Winston Churchill pronunciaba hace 80 años desde la Cámara de los Comunes, al lado de donde ahora ocultan su estatua, el tercero de los discursos con los que se enfrentó a la Alemania nazi. “Esta fue su hora más gloriosa”, fueron las últimas palabras del texto con el que el premier auguraba la forma como sería recordada la resistencia británica contra Hitler. Acababa de rendirse Francia y el mapa europeo era un tapete de dictaduras y países aplastados por los totalitarismos nazi y soviético.
Llevaba poco más de un mes en el cargo de primer ministro, y había llegado al puesto después de la dimisión de Chamberlain. Como jefe de la Marina, acababa de ser el responsable del fracaso en la intervención en Noruega, en la que Francia y Reino Unido pretendían que no fuera tomada por los alemanes. Y en su mochila guardaba el muerto mucho más pesado de la catástrofe de Gallipoli, 25 años atrás.
Pero si durante los últimos años había demostrado algo, era su oposición al nazismo y su rechazo a cualquier acercamiento a Hitler. Había criticado duramente el pacto de Munich de 1938, por el que Francia y Reino Unido intentaban refrenar las ansias expansionistas del Tercer Reich a cambio de territorios. Y fue una de las voces que más apostó por la guerra contra Alemania.
En aquel mayo de 1940, nadie se fiaba de él, había cambiado dos veces de partido y no era la primera opción para sustituir a Chamberlain. Sus primeras palabras al frente del Gobierno fueron cinceladas en la Historia al prometer “sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas”, justo cuando los alemanes comenzaban su guerra relámpago en el oeste, invadiendo Países Bajos, Bélgica, Luxemburgo y Francia.
Tres semanas más tarde, el rodillo alemán había aplastado a sus vecinos del oeste y había obligado a evacuar a más de 300.000 hombres en la costa de Dunkerque con rumbo a Inglaterra. Entonces Churchill volvió, el 6 de junio, a la Cámara de los Comunes y afirmó que lucharían “en las playas, en las colinas y en las calles” ante una posible invasión alemana.
De Gaulle: “La llama de la Resistencia no debe apagarse"
Una semana más tarde, los uniformes grises marchaban bajo el arco del triunfo. Y tras la rendición francesa, el 18 de junio de 1940, arengó de nuevo a su población frente al peligro del totalitarismo nazi. Aquel día se cumplían 125 años de la batalla de Waterloo y, junto a Churchill, el general De Gaulle llamaba a sus conciudadanos a ignorar la rendición de Pétain y resistir frente al invasor. “La llama de la Resistencia no debe apagarse y no se apagará”, dijo desde los micrófonos de la BBC en Londres.
Han pasado 80 años de aquel junio y los aires revisionistas en Occidente aspiran a derribar estatuas con sogas tensadas por presentes sensibilidades. Solo merecen el recuerdo público aquellos que presenten un historial inmaculado. Ni Churchill ni nadie de su época podrá exhibir tales credenciales para dar nombre a una calle, o fundir su efigie en un bronce. Con rascar un poco en sus biografías encontraremos algún tipo de actitud inadmisible con nuestro sistema de valores. Ni Gandhi se ha salvado. Sin embargo, Churchill ha pasado a la historia como el firme defensor de continuar la guerra contra el fascismo, cuando el fascismo era real y no un espantajo de Twitter. El fascismo de las piras de libros de Berlín, de los triángulos rojos en Dachau y del gas de Auschwitz... Y aquella firmeza y determinación, cuando estaba completamente solo, se convirtió en su hora más gloriosa.
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