Maestro de maestros. El número de discípulos que Carlos Saura deja en el cine español es mayor de lo que él mismo hubiese imaginado nunca, a pesar de haber contagiado con sus obras la pasión que le movía, el motor de su infatigable curiosidad por aprender, por descubrir, aquello que le convirtió en uno de los directores más prolíficos, incapaz de quedarse sentado, el candidato menos dotado para descansar, para frenar su actividad, incluso para cerrar los ojos.
Con 91 años y seis décadas de trayectoria cinematográfica, daba la impresión de que no se había detenido ni siquiera para parpadear. Era nuestro Manoel de Oliveira, nuestro artista incansable, que despistaba incluso a quienes le otorgaban premios honoríficos, convencidos de su energía inagotable, tan seguros de que nunca era tarde para el aplauso colectivo.
Saura dirigió algunas de esas películas que han hecho destacar a España en uno de los ámbitos más difíciles, el de los festivales de cine, un círculo tan complejo y cerrado, con tantas sensibilidades y en ocasiones arbitrario, en el que no obstante supo brillar. Su película Cría cuervos (1975) -su primer guion en solitario- obtuvo buenos resultados en el Festival de Cannes, el más importante dedicado al cine de autor, donde recibió el Premio del Jurado del certamen en 1976 ex aequo con La marquesa de O de Éric Rohmer.
Si bien con aquella película, protagonizada por Geraldine Chaplin y una niña Ana Torrent, consiguió el prestigio internacional, en España se convirtió en un título memorable, candidato quizás a convertirse en una de las mejores películas rodadas en el país. Además, pocas filmografías españolas cuentan con un número tan redondo de buenas películas: Los golfos, La caza, La prima Angélica, Deprisa, deprisa, Elisa, vida mía, Carmen, El amor brujo, ¡Ay, Carmela! o Bodas de sangre completan una lista sin parangón en el cine nacional.
Años después de su triunfo en Cannes, su periplo por festivales continuó, y en 1981, logró el Oso de Oro en la Berlinale con Deprisa, deprisa, un clásico del cine quinqui, premio que, desde entonces, solo han conseguido otros dos españoles: Mario Camus en 1983 con La colmena y el pasado año Carla Simón con Alcarrás.
Carla Simón, precisamente, fue quien le hizo entrega de la Biznaga de Oro en la pasada edición del Festival de Málaga, el galardón honorífico de este certamen del cine en español. Ella también era una de las nominadas que esperaban aplaudir con fuerza de nuevo al maestro en la gala más importante del cine español y, como buen discípulo del maestro, mirará al futuro, inevitablemente, como lo hacen los personajes de su Alcarrás.
Todos le esperaban ver a Carlos Saura este sábado 11 de febrero en Sevilla en la gala de los premios Goya, donde iba a recoger el galardón honorífico en reconocimiento a toda una trayectoria. Sobre el escenario, con el público en pie, ataviado con su cámara fotográfica de la que no se despegaba jamás, y que disparaba siempre que algo le llamaba la atención, el cineasta iba a recibir un sentido homenaje de todos esos seguidores, más o menos silenciosos, que recogen su legado.
Carlos Saura, historia de España
Carlos Saura es historia de España y era, junto a Mario Camus, fallecido en septiembre de 2021, uno de los testigos del cine rodado durante el franquismo. "He dirigido cine, teatro, ópera y he dibujado y pintado toda mi vida, y espero seguir haciéndolo", manifestó recientemente tras conocer la noticia sobre la concesión del Goya de honor, un premio que tardó en llegar y que, injustamente, no podrá acariciar.
El director era un artista sin descanso, los ojos curiosos que no paran de mirar a través de su objetivo, la cabeza que siempre estaba pensando en nuevos proyectos. Hace apenas una semana estreno en los cines Las paredes hablan, un documental en el que indaga en la pulsión artística que compartieron el hombre del paleolítico y el artista contemporáneo. La búsqueda de la esencia del arte le tuvo ocupado en varios documentales como Iberia (2005), en el que abordó el mundo del flamenco, o Jota de Saura (2016), centrado en el cante y el baile de Aragón, su tierra natal.
Sus ojos, tan abiertos y profundos como los de Ana Torrent en Cría cuervos, siempre fueron los de un niño que solo sabe mirar al futuro
Quien tuvo la oportunidad de entrevistarle conoce su enorme generosidad en las respuestas, su curiosidad por el periodista, su agilidad para no meter la pata, la velocidad de su palabra, aunque a menudo más lenta que sus pensamientos, que uno podía vislumbrar casi a la velocidad de la luz. Este giro de guion ha pillado a todos por sorpresa porque todos estaban convencidos de que su curiosidad insaciable le había dado años de vida. El descanso nunca estaba en sus planes, y entonces uno pensaba que esa pausa eterna, la sorpresa ingrata y la noticia más triste tampoco iba a llegar nunca.
Contaba hace apenas unos días a Vozpópuli María del Puy Alvarado, productora de su reciente documental, que si se hacía un parón en el set, Carlos Saura, que en enero cumplió 91 años, sacaba su libreta y sus lápices o sus acuarelas y se ponía a dibujar a los miembros del rodaje. "Él considera que está aprendiendo todavía", manifestó la cineasta. Su mayor legado, el de un cineasta imprescindible, puede que sea precisamente su mirada. Sus ojos, tan abiertos y profundos como los de Ana Torrent en Cría cuervos, siempre fueron los de un niño que solo sabe mirar al futuro.
Liberty Valance
Siempre me ha aburrido. Incluso mas que Bergman