Cultura

El Churchill que ganó una guerra desplegando palabras en el campo de batalla

Es, por decir lo menos, una visión problemática de alguien a quien sólo se concede la epopeya. 'El instante más oscuro' (Crítica), de Anthony McCarten, el libro en el que se basa la película homónima que se estrena este fin de semana, retrata un Churchill vacilante peor con un sentido prodigioso de la escena.  

Los que se sucedieron entre el 10 de mayo y el 4 de junio de 1940 no llegaron a ser sus instantes más oscuros. Fueron algo bastante peor. Los más cenizos y ásperos que puede vivir en el poder un hombre como Winston Churchill. Arrogante mete patas, imperialista irredento y borracho de moralidad victoriana. También ingenioso estratega, político visionario y orador titánico, además de pintor, aristócrata y Nobel de Literatura. Alguien que salió vivo de aquella guerra porque supo desplegar sus palabras en el campo de batalla. Ese es el retrato del primer ministro británico que se desprende de las páginas de El instante más oscuro (Crítica), el libro de Anthony McCarten, guionista de la película homónima sobre Churchill dirigida por Joe Wrigh que llega a los cines este viernes.

Churchill salió vivo de aquella guerra porque supo desplegar sus palabras en el campo de batalla, según McCarten en el libro sobre el que basa la película de Wright

En poco menos de un mes, entre su designación como primer ministro y la evacuación del ejército británico acorralado en Dunkerque, Winston Churchill estuvo a punto de sepultar a Inglaterra –y con ella su carrera-, así como de dar un vuelco al mapa político de la Europa que se jugaba su futuro en la Segunda Guerra Mundial. Presionado por el parlamento, su pésima relación con el rey Jorge VI y la presencia del ex premier Neville Chamberlain y del Secretario de Relaciones Exteriores Lord Halifax en su gabinete de Guerra, Winston Churchill vivió momentos de vacilación e incertidumbre, asegura McCarten.  Sus perspectivas eran sombrías. Inglaterra luchaba sola en la Segunda Guerra Mundial. Francia no podía estar más amenazada ante el ascenso de la Alemania Nazi y la agenda militar británica atravesaba su peor momento.

Roosevelt dijo de Churchill: "Tiene cien ideas en un solo día. Cuatro son buenas y las otras noventa y seis son sumamente peligrosas". Pues algo de eso hay en este episodio al que McCarten dedica su libro. Para el 20 de mayo de 1940, con la Operación Dinamo en marcha, trescientos mil hombres partían rumbo a un puerto bloqueado por buques británicos en llamas. Decidido a combatir hasta el final, Churchill tuvo una ocurrencia que arrancó miradas de escándalo entre sus asesores: propuso a los ciudadanos ingleses dar un paso al frente.  Creó una flota de barcos civiles –embarcaciones pequeñas- que debían sortear el oleaje y acercarse lo más posible a Dunkerque. Los miles de soldados británicos atrapados debían salir de ahí vivos y ésa era una forma de conseguirlo. Fue su momento más bajo, escribe McCarten. "La desconfianza en sí mismo, la culpabilidad, los remordimientos, el agotamiento, también, debieron de tener su parte". Para ese entonces, Churchill llevaba casi dos semanas en el número 10 de Downing Street.

Su Gabinete de Guerra planteó a Churchill una negociación con Adolf Hitler, que ya para ese entonces había invadido Checoslovaquia, Polonia, Dinamarca y Noruega

En los días previos, su Gabinete de Guerra planteó a Churchill una negociación con Adolf Hitler, que ya para ese entonces había invadido Checoslovaquia, Polonia, Dinamarca y Noruega y estaba dispuesto a conquistar el resto de Europa con Francia como más apetecible presa e Inglaterra como siguiente objetivo en la lista de anexiones. La tesis no es del todo conocida e incluso ha sido refutada por muchos historiadores, asegura McCarthen, quien defiende la veracidad del episodio. ¿El hombre de la sangre, el sudor y las lágrimas, el mismo capaz de pronunciar cinco veces la palabra victoria en un solo renglón de sus discursos había llegado a considerar bajar la cabeza ante su mayor oponente? Sí, al menos según las páginas de este libro.

Los archivos nacionales proporcionaron a McCarten una cantera de datos: diarios de los ministros, así como las actas de las reuniones del Gabinete de Guerra que Winston Churchill presidió en aquellos días. McCarten cita estas fuentes y les atribuye valor documental para sostener su tesis: Churchill estuvo muy cerca de alcanzar un acuerdo de paz con Hitler. Los pedestales son sólo para las estatuas, afirma el autor de una biografía poco ortodoxa, jalonada por episodios y golpes de efecto que convierten la vida del primer ministro en un arrebato.

El Churchill que retrata McCarten, y que inspira la caracterización a cargo de Gary Oldman en la película de Joe Wrigh, va de la megalomanía más paralizante al rapto del genio

El Winston Churchill que retrata McCarten, y que inspira la caracterización del primer ministro a cargo de Gary Oldman en la película de Joe Wrigh, va de la megalomanía más paralizante al rapto del genio. Un hombre sin matices y cuya excesiva intuición para corregir sus desmanes luce a veces exagerada, casi podría decirse hagiográfica de no ser por el hecho de que se lleva unos cuantos palos… ¿Puede alguien tener tal capacidad para sobreponerse de sus propios defectos de esa manera? El razonamiento de McCarten invita a pensar que, entre la espada y la pared, Churchill siempre eligió la espada. En este caso la más afilada: sus discursos, de cuyos análisis se desprende un enorme sentido de la teatralidad y el uso exquisito de la oratoria de la antigua Grecia.

Winston Churchill haciendo su conocido gesto de Victoria.

¿Debía continuar luchando sola Gran Bretaña a costa de sacrificar una nación y su ejército o podía aceptar un pacto con la Alemania Nazi? De acuerdo con los documentos citados por McCarten, a los pocos días del ascenso de Churchill como sustituto de Chamberlain, el embajador italiano en Londres había indicado que estaba dispuesto, a cambio de trueques coloniales en África, Malta y Gibraltar, pedir a Mussolini que actuara de intermediario entre Berlín y Londres para la consecución de ese acuerdo. Lord Halifax insistía en explorar aquella opción. También el ministro Neville Chamberlain hacía ver a Churchill que era la manera más sensata y expedita de escapar de la aniquilación. Las presiones fueron tales, que Churchill llegó incluso a autorizar a Halifax la redacción de un memorándum secreto para los italianos en los que se exponían las condiciones de Inglaterra. “Si lográramos salir de este lío cediendo Malta y algunas colonias africanas, él no dejaría escapar la oportunidad”. Son las palabras que atribuye Chamberlain a Churchill en la entrada de su diario correspondiente al 27 de mayo de 1940.

La situación llega a su fin en un episodio que tuvo lugar en su despacho en la Cámara de los Comunes el día 28 de mayo de 1940

La situación llega a su fin en un episodio que tuvo lugar en su despacho en la Cámara de los Comunes el día 28 de mayo de 1940. Churchill debía plantear a su Gabinete de Ministros la situación de un posible pacto con la Alemania con la que hasta entonces el primer ministro se había mostrado desafiante. La sala, con paredes revestidas de madera de roble, estaba llena; el ambiente saturado de puros y cigarrillos. Winston se encaró con ellos; se hizo el silencio mientras miraba directamente a los ojos de los hombres sin cuyo apoyo no sería viable continuar al frente de Inglaterra, narra McCarten. Lo que dijo Churchill no está documentado oficialmente por ningún secretario, pero el diario del ministro laboralista de Economía de Guerra Hugh Dalton, contiene un relato de las palabras que pronunció aquel día. AL borde de la derrota, Churchill reunió todas las palabras de su arsenal y consiguió, son su disertación, salir airoso.

"Seguiremos adelante y lucharemos hasta el final, aquí o donde sea, y si tiene que acabarse esta isla nuestra, que acabe solo cuando cada uno de nosotros esté ahogándose en su propia sangre”

“Durante los últimos días he pensado cuidadosamente si formaba parte de mi responsabilidad considerar si formaba parte de mi responsabilidad considerar la idea de entablar negociaciones con Ese Hombre (Hitler). Pero era ocioso pensar que, si intentábamos formar la paz ahora, obtendríamos de Alemania unas condiciones mejores que si siguiéramos adelante y lucháramos hasta el final (…) Nos convertiríamos en un país esclavo, aunque se estableciera un gobierno británico que sería una marioneta de Hitler, presidido por Mosley (sir Oswald Mosley, destacado fascista británico). ¿Y dónde nos encontraríamos después de todo esto? (…) Por consiguiente, seguiremos adelante y lucharemos hasta el final, aquí o donde sea, y si tiene que acabarse la larga historia de esta isla nuestra, que acabe solo cuando cada uno de nosotros haya caído por tierra y esté ahogándose en su propia sangre”.

Una hora más tarde, Churchill refirió al Gabinete de Guerra el apoyo unánime. Desactivó, con la retórica, otra vez las palabras, a Chamberlain y Halifax. Había ganado dos guerras: la que libraba contra la Alemania Nazi y la otra, la de los despachos de su propio gobierno. Entre la espada y la pared había elegido, una vez más, la espada. La que mejor sabía usar: las palabras.

Un detalle de la portada del libro de McCarten.

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