La celebración del Año Berlanga, coincidiendo con el centenario del nacimiento del mejor director de cine español de la segunda mitad del siglo XX, es un castillo de fuegos artificiales que está sirviendo para revisar, disfrutar y valorar su gran obra cinematográfica y, en cierta medida, ahondar en los valores de quien, considerado un gran sociólogo de la España del pasado siglo, fue además un ejemplo de libertad personal, independencia intelectual, coherencia social y ternura humana. Berlanga ya forma parte de la historia de España y de nuestro idioma común desde que la voz “berlanguiano” forma parte del diccionario de la Real Academia.
Quienes tuvimos la fortuna histórica de ser sus amigos nos sentimos complacidos por la catarata de actividades de todo tipo que se están llevando a cabo y, por una vez, comprobamos que nuestra indolencia secular no se ha manifestado también con el autor de los títulos más sobresalientes del cine español. Un país que se desentendió de Goya y Blasco Ibáñez, que perdió los restos de Cervantes y de tantos otros y que condenó al ostracismo a los pilares de la cultura y la ciencia españolas está mostrando, al fin, que a veces sabe ser agradecido con quienes nos hicieron ser lo que somos, aunque para ello nos obligaran a mirarnos al espejo, apenarnos de nosotros mismos y convertir la fatuidad en miserabilización. Berlanga era la conciencia de la gente normal y nos mostró que la gente normal, en este país, antepone el egoísmo a la conciencia. También nos enseñó a reírnos por ser así.
No fue un hombre de odios, tampoco de grandes amores. Decidió no alistarse en nada y firmar sus manifiestos políticos en celuloide"
Congresos, libros, monográficos en radio y televisión y toda clase de eventos se vienen sucediendo por toda España y otros países, un ceremonial conmemorativo que culminará en la gala de entrega de los premios Goya del año próximo. La actualización y relanzamiento del Berlanga Film Museum, accesible en una página web en Internet, pone a disposición de todo el mundo lo esencial de su vida y obra, igual que diferentes canales de televisión públicos y privados emiten sus películas en ciclos que volverán a recordarnos cómo somos. La emisión en estos días en La2 de TVE de un “Imprescindibles” dedicado al genio será un eslabón más de la cadena que va a unir definitivamente a Berlanga con nuestra memoria colectiva.
Gruñón efímero
De todos modos, el personaje menos berlanguiano que se pueda imaginar fue Luis García Berlanga. Se pasó cincuenta años miserabilizando a la sociedad española e intentando miserabilizarse a sí mismo y al final consiguió lo primero pero no lo segundo. Se convirtió en una leyenda porque miles de entrevistas, de apariciones en televisión y de presencias cotidianas lograron construir una idea general de él como personaje: un director cinematográfico incomparable y un ser humano entrañable, accesible, brillante y afectivo. El autor de Plácido, El verdugo, La escopeta nacional y La vaquilla era un genio del cine, sin duda; y el ser que se resguardaba tras el genio era un hombre de buen carácter, siempre dispuesto a la sonrisa, cortés y partidario de reivindicar sus aficiones por los infiernos del erotismo para escandalizar a la sociedad burguesa de la que formaba parte.
Sus pasiones fueron cortas y su memoria afilada hasta muy tarde, cuando se le escapó por completo; él la llamó la gran censura"
Berlanga se encerró en un triángulo limitador (la soledad, el egoísmo y la cobardía). Deseaba la soledad, presumía de egoísmo en una sociedad que no le gustaba y reivindicaba su cobardía por no haberse atrevido a conquistar la soledad y militar en el Partido Egoísta, que fundó Tucker allá por los años veinte en Estados Unidos. Aspirante a solitario, a egoísta y a cobarde, la realidad es que no supo vivir aislado, que no pudo abstraerse de una curiosidad adolescente y que su mal humor era tan explosivo como efímero. Llegó a la categoría de viejo gruñón, pero luego no se acordaba con quién estaba enfadado ni por qué.
Berlanga no fue un hombre de odios; tampoco de grandes amores. Decidió no alistarse en nada y firmar sus manifiestos políticos en celuloide. Sus pasiones fueron cortas y su memoria afilada hasta muy tarde, cuando se le escapó por completo (él la llamó “la gran censura”). Siempre mirando desde el fondo de aquellas pupilas azules, marítimas y risueñas que guardaban, si se las conocía bien, las armas de un seductor frustrado.
Personalmente tuve la recompensa profesional de escribir su biografía autorizada y de ser guionista de sus dos últimas películas (Blasco Ibáñez y París Tombuctú); y la gratificación personal de permanecer a su lado hasta el final de una vida que se apagó sin estruendo en la madrugada del 13 de noviembre del 2010, en contraposición al revuelo nacional que su desenlace produjo desde que se conoció la noticia. Ahora, cuando se abre el legado que depositó en el Instituto Cervantes, cuando se repasa su obra en cines y televisión, cuando se brinda un homenaje nacional en su memoria, debemos sentirnos orgullosos de no olvidar lo mejor que ha dado el mediterráneo cultural a España y España al mundo del cine.
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