Cultura

Boris Johnson, el hombre que fue Chuck Norris

Las memorias del ex premier británico, 'Desatado', son una delirante recopilación de obsesiones y andanzas que están llamadas a ser un hito editorial

El 20 de julio de 2022, poco después del abandono por su partido, el llamado “Donald Trump británico” Boris Johnson dimitió en el parlamento inglés con una estrepitosa estanza. Dio las gracias a todos, declaró “misión cumplida” el “Brexit” y provocó las carcajadas con una frase final sacada del filme Terminator 2 de James Cameron: “Hasta la vista, baby”.

Esta broma había sido un final de fiesta sarcástico, no especialmente feliz, para alguien que acabó casi asediado por su propio partido. En ese sentido, la frase parece presagiar, predecir, estas delirantes memorias de nombre Desatado (Unchained, William Collins, 2024, todavía sin editor en castellano) y que son la consagración de la pervivencia del ingenio británico -ese “wit” que va de Thackeray a Wilde y pasa a los Monty Python- que parece tener como meta este insobornable producto de colegio inglés que es Boris Johnson.

Lo fascinante de la obra, con todo, es que Johnson no tiene ningún tipo de freno no solo en sus acciones, sino a la hora de develar los mayores secretos de otros: en estos recuerdos desperdigados, con muy escaso hilo, aparecen Netanyahu poniendo un dispositivo de escuchas en el Foreign Office, taxistas serbios exjugadores de baloncesto a punto de ser ametrallados en Kosovo, ministros de exteriores iraníes cobrando sobornos por ciudadanas británicas e, incluso, Vladimir Putin amenazando con bombardear a Boris Johnson por una contrariedad. 

Un hito no tanto literario como histórico gracias a una memoria privilegiada, evidente consecuencia del estudio concienzudo del latín y griego de Oxford –cita incluso a Ovidio-, y que inmortaliza todo el caos del mundo multipolar. Para Johnson, entonces, el mundo es un desconcierto divertido; una inmensa ola entre tiranos, cleptócratas y comerciantes que surfea con éxito muchas veces. 

Y, así, el lector contrariado no puede otra cosa que aplaudir a este “rubiales” -así llamaban a Ortega y Gasset las señoras de los años 50- de ingenio probado a cada pirueta.

El libro del esnob

Si uno investiga la aristocracia política conservadora, los tories, encontrará casi siempre a licenciados del dúo Oxbridge en una cultura de clase que hereda no solo los valores de “Ye olde England”, sino también una manera de ser casi inentendible en el resto de Europa. Johnson, así, es un digno émulo de esos excéntricos profesionales, una versión más socarrona de P. G. Wodehouse, y se debate entre el ingenio irónico y la locura excéntrica. El único matiz es su extraña mezcla entre hombre formado en los clásicos grecorromanos y el conocimiento de la cultura pop más “nerd”.

Hay mucho, en consecuencia, en la obra de las salidas de tono de William Makepeace Thackeray, el del Libro de los Esnob, pasado por el populacherismo de los herederos de Thatcher.  Johnson es un usufructuario evidente de la vehemencia de la dama de hierro y comenzó como reportero dicharachero y un poco mentiroso contra el intervencionismo europeo. Este tipo de políticos / prensa tuvieron justa parodia en el comediante Rik Mayall como diputado tory en la serie The New Statesman (aquí Un diputado fantástico) y su desatinado discurso en Europa:

“¿Por qué nosotros, el país que vio nacer a Shakespeare, Christopher Wren -y eso son solo la gente que sale en nuestros billetes, por Dios-, debe arrodillarse ante países que han dado al mundo a Hitler, Napoleón, la mafia y los, los, los…pitufos?”.

En el continente, en contrapartida, se tiende a satanizar a estos reporteros casi políticos que convirtieron a Bruselas en el particular satán del votante conservador. Aunque exageraban, sin duda, en ocasiones estas memorias dan argumentos convincentes contra la hiper regulación bruselense, incluyendo un memorable capítulo sobre las patatas fritas con sabor a cóctel de gambas. La reunión de Johnson a propósito de este supuesto manjar con la comisionista europea es estrictamente delirante y propia de cualquier capítulo de Sí, Ministro.

“`Pero no resulta beneficioso para los chicos comer esas patatas´, dijo. Y en el momento que vi esa prohibición en rojo -tan rojo como el tinte de eritrosina que está en la salchicha danesa, que la comisión europea también quería prohibir-, comencé a enfadarme un poco. (…) Iban a prohibir el sabor de patatas de cóctel de gambas: una delicatessen nacional, le respondí. 

Durante décadas, expliqué, era lo que comías -eso o cortezas de cerdo- con una pinta en un pub. Ahora este maniquí de enfermera que cuida por nuestra salud en Bruselas había decidido ahora que los niños británicos eran demasiado esféricos y, boom, no había vuelta de hoja. Ella había sustituido su propio juicio por el del gobierno del Reino Unido. Había ignorado a la agencia alimentaria británica, que no pudo encontrar base científica a sus quejas”.

No hay que ser un gran analista de textos para ver que Johnson dramatiza una recomendación alimentaria, la frase por encima del dato, y esta supuesta prohibición había sido tan solo un malentendido entre el Reino Unido y la Unión Europa, a decir del contrario 'The Guardian'. Ahora bien, también es una demostración empírica de la regulación infinita europea, inmortalizada en nuestro imaginario actual por los tapones de agua unidos a la botella. 

Algo de razón tendrían estos euroescépticos, con todo, al ver cómo el reciente informe Draghi alertaba de cómo los mercados foráneos crecen a costa de una creciente burocracia bruselense y sus normas sin final. En torno a este puntillismo, con bastante propaganda, la campaña del “Brexit” cogió fuerza hasta ganar por un notable 52% que oponía el mundo rural pauperizado y nostálgico del imperio frente a toda la aristocracia económica urbanita. Esa dualidad se cita al inicio de estas memorias y pocas befas han sido tan divertidas, tan agudas, como esta:

“Había una columnista que llamaba a los sitios donde habían votado a favor del `Brexit´ los lugares `Brexity´. Puedo casi escuchar como escupiría las sílabas. Ella denominaba así al meridiano de las islas, aunque también al norte o las ciudades costeras (mucho menos modernas y ricas); todos esos sitios donde tener un título universitario no era esencial para el éxito o disfrutar de la vida”.

Johnson, en el mejor análisis de sus memorias, ve claro cómo existen “perdedores de la globalización” que no son precisamente las clases altas y que se contraponen culturalmente a aquellas elites urbanas falsamente progresistas que apoyaron la permanencia. 

El juicio es real, raíz del populismo identitario actual, y pocos lo han vertebrado tan bien en un libro biográfico. Unas memorias tan atravesadas por el yo como por los viajes de un Johnson cercano a Phileas Fogg.

Dr. Livingstone, supongo

De todas las facetas de Johnson en el libro, de todas sus obsesiones y quimeras, la de inglés trotamundos es con diferencia la más excepcional y casi ajena a británicos aislacionistas como Nigel Farage. Johnson, en ese sentido, tiene un verdadero pedigrí globalista: ha nacido en Nueva York, se crio en Bélgica y su árbol familiar es tan multirracial que sería la envidia del “woke” más desaforado. Ya desde la corresponsalía de 'The Spectator' -donde se ganó el agridulce premio de “periodista favorito” de Margaret Thatcher- conoce además bien Europa. 

Estamos hablando, así, del arquetipo de británico cosmopolita, como sacado de un documental de viajes de Michael Palin, que mezcla chascarrillos con opiniones perspicaces. Arquetipo literario común, “todo inglés es una isla” decía el poeta alemán “Novalis”, el político parece llevar consigo el sarcasmo e ironías de las islas a los lugares más remotos con situaciones entre hilarantes como trágicas. Estos viajes de Johnson, algunas las páginas más confesionales y sentidas, le conducen a Kosovo en medio de un bombardeo de la OTAN, a las guerras angloestadounidenses en Irak y Afganistán e incluso provocan un incidente diplomático al tocar maliciosamente un muro de seguridad en Israel. Esta vanidad y excentricidad le mete en problemas, en efecto, pero gracias a su carisma grotesco consigue ser un diplomático eficiente y obtener no pocos acuerdos con casi todos sus socios internacionales. 

También, con verdadera clarividencia, reflexiona sobre el fracaso de las guerras occidentales de Irak a Afganistán y cómo estas no han podido exportar los ideales y valores cosmopolitas y democráticos a países ciertamente medievales. De hecho, su descripción de la caída de Kabul en manos de los Talibán es bastante melancólica: 

“Y la embajada británica, por supuesto, fue saqueada y los talibanes hicieron desfiles con fotografías de la reina y los lienzos de las habitaciones donde había pernoctado. Fue lo que parecía: una derrota moral, política y estratégica absoluta para occidente. La capa del viejo Elphinstone, general victoriano que tuvo una gran catástrofe militar en Afganistán, había caído en nuestro esfuerzo colectivo. Estaba claro que desde ese momento los talibanes iban a llevar el país de vuelta a la edad oscura”.

También aparecen en la obra sus desavenencias con Macron debido al “Brexit” -del que muy malvadamente menciona sus taconcitos cubanos (apenas llega al 1,70)- y estas se contraponen a su apoyo decidido a Ucrania en una muestra de valentía ciertamente admirable. Johnson es un tipo audaz que viaja en plenos bombardeos rusos a apoyar a Zelenski​ a la vez que le vendía miles de dispositivos antitanque hechos en el Reino Unido. Todo ello sin apenas consultar a la OTAN, siendo estos aparatos clave -según su juicio- a la hora de detener la invasión inicial de blindados en Kiev.

Hay algo personal en esto: Boris Johnson vivió de cerca como ministro de exteriores el intento de envenenamiento ruso del disidente Serguéi Skripal y su hija Yulia en Salisbury por el agente químico novichok en 2018. Esto llevó a una expulsión de diplomáticos nunca vista desde la guerra fría y también a una tirantez con el país eslavo que se demuestra en la conversación a lo Corleone donde Putin le llega a decir “Boris, no querría hacerte daño, pero nuestros misiles llegan a Londres”. Sin embargo, sus enemigos más enconados y ambiciosos no vendrían de fuera, ni siquiera de la oposición laborista, sino de su propio partido.

El César había sido apuñalado por todos los tories, a los que llega a juzgar en este libro como una “canalla”

No future for you

Llegados a este parte del texto, el lector habrá de preguntarse qué tiene que ver el titular con el desarrollo. No es baladí: así se juzga Johnson pomposamente al inicio de estas memorias rememorando su única virtud antes de la adolescencia: la capacidad de meterse en peleas que le convirtió a su parecer en un “Chuck Norris preadolescente”.

Este tipo bronco, “cansado de lo políticamente correcto”, habría de tener el final esperado y que todo comprador de Desatado puede prever: fue apuñalado por sus compañeros del partido conservador, los cuales le habían jurado fidelidad luego de su gran victoria electoral en 2019. Eterno retorno del Shakespeare de Julio César, pero también un síntoma de cansancio luego de sobrevivir por muy poco al COVID (según sus memorias, estuvo a punto de morir y solo podía concentrarse en leer tebeos de Tintín). Con esas premisas, su plan de “subir de nivel” al Reino Unido gracias a una agenda globalista y bajos impuestos quedó muy lejos de realizarse.

Verano de 2022, luego de varios escándalos menores (fiestas gubernamentales en medio del COVID y el acoso sexual de un subalterno gay -con el inevitable juego de palabras con el apellido Pincher del culpable; algo así como pellizcador-), fue el momento. En julio el gran demagogo, el culto demagogo, dimitió. El César había sido apuñalado por todos los tories, a los que llega a juzgar en este libro como una “canalla”. 

Todo está en la frase “¿Tú también Bruto?” que toma de Suetonio –Vida de los doce césares- en su forma original griega: “Καὶ σύ, τέκνον”. Ahí es donde la mentira de Johnson se devela, su mascara cae, y conocemos su verdad oculta: el político británico nunca fue un hooligan de escasos modales, sino más bien intelectual oxoniense que fingía ser un secundario de la telecomedia “cockney” Only Fools and Horses para obtener el favor del vulgo. 

Un payaso -así lo afirma con el inconfundible tono progresista perdonavidas el ex consejero de Tony Blair Martin Kettle en su reseña de 'The Guardian'- con la clarividencia de conocer que todo, absolutamente todo, es un chiste.

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