La censura ha cambiado desde los tiempos de Franco, no solo gracias a la democracia sino sobre todo el ecosistema mediático. La diferencia principal es que los nuevos censores saben perfectamente que sus esfuerzos siempre serán baldíos. Conseguir que se retire un cartel de Zahara en Toledo (como logró Vox el jueves) o que se anule un concierto C. Tangana en Bilbao (como consiguió Podemos en agosto de 2019) solo sirve para que las propuestas artistísticas que rechazan sean más visibles todavía.
Estos episodios también dejan muy mal a los ayuntamientos de PSOE y PNV, que cedieron ante el puritanismo cultural de los morados y los verdes. Nadie duda de que el cartel de Zahara ha recibido un empujón promocional y todos recordamos que Tangana regresó triunfalmente a Bilbao unos pocos días después de ser prohibido, ofreciendo un recital gratuito. Además los artistas cobran igualmente del erario público porque hay contratos y adelantos de por medio. ¿Para qué sirven, entonces, los aspavientos beatos aparte de para promocionar los contenidos que te parecen tan peligrosos?
También tenemos que hablar de la famosa foto de C. Tangana en Ibiza, rodeado de mujeres en bikini sobre la cubierta de un yate. Desde el campo de la izquierda, se intenta decir que está polémica es totalmente distinta a la censura que ha sufrido Zahara. A primera vista, parece que tienen razón, pero en realidad no: el motivo de que cierto feminismo ‘progre’ no haya pedido censurar esa foto de Tangana rodeado de carne es que carecen de poder para imponérselo a Instagram, Google y Twitter. Si tuvieran esa posibilidad, seguramente muchas hubieran intentado cancelarlo, como ha ocurrido otras veces.
Tangana y el poder promocional de la censura
Siempre que ha existido la manera de censurar, cierto sector del feminismo español optado por eso. Está el citado concierto de Tangana suspendido en Bilbao a petición de Podemos o la ridícula campaña fomentada desde el Huffington Post en abril de 2018 para que los ayuntamientos españoles no contratasen a Maluma en 2018 (por lo visto, era socialmente nocivo que tocase en las fiestas de San Antolín en Palencia). A nadie le puede sorprender que The Huffington Post -básicamente, un tabloide digital ‘progre’- haya sido el medio más hostil a C. Tangana por la foto del yate. Llueve sobre mojado.
Ningún católico inteligente puede ofenderse por el cartel del concierto de Zahara. Esa imagen solo certifica la infinita potencia de la iconografía cristiana
Resulta ingenuo pensar que ciertas críticas a la foto del yate no buscan crear un contexto propicio para justificar censuras en el futuro. Hablamos, claro, de censuras impotentes, ya que cualquier artista que genere este nivel de atención mediática va a salir ganando con el circo de la histeria moralista. Vox le ha regalado a Zahara la campaña de relanzamiento de su disco Puta -excelente, todo sea dicho- y el feminismo hiperventilado está contribuyendo a que este agosto se escuche mucho más a C. Tangana.
En el plano del análisis cultural, ningún católico inteligente puede ofenderse por el cartel del concierto de Zahara. Esa imagen solo certifica la infinita potencia expresiva de la iconografía cristiana, a la que siempre recurren las divas pop, incluyendo a las cruciales Madonna y Beyoncé. El episodio solo ha servido para confirmar que en Vox también hay ‘ofendiditos’.
La mutación Madonna
En el caso de C. Tangana, la imagen se inscribe en una larga tradición de presentar a los cantantes masculinos como incansables sementales multitarea que solo pueden satisfacer la su deseo recurriendo a un harén. En esa categoría, podemos incluir a artistas tan diversos como Julio Iglesias, Robert Palmer y Poison, amén de Maluma y la mayoría de tropa reguetonera.
Las estrellas pop no ofrecen modelos de conducta, sino que alegran y colorean el muermo cotidiano
Hasta los años setenta, las artistas pop carecían de la misma libertad que los hombres, algo que cambió con la llegada de Madonna y su ampliación de la posibilidades, como puede verse en el clips como Express Yourself (1989), donde da rienda suelta a diversas fantasías sexuales, tanto de dominación como de sumisión, incluyendo la de su propio harén sexual. Ahí se empató el partido y así sigue el resultado.
Más triste todavía: quienes se escandalizan con las fotos promocionales de Zahara y C. Tangana tienen una visión infantilizada del público pop, como si quienes se expusiese a las imágenes no pudiera hacer otras cosa que ponerse a blasfemar o tratar a las mujeres de su entorno como muñecas sexuales. El consumo pop no funciona así: cuando compras una entrada para Zahara, Maluma y Tangana sabes perfectamente que no son modelos de conducta vital, sino una especie de superhéroes de ficción que sirven para lubricar las ganas de fiesta, hedonismo y ligoteo. También las conversaciones cerveceras.
No son personas, sino personajes de ficción, así que lo procesamos de la misma manera que los fans de James Bond, Spiderman y Bob Esponja, conscientes de que no podemos tomar seis dry martinis diarios, ni trepar por las paredes, ni vivir en una piña debajo del mar. El pop está compuesto de ficciones que nos ayudan a animar y dar color al muermo de la realidad cotidiana.
¿Para qué sirve esta censura impotente, y hasta contraproducente, que en vez de bloquear la circulación de contenidos lo que consigue es acelerar su visibilidad? La respuesta es que aquí no se trata de debatir o construir alternativas, sino de exhibir integridad moral. Vivimos en una sociedad tan narcisista que casi nadie considera que el narcisismo pueda ser un problema. En el fondo, nos da igual hacer más famosos a los artistas que odiamos siempre y cuando quede claro en el escaparate de las redes sociales que estamos en un plano superior a esos artistas y a sus seguidores. Así de tristes somos, así de tontos.
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