Mario Camus ganó en 1983 el Oso de Oro en Berlín con La colmena, la adaptación a la gran pantalla de la obra homónima de Camilo José Cela. Desde entonces, ninguna película se había alzado con el máximo galardón de la Berlinale, hasta que el pasado mes de febrero Carla Simón rompió casi cuatro décadas baldías con su nueva película, Alcarràs. Si la cinta de Camus mostraba la miseria cotidiana de la España de posguerra, el segundo largometraje de Simón se detiene en la última cosecha de una familia del interior de Lérida para reflexionar sobre la tradición y la familia, y mostrar también los estragos de la globalización en las pequeñas empresas familiares.
Al igual que hizo en Verano 1993, su primer largometraje, para el que se basó en su infancia, Carla Simón vuelve a recurrir a sus vivencias y toma como referencia a sus familiares agricultores del interior de Cataluña. Además, mientras que en su primer filme recurrió tanto a actores profesionales como también inexpertos, en esta ocasión ha preferido contar con un elenco totalmente "amateur", una condición imprescindible para lograr el mayor naturalismo posible, lo que ha supuesto un trabajo de casting que ha durado meses.
La "cocción lenta" que requiere su trabajo sitúa a esta directora en la periferia de una industria cinematográfica que se mueve a demasiada velocidad. Los dos largometrajes con los que cuenta hasta ahora la alejan del resto de cineastas nacionales y gracias a su ritmo de trabajo, lento y preciso como el de un artesano, Simón logra una intimidad, una reflexión, una ternura y un naturalismo que de otro modo serían imposibles. En Vozpópuli hemos hablado con la directora con motivo del estreno de Alcarràs este viernes en los cines españoles.
Pregunta: En Alcarrás vuelves a tirar de intimidad y de paisajes familiares. ¿Por qué?
Respuesta: Esta inspirada en mi familia, pero no es su historia. Mis tíos siguen cultivando melocotones en Alcarràs, es un trabajo que aún hacen y ojalá siga mi primo. Estuvimos dos veranos instalados en la masía que tienen en las tierras, desde donde escribíamos y cada día íbamos a la cosecha para ver cómo trabajaban y recogíamos anécdotas o añadíamos recuerdos de nuestra infancia.
Cuando los adultos actúan con niños se olvidan de ellos mismos porque tienen que atender al niño y eso les ayuda a estar más naturales", señala la cineasta
P: Mientras que algunos directores huyen de trabajar con niños, tú repites. ¿Has encontrado ventajas donde otros ven inconvenientes?
R: He trabajado con niños toda mi vida. Desde adolescente trabajaba como monitora de campamentos de verano, luego empecé a darles clase de cine y luego les dirigí. Además, para el tono que busco para mis películas, que es más naturalista y que parezca que las cosas pasan delante de la cámara por casualidad, los niños tienen esa espontaneidad que por mucho que planees lo que está escrito siempre te sorprenden. Hay algo muy bueno a la hora de trabajar con niños porque aportan eso que siempre busco: que esté vivo lo que pasa dentro de la toma. Y no solo entre ellos, sino también con los adultos. Cuando actúan con niños ellos también se olvidan de ellos mismos porque tienen que atender al niño y eso les ayuda a estar más naturales.
P: Además has trabajado con un elenco inexperto. ¿Era arriesgado?
R: Hay una parte muy humana de transformar a unas personas que no se conocían en una familia o enseñarles cómo hacer una película. Supone más trabajo que recurrir a actores, pero en Alcarrás tenía mucho sentido porque retratamos una zona muy concreta de Cataluña, con un catalán muy concreto que se habla allí, y buscábamos agricultores. Cuanto más real fuera su piel y su forma de trabajar en el campo, mejor.
P: La pandemia te llevó a cambiar los planes. ¿Cómo afectó al casting y al proyecto?
R. Estábamos a tres meses de rodar, con el casting claro y las localizaciones listas y, de repente, se paró todo. Teníamos que esperar a la siguiente cosecha, los melocotones no nos esperaron. Cuando volvimos con el casting dudamos de los niños y nos dimos cuenta de que no afectaba mucho al guion. Solo cambiamos a los mellizos.
P: ¿Tuvisteis tentación de cambiar la fruta de la cosecha?
También valoramos cambiar la cosecha. Hicimos una lista de posibles frutas que se podían recoger más tarde, como la manzana y otras frutas de invierno. Pero nos dimos cuenta de la urgencia que tiene el hecho de recoger fruta dulce: si no la recoges se pudre en el árbol y ya no la puedes vender. En una premisa en la que la familia tiene que dejar las tierras pero hay que recoger sí o sí, no se podía atender al problema para seguir adelante, lo que no ocurre con otras frutas. Y además, ocurre en verano, cuando la familia está junta y los niños y los mayores conviven. No habría la misma libertad.
P: Las manifestaciones que se ven en la película coinciden con las que se ven en la actualidad y que hace semanas llegaron a afectar a la cadena. ¿Qué te parece más preocupante?
R: Lo que me parece más preocupante es la incapacidad de regular el precio de la fruta, que les afecta mucho a las pequeñas familias de agricultores para poder sobrevivir. Si uno cultiva la tierra y no sabe qué le van a pagar por cada kilo, es muy difícil vivir. No lo saben hasta diciembre, es mucha incertidumbre y muchas veces les cuesta más producirlo que lo que les pagan al final, y las empresas familiares son mas difíciles de sostener. Es el gran problema: tal y como fluctúan los precios y el hecho de que halla grandes empresas que producen mucho y les da igual lo que se cobra por el kilo, o los intermediarios sin la idea de consumo de proximidad, hace que esa manera de hacer agricultura en familia sea difícil de sostener. Tengo un discurso muy pesimista pero con argumentos que son muy comprensibles.
Ahora mismo se rueda a una velocidad que no podría asumir como creadora. Se produce mucho y muy rápido y mi manera de hacer es un cine de cocción lenta", afirma Carla Simón
P: Con el estreno de Alcarràs se han abierto algunas salas de cine. ¿Tienes esperanza de que las cosas vayan a cambiar tras la pandemia?
R: La tengo porque el cine como experiencia colectiva creo que no va a desaparecer, por mas plataformas que existan, las dos cosas son compatibles. Poco a poco la gente más joven está volviendo a las salas. Cuando supimos que reapertura de sitios donde ya no se mostraban películas nos hizo felices.
P: ¿Te sientes una cineasta en los márgenes, por tu manera de rodar y el elenco que eliges?
R: Siento que mi manera de hacer es hacer cine desde la resistencia, por ejemplo con los tempos que necesito. Ahora mismo se rueda a una velocidad que no podría asumir como creadora. Se produce mucho y muy rápido y mi manera de hacer es un cine de cocción lenta, que necesita tiempo, investigación y humanidad para que los actores que no son profesionales se sientan cómodos. Mis tempos no se corresponden con los que impone el mundo hoy en día. Tengo muy claro que es mi manera de hacer y siempre defiendo el tiempo para el proceso creativo como lo más importante. Tuvimos un año de casting, dos años de escritura de guion y ocho semanas de rodaje. No sé si me siento en el margen, pero sí en un lugar que no es el estándar.
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