Niño, que eso no se dice, que eso no se hace, que ahora eso tampoco se lee. La censura woke ha llegado con todo su arsenal de prejuicios a la obra de Roald Dahl, uno de los autores favoritos de la literatura infantil. La editorial Puffin Books, propiedad de Penguin Random House, ha llevado a cabo una “revisión” de los clásicos de Dahl para asegurar que los libros son aptos "para el disfrute de todos los menores", eliminando referencias consideradas polémicas en torno al peso o la apariencia física de los personajes (erradicando adjetivos como "gordo" o "feo"), a la salud mental, a la violencia, al género y la raza. Para los territorios de habla hispana, Penguin House ha informado que no han hecho ningún cambio de este tipo. Netflix es la actual propietaria de las obras después de haber comprado Roald Dahl Story Company por 686 millones de dólares en 2021.
Niño, prohibido leer "mujer malvada", "mujer loca" "vieja bruja", "niño gordo", "loco". Niño, prohibido leer descripciones caricaturescas aunque sea de brujas u otros seres imaginarios. Niño, prohibido leer que “en Bagdad cortan cabezas” o que las tortugas que llegan a Inglaterra provienen del norte de África.
El periódico británico The Daily Telegraph ha publicado una enorme lista con los términos que la editorial ha suprimido o alterado en la obra de Dahl. Repasando los cientos de cambios, la conclusión es la de siempre, tratar al lector como un idiota que no sabe distinguir entre realidad y ficción.
Realidad y ficción
¿Esta gente ha jugado cinco minutos con un niño? No hace falta estar mucho más tiempo para comprender que, también ellos, saben distinguir entre realidad y ficción desde bien pequeños. Es precisamente la transgresión de las normas, que ya deberían tener interiorizadas por la familia y el colegio, lo que les resulta tan divertido. Si se ríen con el “caca, culo, pedo, pis” es porque entienden perfectamente que son palabras que no deben decir en determinados contextos. Igual que muchos niños sonreirán cuando leen a un personaje llamar a otro “vaca vieja” o “gordo”, dos de los términos fusilados por la editorial inglesa.
Resulta hasta embarazoso tener que estar tecleando estos argumentos pero la ola censora parece no tener fin. Desde el que se escandaliza con monólogos de humor negro imaginando que el chiste de turno se va a convertir en una consigna política que va a reavivar la fobia y el -ismo de turno. El que cree que los videojuegos son factorías de asesinos en serie y el porno de violadores grupales. Por coherencia, también deberían estar contentos todos los que hace un año estaban defendiendo la agresión de Will Smith a Chris Rock en la entrega de los Oscar.
Sobre la polémica de Dahl se han pronunciado autores británicos como Salman Rushdie al que defender la libertad de expresión le ha costado, literalmente, un ojo de la cara y una vida de amenazas. El autor de Versos satánicos calificó la operación como una “censura absurda” por la que “deberían avergonzarse” la editorial y la familia. También lo ha criticado el primer ministro británico, Rishi Sunak, a través de un portavoz: "Es importante que las obras de literatura y los trabajos de ficción se preserven y no se editen". "Siempre hemos defendido el derecho al libre discurso y expresión".
En el meticuloso trabajo que ha realizado el medio inglés se observa cierta obsesión con los términos relacionados con la salud mental, la “locura” y sus variantes son tachadas y reformuladas sistemáticamente. Así como con cualquier descripción física desagradable o insultante. En Las brujas, se producen cambios que llegan a ser desconcertantes, primero sustituyen "vaca vieja asquerosa" por "monstruo", y después “monstruo” por “mujer horrible”. Con otras alteraciones, uno se llega a preguntar qué clase de prejuicio tiene en la cabeza el que decide censurar que las tortugas de Agu Trot provenían “del norte de África” para terminar reescribiendo que venían de “muchos países diferentes”. Como sucede en tantos casos como este, el censor termina descubriendo sus prejuicios.
Solo hemos analizado el posible impacto de la obra en los niños, pero el mayor atropello es la profanación de la propia obra, eliminando pasajes y alterando por completo otros. Aterra la longitud de la lista con expresiones suprimidas. Editorial y propietarios de los derechos no han dudado en cargarse las descripciones grotescas de las brujas, recalquemos ¡brujas! Así, han mutilado párrafos enteros que describen a las brujas con costras, granos, calvicie... o con "las encías eran carne cruda". ¿Hasta qué punto es legítimo alterar tan gravemente la obra de un autor fallecido? El propio Dahl rectificó en vida algunos personajes como los Oompa-Loompas de Charlie y la fábrica de chocolate que en un origen se trataba de pigmeos negros, y terminaron siendo seres blancos y se eliminó cualquier referencia a África para evitar símiles con la esclavitud.
El resultado de la actual edición son historias más pobres desde un punto de vista literario con menos referencias y descripciones, en busca de un cuento estéril de personajes sin atributos en entornos asépticos. Esperemos que la historia les termine mirando como ahora contemplamos a los puritanos que enyesaron los desnudos del Renacimiento o a los franquistas que tachaban capítulos y prohibían obras. Censores.