Cultura

Albert Boadella: “La Diada es una catarsis de los sentimientos bajos e inconfesables”

El ex director de la compañía Els Joglars y hasta hace poco responsable de los teatros Canal habla de Cataluña, en su caso, como una batalla perdida. "Volveré cuando acabe el régimen", dice.

Qué no ha hecho; qué no ha dicho el director teatral Albert Boadella (Barcelona, 1943) en sus largos años de carrera. Durante el franquismo, casi una década después de fundar Els Joglars, fue encarcelado y juzgado por una ley militar a causa de un supuesto delito de injurias contra el ejército en el montaje La Torna. En pleno apogeo político del pujolismo, entre los años 80 y 90, presentó la trilogía Ubú, una crítica feroz al nacionalismo catalán que en aquellos años se inflaba como un globo. No se detuvo Albert Boadella en sus señalamientos, hasta que en 2005 decidió abandonar definitivamente Cataluña y radicarse en Madrid como director de los Teatros Canal, cargo del que se ha retirado tras ocho años al frente de la institución. Ha terminado un ciclo, asegura. Una cosa sí: el nuevo no lo abrirá en Barcelona. 

Si hay alguien que ha criticado el independentismo es Albert Boadella, acaso por eso no se corta ni un pelo al afirmar que lo suyo es un exilio: "Con Cataluña, en cierta medida, he perdido la batalla".

Si hay alguien que ha criticado el independentismo es Albert Boadella -en 2007 publicó Adiós Cataluña, Crónicas de amor y de guerra- acaso por eso no se corta ni un pelo al afirmar que lo suyo es un exilio: "Con Cataluña, en cierta medida, he perdido la batalla". En ocasión de la próxima celebración de la Diada, Boadella ofrece su visión de una tierra para él lejana, extinta, arrancada. De momento, prepara El sermón del bufón, una obra que se estrenará en 2017, y que lleva a escena una reflexión sobre el acto creador como ejercicio vital y ciudadano, esa continua batalla para decir, alto y claro, todo cuando sea necesario y urgente. Miembro fundador de la plataforma Libres e Iguales y también de la génesis de Ciudadanos, Boadella señala la magnitud de lo que considera la epidemia moral catalana, un malestar que tiene en determinadas fechas su expresión mayor. "La Diada es una catarsis de los sentimientos bajos e inconfesables", asegura en esta entrevista concedida a Vozpópuli

-Tras ocho años al frente de los Teatros del Canal presentó su última programación ¿Piensa volver a Barcelona?

-Desde hace diez años no asisto a ningún lugar público en Barcelona. Tampoco ninguna de mis obras se representa allí.

-¿No tiene vuelta de hoja esa decisión?

-Voy a responder lo que decían quienes estaban en el exilio durante los años en la dictadura: volveré cuando cambie el régimen.

-Hace ya 25 años publicó un artículo, El Virus. Decía que Cataluña sufría una epidemia moral. ¿Se ha matizado o ha empeorado?

-En los últimos siete u ocho años, Cataluña ha generado un proceso de aceleración de lo que yo entendía como una enfermedad colectiva. Creo que el virus afecta en este momento a una parte sustancial del conjunto de la población. No sólo los políticos, sino el conjunto de la ciudadanía. Están afectados por un delirio colectivo. La pérdida del sentido de la realidad y del sentido común se hace evidente. Por lo tanto, se hace más demencial la situación en lo político, en lo social y por lógica en lo cultural.

"No sólo los políticos, sino el conjunto de la ciudadanía. En Cataluña están afectados por un delirio colectivo"

-Pero existen actores nuevos. Por ejemplo: CUP, En Comú Podem. ¿Qué aportan? ¿atomización, pintoresquismo, gravedad?

-El nacionalismo es una de las formas más perfectas de populismo: afecta directamente a los sentimientos. Es lógico que en un caldo de cultivo que ya era enormemente populista se desarrollen con tanta facilidad otras manifestaciones de ese tipo que ya han encontrado eco en el resto España. Podemos, el juego extremista de la CUP, todo cuando rodea a la señora Colau... Dentro del populismo genérico, estas nuevas formas han encontrado dónde crecer. Y no hablo sólo de la secesión, sino en el resto de los ámbitos de la vida.

-En la España en la que se presentó Ubu, el pujolismo estaba muy lejos de sentarse en un banquillo. ¿Es eso una mejoría?

-Mis tres versiones de Ubu, que fueron aceptadas por una parte del público catalán, ocurrieron en momento donde existía una oposición. De un lado estaba el pujolismo, pero del otro estaba una izquierda más o menos protagonizada por el Partido Socialista Catalán (PSC). Eso aportaba un cierto equilibrio frente al populismo y la xenofobia nacionalista. En el momento en el que el PSC se pasa con todo el equipaje al lado opuesto, a partir de que Maragall asume la Generalitat y el PSC asume el secesionismo, se destruye la oposición en Cataluña y aquello se convierte un régimen.

-Apunta usted con el índice a los socialistas entonces.

-Hemos visto que el PSC ha traicionado no sólo a sus votantes, sino también a sus ideales de izquierda sobre la solidaridad entre los pueblos. Eso por una parte. Lo segundo tiene que ver con el hecho de que ante este avance del secesionismo, hay una responsabilidad evidente de lo que llamaríamos Madrid, es decir, los distintos gobiernos del Estado, en el que incluyo a todos: el gobierno de Zapatero, pero también a este y al anterior de Aznar. Permitieron que esta epidemia se desarrollara con absoluta libertad, por intereses electorales o personales, sin intentar al menos imponer la Ley. A eso hemos asistido durante estos años. Y muchos catalanes no nacionalistas nos hemos sentido abandonados por el poder central.

-No sólo usted, Félix de Azúa decidió abandonar Barcelona. Sin embargo, ¿cuál es el signo más peligroso desde el punto de vista de un relato cultural?

-En el momento en que una comunidad opta por mirarse a sí misma pierde la noción de la realidad. Entra en una ficción colectiva en la cual el enemigo común proviene del exterior. Comienza a falsificarse el pasado y se enardecen sentimientos que son ridículos o xenofóbicos. Es obvio que el espacio cultural, que forma parte también de esta sociedad, decae en todos los sentidos. Sólo brillan aquellas cosas que enardecen esta ficción. Eso en Cataluña tiene un elemento integrador que es la lengua. El catalán ha pasado de ser un elemento de comunicación a ser un efectivo militar. A partir de ese momento se produce una endogamia y un empequeñecimiento en la mirada y en los objetivos de los entes y los sectores culturales. Ese tufo pueblerino que se desprende en este momento de la cultura en Cataluña es consecuencia de esta historia.

"El catalán ha pasado de ser un elemento de comunicación a ser un efectivo militar"

-En ocasión de las puestas en escena, le pregunto por la Diada… ¿Qué es? ¿Una comparsa, un derecho? ¿Qué significa simbólicamente?

-Es una catarsis de los bajos sentimientos, una exacerbación de sentimientos inconfesables. Hay revanchismo, xenofobia y paranoia. No digo que no sean positivas las catarsis, pero en cualquier caso no es una catarsis de profundidad y belleza como la del teatro o la música. Todo gravita alrededor de los bajos sentimientos de un pueblo, con líderes que se dedican a animarlos por sus propios intereses: excitar a la colectividad con las cosas menos nobles, para que sea ganancia de pescadores. No es una fiesta alegre o constructiva, ni siquiera un recuerdo positivo del pasado, es  el recuerdo de la derrota de 1714, que tampoco es tal derrota pero ellos lo deforman. Jamás he estado en una, ni siquiera en la época de Franco.

-Al menos Puigdemont es algo más discreto que Artur Mas. Habrá que ver cuál es el plato fuerte.

-Estaban esperando una sentencia para excitarse un poco más, pero no ha llegado. Tendrán que inventarse algo para exacerbar la paranoia antiespañola.

-Usted formó parte del grupo fundador de Ciudadanos. ¿Cómo los ve? ¿Se han desinflado en Cataluña? ¿Acaso en el contexto nacional?

-Ciudadanos tiene una posición complicada. En el espacio catalán no, pero en el conjunto del espacio español tiene las cosas difíciles. Es el partido que estaba llamado renovar o sustituir ideológicamente al PP. Bueno, si es que el PP tiene ideología. El punto es que tenía que darle nuevos aires liberales, oxigenar. Esa era la ruta, pero han actuado con complejos. Por temor a que dijeran que eran de derechas, están en un camino de nadie que no les permite avanzar, porque no tiene posiciones claras en determinados temas y cuando la tiene, la inexperiencia se hace notar. La juventud no un gran valor en la política. Necesita de gente con experiencia, con una densidad mayor. No es que abogue ahora por un conjunto político de la tercera edad, pero esta especie de irrupción juvenil tiene sus consecuencias. A Rivera le faltan diez años. En ese tiempo podría ser un político relevante, pero en este momento hay un cierto infantilismo. Toma sus decisiones sobre circunstancias y no sobre la base de experiencias vividas.

"La Diada es una catarsis de los bajos sentimientos, una exacerbación de sentimientos inconfesables. Hay revanchismo, xenofobia y paranoia"

-En su nuevo proyecto, El sermón del bufón, plantea su vida política y creativa. Reivindica varias cosas: la realidad por encima de la ficción; el enemigo como inspiración y la idea de la modernidad como un vocablo tóxico. La tentación de leerlo en clave exilio es alta. ¿Cómo debe entenderse?

-Lo que va a ser El sermón del bufón, que estoy construyendo en este momento, es un juego entre la vida civil de un artista y lo que representa la implicación de esa posición en la propia vida. Mi vida civil ha sido muy movida desde el punto de vista público, de la misma forma que mi vida artística ha provocado esta situación. Soy de los que cree que la ficción es para niños. Lo más imaginativo e interesante siempre está en la realidad, lleva una cantidad de matices, a veces de belleza o perversidad a la cual la ficción no llega. Ubú ya anunciaba ciertas cosas sobre la corrupción pero jamás pude imaginarme que Pujol acabaría confesando su corrupción. La realidad supera de largo esa fantasía. En ese juego, la belleza es un principio casi moral: destruirla es descomponer el equilibrio. Es algo que debe primar en los instintos de las personas, porque lleva al equilibro.

-¿Y qué significa entonces esa idea del enemigo como inspiración?

-Yo no me fío de la gente que no tiene adversarios, porque eso quiere decir que son gente que aplica el consenso en todo y tratan de quedar bien con todo el mundo y que te dejarán en la estacada, porque en el fondo hay cierta cobardía. Yo he practicado, con libertad, la expresión de mis ideas. Eso ha generado enemigos y enemigos, pero debo reconocer que, en un momento y a causa de mis ideas, el hecho de que mi enemigo sea una sociedad entera me ha entusiasmado. Eso te obliga a estar constantemente defendiendo una posición en la vida y poniendo a prueba la propia dignidad. Eso es el conjunto de lo que trato de contar en El sermón del bufón.

-¿Y por qué en ese conjunto se refiere a la modernidad como toxicidad?

-Es una palabra muy peligrosa. Cuando uno está vivo ya es moderno de por sí. La modernidad ha sido tóxica porque ha significado una cierta deformación de las cosas para que parezcan modernas. Hay que romper su equilibrio, belleza y lógica, para darles ese toque extraño y medio incomprensible para que suene a modernidad. Estoy en contra de eso. Habitar y vivir en un tiempo te hace contemporáneo, ya sea pintando bodegones o manchas. Decir yo hago arte contemporáneo de vanguardia es una imbecilidad si lo dices en el tiempo en el que vives. Que sea vanguardia o no lo sabremos dentro de cien años. Es una idea casi militar y es absurdo. Lo moderno es un slogan publicitario al que la gente se acoge, por eso tenemos un delirio como ARCO en Madrid o incluso un museo como el Reina Sofía, que es un auténtico tanatorio del arte.

"Un teatro público muchas veces no permite contenidos que afectan a la organización política que administra ese poder"

-¿Y los teatros? ¿Qué piensa de episodios como la salida de Juan Carlos Pérez de la Fuente? ¿Cuál es la relación de los escenarios con la vida civil?

-España pasa por una etapa muchísimo mejor que hace 50 años, no hay ninguna duda. Los actores, los directores, el conjunto de cosas no tiene ni comparación. Otra cosa son los contenidos, el teatro está inmovilizado por copias cinematográficas. Ha perdido sus aspectos rituales y emotivos como arte, y al mismo tiempo transgresores. ¿Por qué ha sucedido? Hay muchos temas. La influencia del primer plano, eso formalmente. Pero ha sucedido, también, porque las administraciones públicas que han apoyado el teatro, no demasiado tampoco, han creado una tipología al margen del público. Como el artista tenía la fiesta pagada, hubiese o no público, se volcó en un tipo de teatro que no correspondía a las necesidades de la propia sociedad. Un teatro público muchas veces no permite contenidos que afectan a la organización política que administra ese poder. Eso ocurre porque los políticos ansían un protagonismo que no les corresponde. Hablo de los ministerios de Cultura, las consejerías o los departamentos de los ayuntamientos, que desean programas. Ese el conflicto y en el caso concreto del Español es un caso de intervención, con una dosis importante de desfachatez, de la política en un ente artístico.

-¿Le han hecho daño sus decisiones políticamente tan activas, le han hecho daño como creador y como gestor cultural?

-Yo he sido libre. He vivido muy bien. He mantenido el equilibrio. No tengo ni una pizca de resentimiento. Muchos ciudadanos tuvieron que soportar las guerras mundiales o la guerra civil. En mi caso, han intentado cortarme las alas, sí, pero eso me ha obligado a afinar la imaginación y la astucia. Creo que me he defendido con esos intentos y los he girado a mi favor.

-Dice guardar resentimiento ¿Ni siquiera hacia Cataluña?

-Es evidente que con Cataluña, en cierta medida, he perdido la batalla.

-¿Por qué?

-No hay duda de que ha sido así, pero me ha dado la oportunidad de integrarme en Madrid, que es una de las mejores urbes de Europa en este momento. He podido montar operas, musicales creados por mí. Eso en Cataluña no habría podido hacerlo. Estoy enormemente satisfecho. Creo que uno de los motivos por los que me tienen tanta manía en Cataluña es porque me lo paso bomba.

"La cultura, al tener que depender de un cierto mecenazgo público, ha tenido un complejo de vallasaje, mejor dicho, un tributo de vasallaje"

-En este tiempo se han dado demostraciones puntuales de actores culturales ante la realidad política. Usted ha formado parte de algunas de ellas. Libres e Iguales, por ejemplo. ¿Cree que falta posicionamiento del mundo de la cultura?

-La cultura, al tener que depender de un cierto mecenazgo público, ha tenido un complejo de vallasaje, mejor dicho, un tributo de vasallaje. Mucha gente del mundo de la cultura está implicado con organizaciones y fundaciones públicas. Cualquier paso que den, puede ocasionar dificultades. Eso puede haber perjudicado a la cultura.

-¿Le ocurrió en algún momento en los Teatros del Canal?

-En el tiempo que estuve, ocho años, firmé contrato por un año y fui renovándolo. Lo hice porque quería libertad. Así que, en caso de que encontrara alguna cortapisa, pudiese desaparecer. No fue así. Trabajé con toda libertad, en mi trabajo como artista y políticamente. Pero en general no sucede eso. La gente implicada en cuestiones públicas llevan un ancla que no les permite dar ciertos pasos. Ese es uno de los inconvenientes, al menos en España. A la gente de la cultura no le gusta comprometerse, excepto a los cuatro de la ceja, que lo hacen porque en el fondo sólo se comprometen con el que paga.

-¿Cree que para cuando se estrene El sermón del bufón exista ya gobierno?

-Podemos ser el país más original del mundo, pasándonos dos años sin gobierno. ¡Batiríamos un récord! Hablando en serio, creo que si no hay gobierno, esto será una catástrofe. Si los políticos no consiguen llegar a acuerdos, les pesará una responsabilidad tan grande que deberían de ser objeto de un pleito incluso judicial. No es un delito en sí mismo, pero es un perjuicio en todos los sentidos: político, social, económico, moral cultural. Es una estafa. Aunque dentro de mi escepticismo soy siempre positivo. Así que, confío en que sí.

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