Cultura

Cavar una tumba para seguir vivo: los 30 años de la caída del Muro de Berlín

El próximo nueve de noviembre se cumplen tres décadas tras la caída del muro, y este tres de octubre suman 31 años de la reunificación alemana

Todas las noches, la mujer de Harry Seidel se preguntaba si su marido volvería a casa. Corría el año 1961 y un muro de 45 kilómetros dividía Berlín en dos. De un lado, la República Federal de Alemania (RFA), en el Berlín Oeste. Del otro, la RDA, el zarpazo comunista, un territorio controlado por la Unión Soviética que fungió como símbolo de la Guerra Fría. Fue uno de los lugares más oscuros de Europa hasta la desaparición del muro en el año 1989. Un nueve de noviembre de 1989 esa inmensa pared cayó, y un 3 de octubre de 1990 fue posible la unión de lo que hasta permanecía roto, como un hueso fracturado. Harry Seide, el mayor organizador de fugas, nunca fue apresado y su increíble historia permanece hoy como el amargo recuerdo de tiempos peores. 

Tan sólo durante los primeros doce meses tras el levantamiento del muro de Berlín, Seidel había conseguido sacar de la Alemania del Este a su mujer y su hijo; luego a dos docenas más de personas, que terminaron en centenares. Seidel cruzó primero las alambradas, se sumergió después en el río Spree y emprendió más tarde la mas temeraria de las empresas: la excavación de galerías subterráneas que permitirían a miles escapar de aquel infierno de carestía y persecución policial.

Esta hazaña está contada en Los túneles. La historia jamás contada de la huida bajo el muro de Berlín (Ariel), un libro fascinante escrito por el periodista Greg Mitchell y que levanta una panorámica de hasta dónde llegaba la situación política en los años de la Guerra Fría y de qué forma la manipulación y los intentos de control de la prensa jugaron un papel en la política exterior de EEUU. Se publicó hace ya dos años, pero hoy más que nunca conviene recuperarla. Mientras el Check Point Charlie se convierte en un parque temático y los turistas sonríen donde antes otros apretaban los dienten, habrá que volver a leer este libro. 

En estas páginas, el periodista elabora el relato de un grupo de jóvenes alemanes occidentales, quienes se arriesgaron a acabar en prisión o torturados por la Stasi, y que, para liberar a los amigos, familiares y demás personas al otro lado de la ciudad, decidieron cavar unos túneles bajo el Muro. Lo verdaderamente asombroso de esta historia son las consecuencias que la acción tuvo en el escenario político, hasta el punto de que el propio presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy, intervino para impedir que la historia trascendiera. ¿La razón? JFK, quien había tenido una posición tibia con la construcción del muro de Berlín, no quería que trascendiera. No lo consiguió.

La NBC y la CBS financiaron dos túneles, a cambio de que quienes los utilizaran les permitieran filmar la huida para emitirla en un programa estelar. Es ahí donde está la sustancia de este libro: la forma en la que determinados periodistas ponían en peligro a quienes intentaban escapar, al mismo tiempo que visibilizaban una labor que se convirtió en ejemplo y esperanza para miles de hombres y mujeres. Una información que dejaba en evidencia a determinados líderes políticos, que prefirieron apartar de la agenda informativa algunos asuntos. A día de hoy, quien recorra Berlín podrá ver, estampados en placas de metal, el nombre y la fecha de cientos que huyeron. Pero... ¿cómo? Este libro aporta algunas evidencias.

Construido y escrito con una estructura novelesca –sin ficción, por supuesto-, Greg Mitchell crea en este libro una galería de personajes que convierten esta historia en un enorme retrato colectivo. Además de la de Seidel, Mitchell aporta relatos como el de Erwin Becker, chófer de los miembros del Parlamento de Alemania del Este, y sus dos hermanos, quienes habían cavado un túnel en el suelo arenoso del sótano del hogar de su familia, en una zona remota de Berlín Este, bajo el Muro.

Cavando con frío y humedad

Hay épica en las escenas que describe este libro. La de Harry Seidel y de las que, como él, excavaban durante días seguidos, bajo la tierra que se desmoronaba sobre sus cabezas y en unas condiciones de frío y humedad no sólo insoportables sino también peligrosas. Eso, al margen del verdadero peligro al que se exponían: ser descubiertos y neutralizados. El asedio de la Stasi y el cerco cada vez más estrecho de la amenaza que suponía ser descubiertos va complicando las cosas a los héroes de esta historia en la que Greg Mitchell carga tintas, y muy duramente, contra el papel y la actitud de los EEUU en el concierto político de la Guerra Fría.

En las páginas de Los túneles, el lector no puede evitar sobrecogerse ante la solidaridad que se teje entre los seres humanos así como sentir poco menos que desprecio por el papel que desempeña Kennedy en esa situación. Los 150.000 dólares y el apoyo logístico que NBC y CBS dieron a los estudiantes a cambio de grabar y transmitir esas imágenes abrían el melón de la ética, pero todavía más, retratan a una Casa Blanca que acusa a los medios de acrecentar las tensiones en plena ansiedad de la Guerra Fría. 

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