haber ayudado mucho en el último medio siglo.
Pasemos al plano político. ¿Por qué los medios se siguen tomando en serio al cantante de U2 como líder social? Recuerdo una reveladora conversación en 2013 con Harry Browne, autor del excelente ensayo Bono: en el nombre del poder (Sexto Piso). Me contaba que varios directores de grandes medios del Reino Unido habían hecho un pacto de silencio sobre su libro (en Irlanda era anatema mencionarlo en una redacción). Cualquier reseña elogiosa, sospechaba, hubiera significado que U2 cortaran el grifo de entrevistas con la cabecera. En España, apenas tuvo eco esta excelente investigación sobre la estrella de rock. "Me han contado que Larry Mullen Jr, el batería del grupo, compró mi libro y se lo pasó por las narices a Bono, susurrando ‘te lo dije, te lo dije’", explicaba divertido el autor.
"No habla de manera explícita en favor de las invasiones estadounidenses, pero tampoco lo hace en contra, lo que resulta revelador para alguien que se dice pacifista”, denuncia un biógrafo
¿Qué desvela este minucioso ensayo? La falta de consistencia política del cantante: "Bono hizo suyo el símbolo de la bandera blanca arrancando sobre un escenario las franjas verde y naranja de la bandera irlandesa. Estaba enfrentándose al nacionalismo de su país. Cuando comienza a frecuentar a las élites de derecha, desde el partido republicano a los millonarios de Davos, ha cambiado de enfoque. Le gusta decir en público que George Bush ha salvado vidas apoyando la campaña de compra de retrovirales para África. Lo que no menciona nunca son las personas que han muerto por su políticas militares. No habla de manera explícita en favor de las invasiones estadounidenses, pero tampoco lo hace en contra, lo que resulta revelador para alguien que se dijo pacifista en algún momento", denuncia Browne.
Insensible en su país
Otra revelación dolorosa: la insensibilidad de Bono hacia los migrantes africanos en Irlanda. "He escrito mucho sobre ese colectivo. Mis contactos me han dicho que intentaron implicar muchas veces a Bono en sus protestas, pero que nunca pasan de su secretario. Bono se encuentra cómodo hablando de la pobreza cuando está lejos, por ejemplo en África, pero le molesta verla en su casa. Una vez le nombraron director invitado del diario Independent durante un día. Curiosamente, en esa misma jornada un grupo de inmigrantes afganos ocuparon la catedral de San Patricio en Dublín para llamar la atención sobre sus problemas de ciudadanía y sus míseras condiciones de vida. La historia no mereció ni una línea en el Independent dirigido por Bono. El problema es que incluía dos asuntos espinosos para él: inmigrantes maltratados en Occidente y gente que habla y actúa por sí misma para arreglar sus problemas", lamentaba.
Por supuesto, el libro aborda a fondo las tramas de ingeniería fiscal de U2, una práctica moralmente incompatible con llevar cuatro décadas insistiendo en que debemos practicar la caridad y aspirar a la justicia social. “U2 responden que ellos son una empresa y que tienen que velar por sus beneficios para sobrevivir en el mercado. A primera vista, tiene toda la lógica del mundo. El problema es cuando Bono convierte esa solución en un principio. Ahora afirma que Irlanda es más próspera por su política de bajar impuestos para atraer grandes fortunas. La realidad es que esas políticas han tenido mucho que ver con el derrumbe financiero del país. Hace poco Kofi Annan (ex Secretario General de la ONU) publicó un informe explicando que los países africanos pierden más de 30.000 millones de dólares cada año por culpa de corporaciones que tributan en paraísos fiscales y no en los territorios donde operan”, remataba Browne. Insisto en recomendar el libro a todos los fans de U2, aunque después de leerlo será más complicado soportar los discursos 'buenistas' de Bono entre canción y canción.
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