En el año 2019, el cine de Corea del Sur entró por la puerta grande en las salas de todo el mundo. El estreno de Parásitos (Bong Joon-ho) fue un pelotazo a todos los niveles. No solo a nivel económico, pues costó producirla 11 millones, con el cambio del won al dólar estadounidense, recaudando la friolera de 254 millones, también conquistando cuatro Premios Óscar, incluido el de mejor película.
Una hazaña mayúscula, que ejemplifica cómo la cultura asiática, y no únicamente la japonesa, puede traspasar cualquier frontera. Sin embargo, la pandemia sanitaria de la COVID-19 frenó este fenómeno emergente. No fue hasta 2021, cuando la serie El juego del calamar, de manufactura surcoreana, trajo de vuelta este fanatismo. Este desembarco llega hasta el sector del entretenimiento, donde videojuegos como Stellar Blade han copado las mejores críticas en mucho tiempo en la nueva generación de consolas.
Desde entonces, estamos siendo testigos de primera mano de una internacionalización de la industria audiovisual surcoreana. El caso más reciente ha sido la película Past Lives, que aunque es una coproducción entre EE. UU. y Corea del Sur, responde a los cánones del cine local. El perfecto ejemplo de cómo hay que abrir la mente a una forma de hacer cine que lleva décadas brillando, pero que desconocemos profundamente.
Para analizar al detalle las razones de este boom, el historial que arrastra la cinematografía de Corea del Sur y las líneas maestras de la misma, Vozpópuli ha charlado con Sonia Dueñas, doctora en Investigación en Medios de Comunicación y experta en cine coreano, quien responde con maestría a los interrogantes que plantea esta nueva moda cultural.
Pregunta: ¿Cuáles son las líneas maestras de la cultura coreana?
Respuesta: Actualmente, la cultura coreana que nos llega es una hibridación fruto de los flujos globalizadores a los que Corea del Sur se abrió a partir de 1995. Tanto si vemos una película, una serie de televisión, un grupo musical o, en este caso, un videojuego, vamos a poder ver esa curiosa mezcla entre lo local y lo global.
Es decir, esos códigos universales que son reconocibles por cualquier persona en cualquier parte del mundo se unen a elementos culturales propios del país, de una cultura milenaria que, por una parte, se ha ido adaptando a tiempos modernos, pero, por otra, es protegida como un valioso patrimonio. Eso es precisamente lo que se conoce como Hallyu u ola coreana, todo un fenómeno que ha adquirido una popularidad sin parangón en la historia de Corea del Sur.
P: ¿Qué ha llevado a Corea del Sur a dar este paso para empezar a mostrar sus productos audiovisuales a todo el mundo?
R: En realidad, este fenómeno se remonta a 1995, cuando el gobierno de Kim Young-sam anunció un plan globalizador, llamado Segyehwa, para introducir a Corea del Sur en el mundo. Hay que tener en cuenta que, por entonces, era una democracia muy joven que históricamente se había visto cerrada al exterior como protección, puesto que, como es evidente, se encuentra en un punto geopolítico complicado. A partir de 1996, que es cuando se puso en práctica el plan, se comenzaron a dar los primeros pasos para proteger e impulsar a las industrias culturales surcoreanas.
Hay una anécdota real muy curiosa que protagonizó el presidente Kim en 1994. Tras el arrollador estreno de Parque Jurásico en el país, este fue informado por el Consejo Asesor Presidencial de Ciencia y Tecnología sobre los datos en términos de recaudación y venta de entradas que había logrado el blockbuster de Steven Spielberg. La película obtuvo 15,8 millones de dólares, cifra que equivale a los ingresos de exportación anuales de Hyundai, considerada como uno de los conglomerados empresariales más importantes del país durante los años 90 y todo un emblema y ejemplo de prosperidad. Este dato bastó para que el gobierno potenciara las industrias culturales.
A partir de entonces, la estrategia ha sido escalonada: primero una fase de expansión regional a través de los mercados asiáticos y posteriormente una fase de expansión global que, aunque ha implicado más tiempo, creo que los resultados, por ahora, son satisfactorios para Corea del Sur, sin duda.
P: ¿Cómo definirías el cine surcoreano?
R: El cine surcoreano es un cine híbrido que utiliza los códigos universales de los géneros cinematográficos para presentar narrativas cercanas a cualquier espectador global, pero incluye elementos culturales propios. Esto, ya de por sí, viene potenciado por una industria cinematográfica que imita el modelo hollywoodiense en cuanto al proceso de producción, distribución y exhibición.
Fruto de ello surgió en 1999 el primer blockbuster surcoreano, Shiri, de Kang Je-gyu, un thriller de acción y espionaje que imita el estilo hollywoodiense con la espectacularización y el impacto de la violencia, pero que, a su vez, suma una historia en torno al conflicto entre Corea del Norte y Corea del Sur. Shiri es solo un ejemplo, pero explica muy bien las claves que poco a poco ha ido desarrollando y perfeccionando la industria cinematográfica surcoreana.
P: ¿Crees que el objetivo es lograr una internacionalización y reconocimiento como el que existe hoy en día en Occidente con la cultura japonesa?
La motivación, sin lugar a dudas, es económica y, a partir de ahí, podemos hablar de una estrategia de expansión basada efectivamente en la globalización de las industrias culturales. Esto, además, lleva consigo una mejora de la imagen del país. De esta forma, esa imagen que teníamos de una península dividida y en constante conflicto ahora se ha transformado en la imagen de una potencia cultural.
P: ¿Qué clase de cultura se consume en Corea del Norte y cuál comparten con Corea del Sur?
R: Por supuesto, Corea del Norte y Corea del Sur comparten raíces culturales e históricas. Han pasado poco más de 70 años desde la división peninsular, así que, hasta entonces, existe ese vínculo en cuanto a una cultura tradicional que, por supuesto, guarda pequeñas diferencias en función de cada región, como sucede de igual forma aquí, en España.
En Corea del Norte, esta cultura tradicional es la que se sigue consumiendo y la que sigue protegiendo el régimen de Kim Jong-un para guardar su esencia frente a posibles influencias extranjeras. Esto implica que, a diferencia de Corea del Sur, Corea del Norte no permite la entrada de esos flujos globalizadores. Esto, a su vez, convive con una mirada ligeramente más moderna por parte del dirigente norcoreano en comparación con sus antecesores, al intentar ofrecer, de cara al exterior y dentro de su contexto hermético, una imagen más actualizada del régimen.
P: Cintas como Parásitos, Old Boy, Memories of Murder, Past Lives, A moment to remember o Poesía son grandes obras contemporáneas. ¿Por qué debería un español abrir su mente y darle una oportunidad a Corea?
R: Creo que todas estas películas nos han ofrecido experiencias inolvidables con su visionado y eso es lo que nos ofrece el cine surcoreano. Muchas de sus historias nos plantean dilemas morales que nos invitan a reflexiones sobre cuestiones de plena actualidad, otras son ventanas que nos permiten asomarnos a una cultura diferente y otras nos ayudan a evadirnos y disfrutar de todo un espectacular despliegue de efectos especiales y narrativas trepidantes. Solo es necesario dar una oportunidad al cine surcoreano y, a partir de ahí, será inevitable repetir.
P: A título personal, ¿por qué Corea? ¿De dónde proviene este interés?
R: Mi interés parte de mis estudios en Comunicación Audiovisual en la Universidad Carlos III de Madrid. Allí conocí a profesores como Alberto Elena o Roberto Cueto que me mostraron la existencia de un cine más allá de lo que habitualmente consumía. Tan solo tuve que explorar en el drama romántico Hierro 3, de Kim Ki-duk; y en el terror sobrenatural de Dos hermanas, de Kim Jee-woon; para darme cuenta de que estaba viendo algo distinto a lo que conocía hasta entonces.
Desde entonces, mi afición creció mucho más y esto nutrió enormemente mi cinefilia, ya que quise conocer otras cinematografías del mundo. Esto me llevó a dar un paso más, ya no solo con una tesis centrada en la industria cinematográfica surcoreana con la que he crecido enormemente, sino también a conocer a personas con mis mismas inquietudes dentro del grupo de investigación TECMERIN “Televisión-Cine: memoria, representación e industria (TECMERIN)” y a participar en diversos proyectos de i+D dentro del departamento de Comunicación de la Universidad Carlos III de Madrid, que me han ayudado a seguir expandiendo mis conocimientos y a despertar aún más mi curiosidad. Al final, el cine surcoreano me ha permitido expandir horizontes para simplemente aprender a disfrutar del cine en todos los sentidos.