Acaba de bajar de un Ave procedente de Zaragoza. Son las doce y media de la mañana y Carlos Saura (Huelva, 1932) avanza a través de los pasillos de una tienda por departamentos. Más de un centenar de fotografías intervenidas por él con cera, tinta y acuarela se sujetan con clavos a las paredes. Las exhiben para su venta. Mujeres de perfil anguloso, paisajes de la Sierra de Guadarrama, fotogramas intervenidos. Todas se distribuyen junto a estanterías con flores plásticas y almohadones para alcobas que podrían ser las más aburridas del mundo. Ese es el lugar donde esta conversación habrá de ocurrir: en el pasillo de unos grandes almacenes, entre gente que se aburre y otra que presiona la pantalla de su teléfono sin levantar la mirada al frente. Así habrá de ocurrir: jalonada por la sonrisa y el ingenio del cineasta aragonés, quien además estrena película, La Jota, un largometraje dedicado a una música vigorosa a la que él devuelve luz y belleza.
Ochenta y cinco años. Más de 40 películas. Tres novelas. Cinco libros de fotografía. Siete hijos. Algo en este hombre no tiene límite.
Ochenta y cinco años. Más de 40 películas. Tres novelas. Una decena de guiones. Cinco libros de fotografía. Siete hijos. Algo en este hombre no tiene límite. Se derrama incontrolable. Por eso todo lo que él toca se expande, ocupa tal volumen que su roce se fija a la memoria. ¿Quién no recuerda a ese don José que de solo mostrar el puñal ya atraviesa las entrañas de Carmen y las nuestras? ¿Cuánta belleza y violencia no se funden, se comen la una a la otra, en sus montajes de beso y tensión? ¿No existe en su Ay Carmela una ternura áspera o en La caza un suave algodón de conejo que ya sangra de solo mirarlo? Sin duda, algo en Carlos Saura no tiene límite. Dentro y fuera de la lente a través de la que mira el mundo, algo se derrama. ¿Qué ve él que a los demás nos pasa desapercibido?
Esa ha de ser la razón por la cual, a sus 85 años, mira más y mejor. Mira mucho más allá de lo que cualquiera. De eso habla en esta entrevista, esta conversación que ocurre en dos mullidos sillones de una tienda por departamentos
Además de su conocida trilogía con Antonio Gades (Bodas de sangre, Amor Brujo, Carmen) o sus películas junto al productor Elías Querejeta –una radiografía de la España franquista-, Carlos Saura ha dedicado parte de sus películas a personajes clave de la historia de España, y los ha retratado en sus momentos más complejos: el Goya exiliado en Burdeos, sordo y aporreado por la amargura y el absolutismo de Fernando VII; a San Juan de la Cruz, un hombre acaso demasiado inteligente para la época y el estamento en el que vivió; las contradicciones de Lope de Aguirre, el explorador más cruento de la historia de la conquista … El mundo visto frontalmente no dice nada. Por eso Saura siempre lo cuenta desde otro lugar. Esa ha de ser la razón por la cual, a sus 85 años, mira más y mejor. Mira mucho más allá de lo que cualquiera. De eso habla en esta entrevista, esta conversación que ocurre en dos mullidos sillones de una tienda por departamentos.
-Después del flamenco, el tango, el fado ¿En su tierra le reclamaban la Jota?
-La Jota es un baile precioso y un ritmo estupendo. Me apetecía hacerlo. Es verdad que en Aragón me decían ‘tanto flamenco, tanto fado y tanto tango… ¿y la Jota para cuándo?’ Ha sido decirlo, y nos hemos puesto a trabajar. De ahí esta película –Carlos Saura hace una pausa, mira a los lados, rápidamente, como si fuera a cruzar una calle. Entonces ríe.
-Pensando en su trilogía con Gades y su trabajo con el flamenco,¿ se puede decir que Carlos Saura inventó un género?
-El musical con argumento que yo he hecho es más o menos tradicional. Lo que sí puede llegar a ser un invento es el musical sin argumento. He hecho ya doce musicales de los cuales, con argumento, estarían Bodas de sangre; Carmen; El amor brujo; Io, Don Giovanni. Sin argumento he hecho cerca de nueve, el más reciente de ellos, La Jota. En este tipo de películas, a través de la mirada de la cámara, se organiza una especie de arco que termina siendo una película de hora y media, donde hay que estudiar cada número en función de su calidad, la escenografía o el movimiento de cámara. Eso sí que no lo ha hecho nadie, que yo sepa.
-Su filmografía es prolífica y ha buscado meterse en el centro de los grandes relatos y personajes: Goya, San Juan de la Cruz, Buñuel. ¿Se le resiste el Picasso que pintó Guernika?
-Se me resiste porque la producción no termina de darse. Cuando estamos a punto, Antonio Banderas no tiene la fecha disponible o algo no cuaja; al final siempre hay algún problema. Con respecto a lo que dice sobre la historia de España es cierto que he trabajado una serie de personajes. He hecho más de 40 películas. Cada uno de esos personajes a la que dediqué algunas de ellas es un ensayo personal. Está Lope de Aguirre, San Juan de la Cruz, Goya, Buñuel, pero siempre he querido hacer algo de Felipe II y se ha ido quedando en proyecto.
-La Guerra Civil española está muy al comienzo con La caza y la retoma casi 30 años después con Ay, Carmela, sin embargo hay un rumor de fondo en toda su obra.
-La guerra civil española está siempre presente en mis películas. Es un tipo de violencia que se manifiesta en otras, como el tango, que es un baile y una melodía para nada optimista. En ese sentido, de alguna manera, lo violento, la guerra, está siempre presente en mis películas y en mi vida, incluso hasta en la Jota. Hay unos versos que recita Labordeta en la película, Rosa rosae, donde aparece la guerra reflejada y es una de las escenas más interesantes de la película, incluso no siendo una Jota.
-Insisto, en su cine hay constantes (la música, la historia, las adaptaciones) con vocación de relato colectivo, de identidad pero no como algo folclórico o tópico. Por ejemplo, el flamenco.
-El flamenco puede ser festivo y puede ser dramático. Y lo es. Es como el jazz, aunque siendo popular, lo trasciende. Es un invento genial que se proyecta hacia el futuro, admite fusiones que los demás ritmos y expresiones del folclore no admiten. Eso es lo que he trabajado con la Jota, sacarla del puro folclore, de solo bailarla con el cachirulo, y darle una dimensión mucho más amplia.
Saura: "En España, se considera a la cultura (el cine, la pintura, la escritura) como una cosa periférica"
-Permítame insistir con el tema identidad, que es un discurso a su manera hoy polémico y voluble en España.
-España es un país que está olvidando una cantidad de posibilidades culturales, entre muchas otras cosas. Eso no quiere decir que no haya francotiradores y gente muy buena trabajando sobre muchas cosas, pero es una minoría. En España, se considera a la cultura (el cine, la pintura, la escritura) como una cosa periférica, no digo una cosa de vagos, porque tampoco es así. Pero se considera como gente que está al margen de todo y no se dan cuenta, y hay que decirlo cuarenta veces, que cuando vas a Estados Unidos, a China, a Japón o Argentina, aparte del Real Madrid o el Barcelona está Gaudí, está Picasso, Miró, Cervantes, Goya. Lo que verdaderamente queda de España es eso.
-En la década en la que trabajó con Labordeta, todavía en el franquismo, desarrolló una radiografía de España. En cada momento vital ha tenido vocación de intervenir estéticamente, de construir relato. ¿Por qué?
-España ha cambiado muchísimo. Hace poco he publicado un libro de fotografía de la España de los años cincuenta y sesenta. La realidad de hoy no tiene nada que ver con aquella. España era un país miserable, de muchos pueblos. Era una vida medieval, con un analfabetismo brutal. No nos damos cuenta de hasta qué punto España ha cambiado. Los que estábamos haciendo cine, intentábamos modificar eso y también cambiar el cine que se hacía, que era mucho más frívolo, mucho más ligero. Eso no quiere decir que no fuera estupendo o estuviese bien hecho, pero que no se enfrentaba con la realidad española. Nosotros estábamos obsesionados por mostrar una España diferente, o que nosotros veíamos como tal, donde había familias y gente que luchaba, otra que no estaba de acuerdo. Eso fue el comienzo de nuestro cine. Eso se ha cambiado. Antes era necesario un cine político. Ahora el cine político se hace en la televisión . ¿Para qué va a hacer una película sobre lo que está pasando ahora si lo estás viendo todos los días? Era otro mundo el nuestro, donde todo llegaba más tarde. Sólo existía la radio. Había una idea mucho más estricta de lo que era conveniente y lo que no.
-Rafaela Aparicio es un personaje que resiste, está en Ana y los lobos y Mamá cumple cien años , pero atraviesa su obra porque. ¿Sigue siendo transversal en España?
-Rafaela Aparicio es algo muy mediterráneo. La mamma italiana y eso. Pero en España hay más diferenciación del Norte y el Sur. Tiene matices, grados. Digo esto porque Rafaela Aparicio identifica a una madre poderosa y dominante (aunque no lo parezca y que tiene una influencia muy grande). Incluso llego más lejos. En la familia española, aunque se está perdiendo con las nuevas generaciones que son más libres, la madre representa como figura la corruptela. Esa madre que está ahí y dice: ‘oye, por qué no me colocas ami hijo, recuerdas que te hice un favor’... Eso y la picaresca recorren la historia de España. Aquello de ‘vamos a ver cómo no pagamos impuestos’. Ese concepto tan distinto de los países nórdicos. La familia tiene algo de esa historia. Aunque está cambiando.
-¿Cree usted que a España le falta en los últimos tiempos capacidad de relato, de contarse a sí misma?
-España es un país muy complicado, cuando hice ·El Dorado, una película que estaba basada en las crónicas de Indias, es decir no había ficción alguna, un catedrático reconocido y respetado dijo: ¿Qué se ha creído Saura para hacer esto? Así como diciendo que la conquista había sido maravillosa y que el imperio español se hizo con héroes estupendos. Pocas veces salgo al paso de estas cosas, pero recuerdo que le contesté. ¿Usted como que, en verdad, no sabe nada de historia? O, por ejemplo, la gente dice: ‘¿Para qué hablar de la guerra de España? Pero hay que hacer más películas sobre la Guerra Civil, para que no vuelva a pasar. Yo tengo siete hijos. Les importa un pepino la historia de España. Es cierto que están educados de otra manera, que los tiempos cambian. Pero hay que conocer la historia. No hay que perder de vista que las cosas cambian y que hay que saber adaptarse, es cierto. Pero también piensa en la fotografía, aprietas el obturador y obtienes algo que ya es pasado. Algo que ya no existe. Nada es fijo, es cierto. Pero hay que saber lo que ha ocurrido.
"El problema es que la cultura no significa nada o casi nada. Ese el gran problema. Además, es un término tan abierto…¿Qué es la cultura?"
-¿Qué reproche haría Carlos Saura a la cultura como colectivo, como estamento?
-La cultura debería tener más importancia. El problema es que la cultura no significa nada o casi nada. Ese el gran problema. Además, es un término tan abierto…¿Qué es la cultura? Si te refieres a cosas concretas como la pintura, el cine, la escritura, la fotografía, el teatro… pues hay que decir que en este país lo que habría que hacer es fomentarla y no meterle unos impuestos terribles que no tiene nada que ver con otros países de Europa. La cultura francesa es boyante y la española va para abajo, porque no se protege. Eso es así de sencillo.
-Así como estamos, rodeados de más de cien fotografías intervenidas, y contando sus más de 40 filme, sus libros publicados. Es usted un humanista contrarreloj
-Sí. Me gusta dibujar, pintar, escribir. Una de las cosas más maravillosas son la pintura y la escritura porque son vicios solitarios. El cine es otra cosa. Peor escribir y pintar ocurre solo.
-Para cerrar, Borges. Por favor.
-Si hay un escritor que adoro es Borges. Me sentía y me siento muy influenciado por él. Todo en mis musicales reflejan sus temas: los espejos, la multiplicidad. Aunque eso es algo que también está presente en el Siglo de oro. Quevedo o Cervantes jugaban con espejos, cosas que cambian y se mueven.
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