Cuando se cumplen cien días de Pedro Sánchez al frente del Gobierno, toca hacer un repaso a cuáles han sido los rasgos iniciales de su gestión en lo que a Cultura respecta. El balance es irregular y desigual. La primera medida que dispuso, la restitución de una cartera exclusiva para la cultura, fue interpretada como un gesto de buena voluntad para con uno de los sectores que había experimentado los peores recortes presupuestarios en los últimos cinco años. Sin embargo, todo el entusiasmo que pudo despertar en algunos la recuperación de un ministerio propio se hundió en el desconcierto de quienes vieron con asombro y estupor el nombramiento como responsable de aquella cartera del escritor y periodista Màxim Huerta, un personaje con relumbrón mediático pero sin experiencia alguna en asuntos de gestión cultural. El carácter cosmético de aquella elección marcó la que sería una primera etapa de desorden de la Cultura del sanchismo.
Màxim Huerta se convirtió en la primera crisis del gobierno de Pedro Sánchez: tras ser acusado de defraudar doscientos mil euros a Hacienda, Huerta se vio obligado a dimitir, y de la peor forma
Máxim Huerta se convirtió en la primera crisis del gobierno de Pedro Sánchez: tras ser acusado de defraudar doscientos mil euros a Hacienda, Huerta se vio obligado a dimitir, y de la peor forma. En la mañana dijo contar con pleno apoyo del presidente de Gobierno, y en la tarde salía, gimoteando, de su oficina en la Plaza del Rey. Huerta fue sustituido en el cargo por José Guirao, uno de los nombres que se barajaban inicialmente para la cartera de Cultura, alguien con una amplia experiencia en el sector como director del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía y luego como director de La Casa Encendida, centro cultural impulsado por Caja Madrid. Aunque Huerta había sido recibido con una tímida condescendencia –hay que darle un voto de confianza, decían muchos-, el anuncio del nombramiento de José Guirao como nuevo ministro de Cultura y Deportes devolvió alguna tranquilidad a quienes comenzaban a ver con claridad la improvisación del gobierno de Sánchez, un rasgo que se manifestó desde el comienzo con su primera elección de un responsable. La elección de Guirao corrigió lo que a todas luces parecía un descalabro, pero eso no lo eximía de tener que enfrentar los retos de un sector descoyuntado y ávido de una política coherente en temas como mecenazgo, impuestos y propiedad intelectual, tres áreas en la que hasta ahora Guirao no ha hecho nada distinto que manifestar planes cargados de buenos propósitos pero sin medidas específicas.
Lo primero que hizo José Guirao como ministro de Cultura y Deportes fue reunirse con la representación sindical del teatro de la Zarzuela, que en aquellos días manifestaba su oposición a la fusión del coliseo de la calle Jovellanos con el Teatro Real. Guirao dijo querer conocer los términos de la fusión y la postura de los trabajadores ante ésta. Tras una segunda reunión con los directivos de ambos teatros, decidió revocar la fusión y derogar así el Real Decreto 229/2018, de 20 de abril de 2018, que acordaba la fusión y cuya entrada en vigor estaba pendiente de la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado. Fue el primer golpe de timón con respecto a la gestión de los populares.
La rebaja del IVA de las entradas del cine decretado por el gobierno de Rajoy y con el que Sánchez pretendía sacar pecho, dio margen a Guirao para una distensión momentánea aunque no duradera.
El viento a favor de la rebaja del IVA de las entradas del cine que había decretado el gobierno de Rajoy y con el que Sánchez pretendía sacar pecho, dio margen a José Guirao para una distensión momentánea aunque no duradera. Muchos exhibidores no bajaron los precios de las entradas al cine, a pesar de la desaparición del gravamen del 21%. Tan sólo 50% lo había hecho, la otra mitad no. El argumento de los exhibidores era sencillo: ellos tuvieron que asumir de su bolsillo el aumento, así que podrían reservarse la decisión de la bajada de precio. Guirao advirtió entonces que si no se repercutía la bajada del IVA al cine en el precio de las entradas, "a lo mejor" habría que plantearse "revisar" esta medida. Una amenaza velada, un frenazo a la luna de miel.
Hasta ahora, José Guirao ha hecho intervenciones concretas y puntuales. Ha centrado sus acciones en tres elementos concretos: una revisión de la ley de Mecenazgo, la estructura del INAEM y la recuperación de una Dirección General del Libro. En el primer apartado, Guirao anunció la creación de un grupo de trabajo con miembros de los ministerios de Hacienda, Educación y Ciencia. "Buscamos concretar el mecenazgo no sólo como instrumento de financiación, sino también para fomentar la partición ciudadana en la cultura a través del micromecenazgo", dijo en su primera comparecencia en la comisión de Cultura del Congreso de los Diputados. A pesar de eso, aún no se ha puesto en marcha ninguna medida concreta para la concreción de ese grupo de trabajo.
Sobre el Instituto de Artes Escénicas y Música, Guirao aseguró que una de las primeras tareas de su gestión pasaba por la reforma de una estructura obsoleta que ahogaba a los creadores escénicos y que exigía la organización administrativa del INAEM y así lo hizo: puso en marcha un estudio profundo para rehacer la entidad. El tercer asunto demostró la voluntad de devolver al libro su centralidad y con el nombramiento de Olvido García Valdés al frente la recién creada Dirección General en la materia.
Algunos otros temas como la SGAE permanecen aparcados. Aunque Guirao anunció en julio que, en caso de que la sociedad de autores no cumpliera con los requerimientos de transparencia, no descartaba poner en marcha una intervención. Al respecto no ha dicho nada más sobre el particular. La única decisión alusiva a la SGAE que levantó suspicacia fue la elección de Adriana Moscoso como directora General de Industrias Culturales. Esta abogada pamplonesa especialista en Propiedad Intelectual, es ex asesora jurídica de la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE), uno de los organismo que quedan bajo su tutela y que debe fiscalizar. Aunque el ministerio de Cultura desestimó que existiese posibilidad alguna de un conflicto de intereses, el asunto fue percibido con desconfianza y recelo.
En ocasiones errática, la de José Guirao ha sido una gestión discreta, poco dada a la pirotecnia a la que Pedro Sánchez parece aficionado. Hay asuntos de importancia en los que Guirao ha dado un paso a un lado: por ejemplo las negociaciones con Carmen Thyssen sobre la permanencia de su colección en el museo y las condiciones del acuerdo de sesión que la baronesa ha intentado modificar durante años. Ese asunto depende de vicepresidencia y es justamente Carmen Calvo quien lo lleva adelante. En ese sentido, el papel de Guirao es bastante más discreto del que desempeñaron otros ministros como Íñigo Méndez de Vigo e incluso el propio José Ignacio Wert. Eso, en lo que a Guirao respecta. Sin embargo, otras decisiones que dependen del Ejecutivo muestran una reincidencia del sanchismo, empeñado en grandes nombres en lugar de grande sgestores.
Una medida del presidente de Gobierno en materia cultural consiguió reactivar la inquietud y el escepticismo del sector. Tras un nombramiento técnico como el de José Guirao, Sánchez tuvo un rebrote en su política de gestos. El Instituto Cervantes pasó de manos de Juan Manuel Bonet a Luis García Montero. Es decir, el mascarón de proa de la cultura en el exterior cambiaba así del perfil de un ex director del Museo Reina Sofía (2000-2004), el IVAM de Valencia (1995-2000) y del Cervantes de París a un poeta que, hasta el momento, había gestionado una destacada obra poética así como una carrera política fugaz. Luis García Montero, el noveno director del Cervantes, tenía mucho qué atender y poco tiempo para concretar los asuntos de intendencia: 87 centros distribuidos en 44 países, una red que depende del Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación y que cuenta con un presupuesto de 120 millones de euros. ¿Podía alguien sin experiencia de gestión mantener la estabilidad?
Todo cuanto hagan en la materia tiende a reproducir una inercia ya dada, aunque eso no ha eximido a Sánchez de un cierto efecto mediático en su apreciación de lo cultural
A diferencia de Bonet, enfocado en potenciar la red de actividades y la relación con Iberoamérica, el programa de Luis García Montero para el Cervantes pasaba por tres asuntos: la integración de todas las lenguas en lo que él llamó gran casa del español y de la que formarían parte el euskera y el catalán –un asunto que no ha vuelto mencionar-; la apertura de más centros Cervantes, uno Washington y Miami, así como una mayor dotación económica en general, un tema en el que ha insisto en varias oportunidades, aunque sin proponer de manera clara cuáles serían las prioridades de esa mayor inversión.
Hasta el momento, la política cultural del gobierno de Pedro Sánchez es una traducción de la provisionalidad de su situación: en apenas dos años y con unos presupuestos cerrados en la legislatura anterior, todo cuanto hagan en la materia tiende a reproducir una inercia ya dada, aunque eso no ha eximido a Sánchez de un cierto efecto mediático en su apreciación de lo cultural: para el presidente de gobierno prima la notoriedad antes que la gestión, algo que demostró de primeras con el nombramiento de Màxim Huerta y que sobrevuela sobre aquellas decisiones que dependen de él.
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