Cultura

Carta chocarrera a la ministra de Igualdad

Señora Ministra,

Sepa, antes de nada, que pese a ser y sentirme hombre, confío en convertirme en una buena persona. Por una equivocada convicción ideológica, en los últimos meses he criticado en varios artículos las políticas llevadas a cabo po

Señora Ministra,

Sepa, antes de nada, que pese a ser y sentirme hombre, confío en convertirme en una buena persona. Por una equivocada convicción ideológica, en los últimos meses he criticado en varios artículos las políticas llevadas a cabo por su antecesora. Querría manifestarle públicamente mi arrepentimiento y decirle que he cambiado de opinión. Entiendo que pueda desconfiar de mis intenciones, pero piense que todos aquellos que han mostrado cierta inteligencia y espíritu crítico han modificado su ideario cuando las circunstancias lo requerían. ¿Cuántos antiguos comunistas no son hoy exitosos defensores del capitalismo? ¿No empezó, acaso, Lluís Companys siendo un españolista para acabar como mártir del independentismo catalán? ¿No pasó Ramón Franco Bahamonde, célebre hermano del dictador, de ser diputado en cortes por ERC y cuasi proclamar la independencia de Andalucía, a unirse al bando nacional y a morir en accidente aéreo cuando se disponía a bombardear a rojos y sediciosos? Usted lo sabe: cambiar de opinión, como ha hecho nuestro Presidente con sus pactos progresistas, es deseable para el bien común.

Seré directo y le confesaré que estoy preocupado por su nombramiento. Temo que su perfil socialdemócrata domestique el Ministerio de Igualdad y haga peligrar la continuidad de las políticas emprendidas por las señoras Montero y Rodríguez “Pam”. Sé que antes he defendido lo contrario, pero estoy convencido de que si queremos dejar atrás las injusticias, el sufrimiento y todas las desgracias que se desprenden de la parte más oscura de nuestra naturaleza debemos apostar por medidas atrevidas que penetren sin miedo en los rincones de las calles y hogares españoles para extirpar el machismo de raíz. No se deje amilanar por discursos negacionistas que pretenden preservar el derecho a la intimidad o la presunción de inocencia de los hombres a costa de la vida y el bienestar de las mujeres. ¿No ha el patriarcado durante milenios controlado de manera milimétrica la vida femenina? ¿No han sido siempre ellas, desde Helena de Troya a Ursula von der Leyen, consideradas culpables de todo desorden social? Por si pudieran ayudarle a avanzar sin titubeos, le ofrezco sugerencias para cuatro temas que considero fundamentales:

1) En primer lugar, escuche a los diputados de Podemos y Sumar que se negaron a asistir a la jura de la Constitución por parte de la Princesa Leonor y acabe con la monarquía. Sé que ha habido populistas que han señalado la extrañeza de que sean los mismos ministros de Sumar, que ocupan cargos por ser miembros de ilustres familias, los que critiquen que no existe la igualdad si alguien llega a la jefatura del Estado por razones genéticas. Pero no se deje confundir. Que la madre del ministro Pablo Bustinduy haya sido también ministra no se debe, desde luego al azar sino a una sana endogamia, y no es para nada una situación comparable. El Rey Felipe VI, no solo no es igual ante la ley al resto de los españoles como sí lo es Bustinduy, sino que renunció a sus responsabilidades diplomáticas al casarse con una mujer que no pertenecía a ninguna Casa Real. Reconozca que los miembros más destacados de nuestra izquierda radical lo han sacrificado todo en este sentido, manteniendo una inexpugnable cohesión entre las más nobles familias de la política y cultura española para asegurar así el control y viabilidad de las instituciones. Es quizás complicado de asumir, pero no tendría ningún sentido que cualquier gañán hijo de vecino, carente de contactos al más alto nivel y de experiencia familiar en las instituciones, llegase a dirigir el destino de los españoles. Escuche, por lo tanto, a los diputados de Podemos y Sumar e iguálelos al menos en privilegios a la Familia Real, pues como ya sabemos que sus hijos mandarán con bondad sobre nosotros merecen que sufraguemos la mayor parte de sus gastos. Le propongo que instaure en la Declaración de la Renta una casilla para la obligada financiación de estas familias republicanas que se denomine “Tasa Maura” en homenaje a los servicios centenarios que esta genial saga ha proporcionado y proporciona a nivel político y cultural a nuestra patria.

2) En segundo lugar, ahonde en las políticas de señalamiento ciudadano y privación de derechos iniciadas por su antecesora, y denuncie como basura liberal a todos aquellos que las critiquen. Es muy posible que no se haya dado cuenta, pero las campañas del Ministerio de Igualdad contra la violencia de género suponen una modernización de las teorías nazis sobre el espacio vital que convierten a estas en algo ético. Incluso Comunidades Autónomas y ayuntamientos de signos políticos distintos las han interiorizado, como muestran las dos fotos que le adjunto. Es algo muy sencillo de entender. Proclamar que tal comercio, bar u oficina es un “espacio libre de violencias machistas”, un “espacio seguro para la comunidad LGTBQ” o animar a la ciudadanía a denunciar a todo amigo, familiar o conocido al que detecten la mínima señal de conducta machista, supone exterminar del espacio compartido al ciudadano contagiado de mal hasta hacerlo desaparecer. No se asuste por el origen nazi de estas prácticas. La eugenesia también fue popularizada durante el III Reich sin que eso impida que haya vuelto a conquistar, transformada, nuestras sociedades.

Tome a Viktor Orban como ejemplo de lo que debe ser físicamente un líder que defiende la igualdad y declárele la guerra a la corporalidad tecnócrata, otanista y minuciosamente hormonada de políticos al estilo de Pedro Sánchez

Le propongo, sin embargo, que vaya más allá aprovechando las innovaciones tecnológicas. Pónganos una pulsera telemática con dispositivo de micrófono y cámara a todos los varones que tengamos más de cuatro años para monitorizar nuestras interacciones con las mujeres. Ningún hombre debiera preocuparse a no ser que tenga algo que ocultar. Puedo asegurarle que sentirse vigilado por el Ministerio a mí me ha convertido en mejor esposo. Siempre que mi mujer alza la voz para regañarme o pedirme explicaciones por algo que he hecho respondo “sí, cariño, tienes razón, perdona”, cambiando a veces “cariño” por “tesoro” o incluso “bombón”, aunque este último término he dejado de utilizarlo por la evidente sexualización que conlleva. Como ve, imponer pulseras telemáticas inteligentes convertiría a las mujeres en las reinas de la casa y permitiría a la policía y a los servicios sociales intervenir ante el mínimo gesto machista. Existe, con todo, un problema de difícil resolución. Estas pulseras no pueden monitorizar el sentido feminista de nuestras muestras de deseo conyugal. Le reconozco que he tenido alguna mala conducta al respecto, pues sin pretenderlo he experimentado erecciones luctuosas al estilo de las que aparecen retratadas como machistas e impulsoras de odio en las novelas de Lucia Litjmaer. Ha habido momentos de intercambio sexual en los que he deseado a mi mujer por sus características físicas, dejando de apreciar sus virtudes intelectuales y su devota labor de madre, e incluso he llegado a fantasear con alguna vecina, compañera de trabajo o mamá de la escuela. He solucionado estos conflictos mediante ejercicios mentales que su Ministerio podría recoger en un tríptico para aconsejar a los hombres de España. En concreto, he conseguido insuflar un espíritu feminista a mis erecciones imaginando que recolectaba limosnas para el Domund con las mujeres que, ya honestamente, deseaba, o colaborando con ellas en un céntrico Punto Lila.

Géneros equivocados

3) En tercer lugar, le pido que no ceje en el empeño de adaptar la lengua castellana y los usos del lenguaje a los nuevos tiempos. Entiéndase con el resto de Ministros y con el Presidente y aprueben un edicto que obligue a la RAE y a todos los colegios, institutos y órganos oficiales de España a cambiar la discriminatoria y vejatoria expresión de uso cotidiano “HIJO DE PUTA” por la más ajustada locución “HIJO DE HOMBRE”. Le animo, además, a que imponga un cambio nimio pero simbólico que nos deje claro a todos los varones que ya no somos el centro: oblíguenos a escribir nuestros nombres y apellidos con minúscula, incorporando este cambio a nuestros documentos de identificación y papeles oficiales. No se olvide de la lucha trans, y persiga con toda la fuerza de la ley delitos de odio, sobre todo si estos son cometidos por las machonazis TERF. Impóngale, además, mediante modificación en el Registro Civil un nombre de género contrario a todos los periodistas, intelectuales y activistas que cuestionan la Ley trans para que así experimenten en sus propias carnes qué supone tener asignado un género equivocado. Haga que los enemigos de la igualdad y el derecho a decidir lo que uno quiere ser, pasen a llamarse Federica Jimena La Santa, Paulo Frogo, Carla Herrera, Petra J. alias “La Ramira” o Lucio Chavarrío.

4) En cuarto lugar, le rogaría que no preste atención a aquellos que pretenden confundir, argumentando que los hombres también somos construcciones culturales y que estamos sujetos a toda una serie de expectativas sociales que nos destruyen por dentro. Nosotros no podemos ser el sujeto del feminismo, sino el objeto que este debe modificar según considere. En este sentido, si bien no debe descuidar la lucha por la abolición de la prostitución, la prevengo de que no ceda a presiones para considerar a los “chaperos” como legítimos prostitutos sino como hombres que disfrutan follando y transmitiendo enfermedades venéreas. Imagino que habrán llegado a sus oídos las delirantes estadísticas que hablan de un enorme número de prostitutos masculinos (digo, perdón, “chaperos”) que llevan a cabo sus labores en la clandestinidad y que sufren una alta tasa de contagios de VIH o que deben tomar la pastilla PrEP para protegerse. No se deje obnubilar, y dese cuenta de que está ante hombres que ejercen su libertad sexual y que además sirven a las comunidades más necesitadas de igualdad: los homosexuales y las mujeres. Si no está convencida de que no se trata de prostitución sino de lujuria, piense en la epidemia de viagra que asola a nuestros jóvenes de entre 16 y 22 años. ¿Cree que estos chicos consumen este peligroso fármaco por miedo a “no cumplir” en el acto sexual y a salirse así del marco social que dictamina lo que significa ser un verdadero hombre? Niéguese a aceptar estas premisas, porque de hacerlo estaría presuponiendo que cuando un hombre intenta prescindir del condón para penetrar a una mujer, no lo hace por agredirla, sino por sentirse inseguro y querer esquivar, en la medida de lo posible, el fracaso. No nos convierta a los que somos agresores en víctimas.

Espero no haberla incomodado, pero querría terminar con una sugerencia un tanto embarazosa. Engorde, eche lorzas y papada, y transfórmese en una ministra poligonera y popular. Tome a Viktor Orban como ejemplo de lo que debe ser físicamente un líder que defiende la igualdad y declárele la guerra a la corporalidad tecnócrata, otanista y minuciosamente hormonada de políticos al estilo de Pedro Sánchez, Sanna Marin o Justin Trudeau. La señora Rodríguez “Pam” tenía razón. Hay una ola reaccionaria de gordofobia intentando que todos pasemos a ser cuerpos normativos y modifiquemos nuestros deseos. Puedo asegurarle, de hecho, que como decía el gran gurú feminista Javier Gurruchaga, “los hombres las prefieren gordas”. Le pongo dos ejemplos. Hace justo una semana escuchaba en el Bar Xiada de Ribeira (A Coruña) a unos camioneros alabar (en gallego y con gheada) los encantos carnales de nuestra cesada secretaria de Estado mientras se intercambiaban imágenes suyas en pose ministerial. Uno de ellos presumía de tener la firma de doña Ángela, y fantaseaba con los ojos entornados y en voz alta con compartir un cocido y unas filloas con ella y con galleguear. Pero no solo eso. El martes pasado en Pontevedra me infiltré en el Casino para mear (por supuesto, sentado) y pude escuchar a dos señores de negocios de los que regatean con el Rey Juan Carlos en Sanxenxo glorificar a Rodríguez “Pam” en los mismos términos, aunque en un castellano un tanto disléxico y lleno de vocales abiertas. El más culto de los hombres aseguraba que la naturaleza solo podía haber producido una mujer como “Pam” en Galicia, combinando a lo grande los rasgos y psique de Rosalía de Castro, Pardo Bazán, Concepción Arenal, Maruja Mallo o María Casares. Me extrañó que no se refirieran a Nadia Calviño ni a Yolanda Diaz, pero entendí que se debía a que estas destacadas políticas están más bien delgadas. Quiero decirle con esta pequeña anécdota que, además de perseguir penalmente a estos hombres por manifestar de manera tan chabacana sus deseos, debiera tomar nota de lo que la calle desea y manifiesta y luchar contra la gordofobia.

Sin más, pero ofreciéndome para asesorarla en todo lo que convenga, me despido de usted.

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