Cultura

Byung-Chul Han, la resistencia española y las comedias románticas

Frente al imperante hedonismo sesentayochista y su contracultura, hemos de rescatar el hedonismo mediterráneo basado en la justa mesura

Hace apenas un par de días, El Español publicaba una breve entrevista al filósofo de moda Byung-Chul Han. Esto es todo un acontecimiento en nuestro país ya que quienes conozcan las excentricidades del surcoreano sabrán que es prácticamente imposible dar con él, siempre celoso de su privacidad… Un buen amigo mío suele contar una anécdota que tuvo una conocida suya cuando intentó entrevistar al afamado filósofo. Por lo visto, la primera pregunta que le hizo él fue: “¿Has leído toda mi obra?” seguido de algo así como que no perdería el tiempo con alguien que no había hecho el esfuerzo por repasar su entera obra publicada.

Así las cosas, en esta entrevista que se dio en el contexto de la escuela de verano de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo en Santander, Han abogaba por la siesta y la fiesta -tan típicas del mediterráneo moral- como “el contradiseño católico del protestantismo”. Y es que de forma inmerecida o no, parte de un relato negrolegendario o no, el norte de Europa ha venido creando un tópico de fuerte arraigo popular que recae sobre los Don Juanes de los países católicos del sur… A saber: el guaperas moreno con poblada barba y bendecido por Dios con una labia envidiable cuyo eje existencial es holgazanear entre siesta, vino y fiesta. ¡Ojo! Llama la atención que en toda la entrevista no se citaran también las palabras “mujeres” y “amor”, elementos indispensables en la construcción de dicho relato y tan del gusto de sus perpetradores los norteños. La cuestión es que hay una extraña y atávica relación entre “la ociosa vida contemplativa” que reivindica Han en la entrevista y la intensidad veraniega del amor cómplice entre hombre y mujer.

Albert Camus en su clásica obra ‘El mito de Sísifo’ -en donde llevaría hasta las últimas consecuencias su filosofía del absurdo- reflexiona: “encontramos la extañeza: darse cuenta de que el mundo es ‘espeso’, entrever hasta qué punto una piedra es ajena, nos es irreductible, con cuánta intensidad la naturaleza, un paisaje, puede negarnos. En el fondo de toda belleza yace algo inhumano, y estas colinas, la suavidad del cielo, los dibujos de estos árboles pierden al instante el sentido ilusorio con que los revestíamos, más alejados ya que un paraíso perdido”. He ahí la clave de vuelta de la vida contemplativa mediterránea que, por simplificar, con Ignacio Raggio diríamos que se trata de “Un desayuno frente al mar: un café, un zumo de naranja y un poco de pan con aceite para tener un bodegón perfecto y gozar del lujo de la pausa”.

Frente al imperante hedonismo sesentayochista y su contracultura, hemos de rescatar el hedonismo mediterráneo basado en la justa mesura

Pero, ¿Qué hay más ajeno, extraño, bello y capaz de negarnos que la complementariedad del sexo opuesto? Las colinas, la brisa, el salitre, las gaviotas que planean sobre nuestras sombrillas ingrávidas son tan sólo un eco de ello… Han olvida en su “contradiseño” al incesante ritmo del capital y el consumo la potencia contemplativa del amor de verano. Y es que, tal y como advertía enérgicamente Pasolini en el 74: “el modelo cultural que se ofrece a los italianos (y, por lo demás a todos los hombres del globo) es único. La adaptación a ese modelo la encontramos en lo vivido, en lo existencial: y, por tanto, en el cuerpo y la conducta. Es aquí donde viven los valores, aún inexpresados, de la nueva cultura de la civilización de consumo” se lamentaba… Frente al imperante hedonismo sesentayochista y su contracultura, hemos de rescatar el hedonismo mediterráneo basado en la justa mesura, una contra-contra cultura definitiva del cuerpo y la conducta. Quizá muchos crean que un servidor ha perdido la cabeza, pero denme chance, todo está relacionado.

Estoy seguro de que más de uno de ustedes ha tenido la suerte y la desgracia de caer rendido a los pies de una bella mujer que les sedujo como un fogonazo. Que probablemente rieran con ella más que nunca y que sintieran que aquello tenía una fecha de caducidad (aproximadamente comprendida entre la última semana de agosto y la primera de septiembre). Todos nos sabemos el triste desenlace de la historia: ella debe marcharse, partir y dejarlo todo atrás, es un amor imposible, pero de una intensidad sin parangón. Lo cierto es que yo también lo he experimentado, aunque en mi caso se trata de un amor de ida y vuelta que llega y tan pronto llega desaparece, como el Guadiana.

Ella ha estado presente y ausente en mi vida desde mi adolescencia, pero a fin de cuentas cuando nos reencontramos siempre es por un periodo determinado de tiempo. Me he enamorado y desenamorado todas y cada una de las veces que quedábamos para tomar una cerveza, ir a escuchar Jazz o pasear por la playa. El tiempo corre, pero el duro y seco golpe que invade mi pecho al verla después de un largo tiempo es siempre nuevo. Ella lo sabe, pero como en la canción de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés “Todavía yo no sé si volverá/ Nadie sabe, al día siguiente, lo que hará/ Rompe todos mis esquemas/ No confiesa ni una pena/ No me pide nada a cambio de lo que da…” Puede haberse cortado el pelo, teñírselo de un artificial negro azabache, comenzar a vestir como una guiri holandesa, engordar o ponerse en forma que una y otra vez caigo rendido.

Cuando uno anda embriagado de amor veraniego todo a nuestro alrededor pierde al instante el sentido ilusorio con el que lo revestíamos

¿Cuál es el motivo? Ciertamente tiene algo de catártico… Quizá en pequeñas dosis puede ser balsámico, pero prolongado en el tiempo es letal… Ella, más irreductible que la piedra si cabe, es alocada y divertida. En palabras de una amiga suya tiene una “forma de ver la vida muy original”… En septiembre (cómo no) se marcha a una isla perdida de la mano de Dios cerca de Madagascar, con el ánimo de zafarse de la vida superficial y el entorno banal que la rodea aquí en Barcelona.

Antes de que parta me gustaría que supiera que me ha dado una de las mayores lecciones: que la vida es un absurdo y precisamente por ello merece la pena ser vivida. Que el tiempo en su compañía, aunque intermitente y fugaz es intenso, pero liviano a su vez. Que más allá de las convenciones que compartimentan nuestra existencia este mundo es toda una ficción, pero una ficción muy verdadera. Que hay más verdad en una comedia romántica como ‘500 días juntos’ o ‘El lado bueno de las cosas’ (cuya protagonista, Jennifer Lawrence, me recuerda a ella en su genuina espontaneidad) que en un film premiado en Cannes. Que a su lado (como les habrá sucedido a ustedes en algún momento de sus vidas) es posible acariciar lo más absurdo de la existencia humana. Y, sobre todo, que no hace falta gran cosa para disfrutar de nuestro paso por aquí; que la vida es sencilla cuando nos alejamos del mundanal ruido y de la densa y espesa malla de obligaciones y nos sentamos sencillamente a observar; que reír a su lado es como levantar el telón del teatro y ver todo el atrezzo dispuesto de forma anárquica antes de la función. En resumen, cuando uno anda embriagado de amor veraniego todo a nuestro alrededor pierde al instante el sentido ilusorio con el que lo revestíamos… Volviendo a Camus… A él le bastó una piedra, quizá a nosotros nos haga falta un amor de verano para contemplar socarronamente el absurdo de la vida moderna.

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