Cultura

Carta de un preso contra la amnistía de Pedro Sánchez

Charles Dickens no dejaría pasar la ocasión para escribir una gran novela y denunciar lo lejos que estamos los españoles de ser iguales ante la ley

Mi nombre es Iñaki Domínguez y llevo investigando el terreno de la «intrahistoria» de las calles y sus personajes desde 2018. Realizo trabajo de campo e investigo las vidas de estas personas para poder transmitir al público historias, realidades y fenómenos propios de subculturas cuya anatomía es desconocida para la gran mayoría (casi la totalidad de las personas, excepto aquellos que participan de dicho estilo de vida). En mi periplo, di hace un año y medio con el Panamá, uno de los hombres más respetados (quizás el que más) en los círculos de los que hablo. Tuve la suerte de congeniar con él tras ir a visitarlo a la prisión de Estremera, donde se halla hoy recluido. Desde entonces hemos trabajado en un libro sobre su vida, ya concluido, que saldrá a la luz con la editorial Ariel en 2025.  Jose, como lo llamamos sus amigos (personalmente, me precio de ser uno de ellos), lleva más de diez años recluido bajo el régimen FÍES, para presos de especial seguimiento. No tiene acceso a internet ni a un teléfono móvil. Puede hablar telefónicamente con algunas pocas personas que han podido facilitar a la institución datos concretos relativos a su contrato de telefonía móvil. También puede recibir visitas, aunque no en las mejores condiciones. A pesar de las cosas que algunos han dicho sobre él, Jose es una persona extraordinariamente querida tanto por los presos con los que convive como por sus amigos, además de un individuo muy inteligente. 

A pesar de ello, como dijo el escritor, poeta y delincuente Gean Genet: «Todos los que montan su guardia en el exterior de la prisión ignoran y se niegan a conocer la angustia que se siente en una reducida celda, perdido entre otros». Es por ello que, quise ayudarle cuando me envió una carta escrita a mano en la que daba testimonio de la manera en que la noticia de la reciente amnistía concedida por Pedro Sánchez a ciertos políticos había sido recibida en prisión. Afortunadamente, Vozpopuli accedió a publicar su misiva. 

La luz de una amnistía

En el transcurso de mi vida he aprendido que todo puede ocurrir, y más en España. En el corazón de este país existe un pequeño reino donde habitan los «perversos» de la sociedad. Los más modernos lo llaman centro penitenciario, la gente seria cárcel o prisión, y los tipos con solera, talego. Entre la población penitenciaria se encuentran los delincuentes más variopintos, personas que piensan y sienten, aunque hayan sido olvidados. Un día, no hace mucho, entre los muros y concertinas de la prisión de Estremera, en la que me encuentro, se coló una palabra que muchos de los presos no habían oído en su vida: «amnistía». Era una palabra que tanto ministros como el presidente del país se habían hartado de jurar a los españoles que no sería concedida, porque era anticonstitucional. Cuando los reclusos se enteraron de su significado («perdón total decretado por el gobierno que es concedido al que cumple una pena por haber realizado determinado tipo de actos políticos»), dieron saltos de alegría. Sabían que además de ciertos «actos políticos», el gobierno iba a perdonar delitos de sedición, malversación, atentados contra la autoridad, tenencia de sustancias para fabricar explosivos y hasta actos de terrorismo. Si iban a ser perdonados delitos tan graves, ¿cómo no se iba a indultar a un preso que lleva años en la cárcel por robar algo o por vender hachís para quitarse el mono? El hombre encerrado se ilusiona rápida e ingenuamente con cualquier atisbo de libertad. Pero, según se iba iluminando todo lo relativo a la propuesta de gracia, en prisión se pasó del optimismo a la más total indignación. Solamente se amnistiaría a los independentistas catalanes. ¿Qué tenían ellos que no tuvieran los demás españoles? La mente de un recluso que lleva sin ver la calle más de una década por tratar de dar de comer a sus ocho hijos chiquillos, que ha crecido en una chabola, puede resultar elemental o corta, no entiende de tecnicismos, ni de politiqueo, pero no se le paso por alto una injusticia. Si «todos somos iguales ante de la ley», ¿por qué a los independentistas (que han cometido delitos mayores que los suyos, que ilegalmente, y empleando la violencia, se han querido quedar con algo que pertenece a todos los españoles) se les perdona? Ya bastante tienen los presos comunes con ver cómo los políticos convictos, de todos los partidos y colores, son atendidos como reyes y se les aplica el tratamiento penitenciario para que salgan libres antes de tiempo (llegando incluso a reducir su condena a la mitad), mientras la mayoría de la población penitenciaria, aunque cumpla todos los requisitos y tenga un comportamiento ejemplar, ve negados los mismos beneficios y se ven obligados a pagar sus condenas íntegras, sin ninguna posibilidad de reinserción. Y esto cuando los delitos que cometen los servidores de lo público están más penalizados que los suyos.

¿Cómo no se iba a indultar a un preso que lleva años en la cárcel por robar algo o por vender hachís para quitarse el mono?

Un día cualquiera, en el patio se crea un gran corrillo donde se debate qué hay que hacer para ser inmunes y lograr que delitos futuros sean amnistiados. Entre benzodiacepinas, metadona y porros, y después de una acalorada discusión, se llega a la conclusión de fundar un partido político que pida la independencia de Madrid. Los argumentos de los reclusos son delirantes. Unos dicen que Madrid es una nación, pues han leído en un libro que a orillas del Manzanares se descubrieron los restos humanos y arqueológicos más antiguos de Europa, solamente superados por los hallados en el contenten africano. Otros gritan que, si no fuese por los madrileños, que el día 2 de mayo de 1808 se levantaron en armas y derramaron su sangre contra el invasor francés, los españoles hablarían gabacho y la nación no existiría. Otro interviene para poner algo de cordura y pregunta: «Pero, cuándo Madrid ha sido una nación?» La contestación no se hace esperar: «¡Joder! ¿No dice el Junqueras ese que Cataluña es un país que fue invadido en el siglo XVIII por España y la compara con México, Argentina y Escocia? Pues yo afirmo lo mismo de Madrid».

La asamblea carcelaria empieza a tomar tintes peligrosos, cuando dos internos ofrecen para la causa sus conocimientos en el arte de fabricar explosivos caseros. Otro compañero les recrimina su llamada a la violencia; además, les explica que la tenencia ilícita de sustancias para fabricar explosivos y el terrorismo están altamente castigados en el código penal. Varios presos le contestan al unísono que «a los CDR les han detenido con sustancias para fabricar bombas y planos de los lugares donde planeaban atentar»; que «Tsunami democrático ha quemado coches de policía con agentes dentro, que si no llegan a salir rápidamente del vehículo en llamas no lo cuentan; que han dejado a un agente inválido permanente y herido a muchos otros, y aun así los van a perdonar. Todo es cuestión de tener huevos y pasar a la acción». El delirio va a más cuando alguien sugiere que el gobierno de Pedro Sánchez es tan progresista que comprenderá la lucha de Madrid por la independencia. Si han hecho una ley para acortar las condenas a los violadores y van a amnistiar a los catalanes, también tendrán que perdonar a los independentistas madrileños. «Hagamos lo que hagamos, si seguimos la fórmula de los catalanes la lucha será justa», remata Tomás, que lleva más de veinte años en prisión sin haber cometido jamás un delito de sangre.  

Las imágenes que ven mis ojos en prisión se harían virales rápidamente si fuesen accesibles al público. Si fuese conciudadano nuestro, Charles Dickens no dejaría pasar la ocasión para escribir una gran novela y denunciar lo lejos que estamos los españoles de ser iguales ante la ley. En un momento dado, nos llaman a todos para retornar a nuestras celdas. La reunión es dispersada. Que dios nos pille confesados, pienso mientras abandono el grupo. 

José Manuel Cifuentes, el Panamá. 

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