Hace pocos días se publicó la noticia de que un tal Anselmo, socio 1.991 del Real Madrid, no puede ir al estadio Santiago Bernabéu porque no tiene smartphone. Como reza un artículo de Marca: “Él es una de las muchas personas mayores (hay más de las que creemos) que se han negado a entrar en la tecnología y que pueden vivir sin estar pegados todo el día a un teléfono móvil de última generación”. Dicho lo cual, no hace falta ser un anciano para no tener smartphone. Somos unos cuantos los que preferimos prescindir de este tipo de artilugios del todo innecesarios. De hecho, se sabe que los grandes ejecutivos de empresas tecnológicas de Silicon Valley llevan a sus hijos a escuelas privadas tech-free, es decir, libres de herramientas tecnológicas, según ha podido comprobar Vozpópuli.
En dichos colegios no encontrarás tablets, smartphones, libros digitales, ni cosas por el estiIo. Instituciones educativas de este tipo son la Waldorf School of the Peninsula donde van los hijos de los gurús tecnológicos. Se trata de una escuela que rechaza las nuevas tecnologías a la hora de educar y que, al igual que la española Escuela Libre de Enseñanza —previa al franquismo— procura crear vínculos entre el mundo material y los pupilos. En estos centros los niños cultivan la tierra y hacen excursiones, desarrollando un especial arraigo con la naturaleza, quizás para entender mejor los procesos de una realidad material, no virtual (que habrá de pertenecerles solo a ellos en el futuro).
En la Waldorf School of the Peninsula, con dos campuses, uno en Los Altos y otro en Mountain View, todo es analógico. El periodista Pablo Guimón lo explica en un artículo: “Los adultos que mejor comprenden la tecnología de los móviles y las aplicaciones quieren a sus hijos lejos de ella”. Chris Anderson, ex director de la revista Wired (centrada en la tecnología y su influencia social) dijo en referencia al iPad: “En la escala entre los caramelos y el crack, esto está más cerca del crack”. Tanto Bill Gates como Steve Jobs criaron a sus respectivos hijos al margen de las herramientas tecnológicas que ellos mismos mercantilizaban.
Élites vendiendo ansiedad
En este sentido, el director ejecutivo de una gran multinacional revela magníficamente la psicología del empresario tecnológico. Según dijo en una reunión privada: "Hoy somos fuertes porque producimos productos estúpidos para estúpidos […] y, cuidado, no es fácil proyectar productos estúpidos". Entre otras cosas, sabemos que nuestra inteligencia está decayendo particularmente desde 1975, que somos menos inteligentes que hace cien años, o incluso que hace dos siglos. Y parece que la introducción masiva de tecnologías digitales ha tenido mucho que ver con esto. El teléfono móvil es algo así como un cerebro sustitutivo que realiza tareas por nosotros y, cuanto más lo usamos, menos tareas realiza nuestro cerebro.
Una de cada cinco chicas estadounidenses ha tenido un episodio depresivo en el último año, relacionado con el uso compulsivo de 'smartphones' y redes sociales
Dicha falta de entrenamiento tiene consecuencias reales. Sin duda, los smartphones interfieren con nuestra capacidad para concentrarnos, al tiempo que crean estrés y ansiedad. De acuerdo con estudios estadísticos, los niveles de ansiedad y depresión entre la juventud del mundo anglosajón se mantuvieron estables durante los años noventa, hasta los dos mil, pero se vieron incrementados a partir de 2011, cuando el smartphone comenzó a preponderar en Occidente. Según el psicólogo Jonathan Haidt, a partir de 2011 se incrementaron drásticamente los episodios depresivos entre jóvenes de doce a diecisiete años. Los niños afectados por ellos pasaron de 5% a un 7%, pero en las chicas el incremento fue del 12% hasta un 20%.
Se sabe que los chicos suelen padecer patologías antisociales, mientras las chicas son más proclives a la ansiedad y la depresión. Una de cada cinco chicas estadounidenses ha tenido un episodio depresivo en el último año; algo directamente relacionado con el uso compulsivo de smartphones y redes sociales. Es evidente que este tipo de tecnologías interfieren con la reflexión y el estudio; son verdaderos narcóticos que promueven un estado de semiinconsciencia que sirve a unos intereses que no son precisamente los del usuario. Y esta accesibilidad a la tecnología viene condicionada económicamente: los adolescentes con menos ingresos pasan mucho más tiempo utilizando dispositivos digitales, al tiempo que las escuelas más elitistas prescinden de su empleo como parte del programa educativo.
Narcisismo digital
Por otro lado, tales aparatos incrementan el narcisismo (que interfiere con las relaciones humanas verdaderamente satisfactorias), obstaculizan cualquier forma de escucha, ya uno solo busca 'likes' que refuercen las propias posiciones y autoimagen; ya sea física o mental. También otorgan total preponderancia al mundo subjetivo (a la propia creencia) frente a lo objetivo (el mundo real, de los objetos, de los otros). Para madurar es fundamental aprender a escuchar, no solo a otras personas, sino a la propia realidad externa. Es a través de los golpes y frustraciones de la vida que uno aprende verdaderamente a vivir, no a base de oír lo que nos interesa. Cuando uno tan solo se escucha a sí mismo está condenado a fracasar en todos los ámbitos de la realidad (no virtual).
Las cifras en España son demoledoras: 7,6 millones de personas se consideran adictas al móvil
Vivir sometido a una omnipresente autoimagen virtual impide un conocimiento de la operatividad del mundo material, lo que interfiere con el potencial éxito de nuestras futuras empresas. La vida real no consiste en obtener 'likes', sino en actuar denodadamente —y a pesar del sufrimiento y rechazo de otros— para transformar y mejorar nuestra existencia, un proceso que exige arduo trabajo y buenas habilidades sociales. Si a lo que uno aspira es a mirarse el ombligo, sencillamente no va a ninguna parte. Hoy existe una obsesión por la autodeterminación y la autoimagen inversamente proporcional al interés del capitalismo contemporáneo por promover el narcisismo digital. Pero lo importante no es autodeterminarse, sino determinar el destino propio, algo que exige interactuar con otros en el mundo material del que nos alejan estas chucherías tecnológicas.
El uso compulsivo de estos dispositivos y apps refleja, por otra parte, una compulsión de diseño: no es que los usuarios seamos adictos natos, sino que las empresas tecnológicas diseñan dispositivos particularmente adictivos para promover tales compulsiones. Los diseñadores de redes sociales digitales y artilugios tecnológicos contratan a psicólogos para mantener a jóvenes y mayores pegados a sus productos (como ocurre también con las empresas que producen máquinas tragaperras). Y un grave problema es que la sociedad ha normalizado dicha adicción, exigiéndonos, incluso —como al pobre Anselmo—, someternos por completo a ella.
Los datos en España
Según las estadísticas, en España un 22,8% de la población usa el teléfono móvil de dos a cuatro horas diarias y un 23,4% de 1 a 2. Por otro lado, muchos de los propios consumidores se consideran adictos al móvil, exactamente 7,6 millones de ciudadanos. Como ocurriría con el alcoholismo, el primer paso es reconocerlo, aunque quizás otros tantos millones sean adictos sin siquiera saberlo. Hasta un 61% de españoles afirma que mirar el teléfono es lo primero y lo último que hace a lo largo del día. A su vez, 3,7 millones dice que "no puede pasar más de una hora sin consultarlo". En 2019, de media, en todo el mundo los ciudadanos han pasado de media 3h y 22 minutos al día con el smartphone. Es decir que pasamos "48 días completos [al año] dedicados a nuestro teléfono inteligente". Los jóvenes de 18 a 24 años dedican 6,06 horas al día a su dispositivo móvil. En el caso de España un estudio enfatiza que "superamos la media mundial en el uso de aplicaciones en todas las categorías salvo en las de citas".
La cultura económica actual se funda en una lucha ferozmente competitiva por acaparar nuestra atención. Es dicha atención del consumidor –nuestra subjetividad consciente– aquello que quieren apropiarse a toda costa las corporaciones para transmutarla en lucro suyo. Contar con redes sociales digitales en tu desktop es una cosa, llevártelas contigo para consultarlas en todo momento, es otra muy distinta. Es como el cocainómano que, al menos, se deja la coca en casa, frente al adicto que la lleva siempre consigo. Los grandes promotores de la realidad digital saben bien de qué va la cosa y qué es lo que venden, por ello que hacen suyo el clásico eslogan del narcotraficante exitoso: Don’t get high on your own supply (No te coloques con tu propia mercancía).
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