Everybody's talking at me
I don't hear a word they're saying
Only the echoes of my mind
(Harry Nilsson)
En esta vida se puede uno ir de dos formas: sin pena ni gloria, o con más historias que las mil y una noches. Algunos eligen la segunda, y a cambio han de pagar con su talento, su salud y su futuro. Son los que valoran más 100 noches en compañía de una bella mujer, que una Champions League. Esta tribu es escasa, pero atrevida, y siempre, siempre dejan huella. Son los astros del deporte que pisaron más los bares que el gimnasio, los bon vivant que no querían que nadie les arrebatase el presente. Sacaron más lustro a su gaznate que a sus botas de tacos.
‘Campeones de medianoche’, libro de Daniel Entrialgo que ha sido editado por la underground Muddy Waters Books, repasa las vidas de los deportistas más canallas de nuestra era. Auténticos tunantes que además fueron tocados por la gracia divina del talento. Si el halcón maltés estaba hecho del material con que se hacen los sueños, ellos estaban forjados con el que se moldean los genios. La genialidad está a un solo paso de la locura, y en esa fina línea divisoria se encuentran los protagonistas de esta obra.
George Best, Mágico González, Dum Dum Pacheco, Mike Tyson, John Daly, Dennis Rodman… El terror de cualquier licorería. Pasaban más tiempo en la noche que Batman en la última película estrenada. Sus correrías y juergas dejarían una huella tan imborrable como la de sus hazañas en el campo, el ring o la cancha.
El camino a la autodestrucción puede estar motivado por una carencia personal, poniéndonos freudianos. La búsqueda de sentido en el fondo del vidrio o en los carteles luminosos de los clubs. Puede que esto fuera lo que le pasó a George Best, uno de los mejores jugadores de la historia del fútbol y un alcohólico sin remedio.
Best formó parte de aquel equipo del Manchester United reconstruido desde las cenizas del trágico accidente de avión que supuso la muerte de hasta 23 personas, entre ellos 7 integrantes del equipo titular. Entre los supervivientes estaba Bobby Charlton y el entrenador Matt Busby, que trató a Best como un hijo. George Best llegó al equipo después de la tragedia y se encontró unos compañeros curtidos por el horror y de una madurez inusitada. Justo al contrario que él, un jovenzuelo con ganas de divertirse que no encajaba del todo en aquel grupo.
Con solo 22 años ganó su primera Copa de Europa ganando al Benfica de Eusebio, marcando el gol principal y siendo clave en toda la competición. Se respiraba en el ambiente un extraño espíritu, el de aquellos compañeros a los que la mala suerte arrebató uno de los momentos más bonitos en la historia de un futbolista, el de ganar la competición europea. En lugar de celebrar con el resto del equipo, se fue de fiesta con su nueva conquista (una rubia flacucha), su amigo John Lennon y Yoko Ono.
Con el paso de los años, la espiral de alcohol y autodestrucción de Best alcanzó tales cotas que terminaría desapareciendo días enteros y siendo confundido con un vagabundo. Terminó necesitando un trasplante de hígado y murió en pésimas condiciones.
El libro también nos trae la historia de Robin Friday, otro británico considerado “el mejor futbolista que nunca has visto”, ya que no hay testimonios audiovisuales de su talento. Con 25 años decidió dejar el fútbol para irse a trabajar a la construcción y terminó muriendo de sobredosis a los 28 años.
Hay quien apuesta por los coqueteos con Hades porque no le queda más cojones, hablando en plata. Es el caso de Dum Dum Pacheco, de familia humilde, barrio conflictivo y todas las papeletas para terminar siendo otro cadáver de la época quinqui. Menos mal que encontró en los guantes una forma de evadir su ira, de desahogar los malos ratos que pasó en la cárcel, de “Mear sangre”, como se titula su archiconocida biografía.
Pero entre tanta conducta suicida se atisba también lo que no deja de ser una elección vital. Y es que todos, tarde o temprano, tendremos que responder a la pregunta: ¿Cómo queremos que sea nuestra vida? Y esto es algo que otro de los protagonistas del libro, Mágico González, tuvo bastante claro.
Jugó en el Cádiz, pudiendo haber estado en el Barcelona u otro grande y ser el Leo Messi de sus tiempos. Hasta Maradona dijo que era mejor que él, pues hacía con las dos piernas lo que la mano de Dios hacía solo con la izquierda. Un fuera de serie que siempre supo que su fin en la vida no iba a ser machacarse en el gimnasio como Cristiano Ronaldo, mantener una estricta dieta durante años, pasarse su juventud centrado solo en el trabajo…
Mágico González eligió Cádiz, el flamenco, las tardes de guitarra con Camarón, las noches en los bares charlando hasta las tantas, las aventuras amorosas con las gaditanas, las largas siestas y el vino para acompañar las comidas. “Llego tarde a entrenar por el jet lag, en mi país son 10 horas menos y uno tarda en acostumbrarse”, decía tras varios años viviendo en España.
Un hombre sin apego al dinero, que no ahorró nunca. Todo lo gastaba o lo regalaba. Hasta el punto que una vez fue al entrenamiento descalzo porque le había regalado sus botas a un vagabundo que iba sin zapatos. Mágico González y la prueba de que Sócrates hoy podría jugar al balón. De que en nuestras decisiones vitales hay tanta o más filosofía que en el negro sobre blanco. Son campeones de medianoche, rebeldes sin causa, tahúres de su propia existencia. Para algunos, fracasados, para otros, supieron vivir a su manera.
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