Cultura

Los cinco hombres que cambiaron el mundo y se hicieron multimillonarios por el camino

Movistar Plus + relata en ‘El ascenso de los multimillonarios’, una miniserie documental, las carreras de Musk, Gates o Zuckerberg

Cada mañana nos despertamos deslizando un dedo sobre una pantalla de cristal para silenciar la odiosa alarma de nuestro smartphone; todavía en la penumbra de la habitación muchos consultamos los temas del día de la barra de bar del mundo en Twitter; buena parte de la población se pasa las siguientes ocho horas sentada frente a un ordenador que de forma mayoritaria funciona con el sistema operativo con nombre de ventana; en nuestros descansos del trabajo recibimos nuestra egodosis en forma de corazoncito en la foto del fin de semana; consultamos cualquier duda en el mismo buscador que usa un ciudadano de Ohio y compramos cualquier cosa imaginable en la misma plataforma que te la envía al día siguiente vivas en Tokio o un pueblo de Guadalajara.

En el lapso de 20 años, los inventos y la visión de futuro de un grupo de hombres cambiaron el mundo radicalmente y de paso se hicieron billonarios por el camino. La serie documental El ascenso de los multimillonarios repasa la creación de este nuevo mundo en el que vivimos y cómo las ideas de unos permitían el desarrollo de los otros. Sin un navegador web cómodo e integrado en el principal sistema operativo de los usuarios (Microsoft, de Bill Gates) no se entiende la existencia de lo que al principio fue una tienda online de libros (Amazon, Jeff Bezos). En este ecosistema en el que el mundo comenzaba a comprar, estudiar y trabajar con un ordenador, era una buen momento para que alguien creara algo para relacionarse con amigos o ligar (Facebook, Mark Zuckerberg). En la cadena de una vida pegada a la pantalla, el eslabón que significó el desarrollo del Iphone (Steve Jobs) representaba una nuevo paradigma que multiplicó exponencialmente la potencia del resto. Un teléfono sin teclas en el que se podía hacer todo lo que ofrecía un pc además de ver y escuchar en la calle todo lo que antes requería varios dispositivos. Todo ello necesitaba de un nuevo orden, una nueva forma de agrupar y categorizar las millones de búsquedas por minuto (Google,  Larry Page y Sergey Brin).

Nacía un nuevo mundo y las empresas petrolíferas o grandes industrias, que habían dominado el siglo XX, quedaban jibarizadas en los ránkings de compañías más valiosas por unas totalmente y que firmaban balances milmillonarios con menos de 100 empleados. 

Con una amena narración que divide los cuatro capítulos en diferente años, la serie recorre este camino en el que las empresas también chocaban con la legislación. El juicio por actitudes monopolísticas contra el Microsoft de Gates, por incluir Internet Explorer en su sistema, eliminando de facto al resto de navegadores. O la más reciente comparecencia de Zuckerberg  en el Congreso de Estados Unidos por la utilización de datos privados de sus usuarios, tras el escándalo de Cambridge Analytica. 

El principal pero de la obra radica en perpetuar el relato de la ‘empresa creada en un garaje’, sin mencionar que la mayoría de ellos provienen de entornos ultra privilegiados y algunos como Bezos, Gates o Musk descienden de familias sumamente ricas, en este último caso, con una mina de esmeraldas entre el patrimonio familiar.

Plataformas políticas y mundos espaciales

Uno de los episodios recoge cómo la política entró de lleno en estas redes con el especial caso de Barack Obama y su compadreo con los dueños de Facebook y Twitter, plataformas que resultaron vitales para su elección, y que lo siguieron siendo para el auge Donald Trump y otros tantos políticos populistas de todo el mundo.

Fue este supuesto sesgo izquierdista de los dueños de Twitter uno de los motivos que arguyó Musk para la compra de la red social. El bueno de Elon, sin duda el más excéntrico de los que aparecen en la serie, ya apuntaba maneras, cuando atesoró varios millones por la venta de Zip2, una empresa de software, y fardó en vídeo de haberse comprado el coche más caro del momento. Después llegaría otro pelotazo con Paypal y su incursión en sus dos proyectos punteros de la actualidad: Tesla y SpaceX, de nuevo, con una alta dosis de riesgo y visión de futuro que comprometieron los ahorros del empresario.

Musk recordaba una charla en la universidad en la que comentaron algunas de las claves del futuro como la necesidad de una transición energética y la expansión de la vida humana más allá del planeta Tierra. La plasmación empresarial de Musk, coches eléctricos y un empresa de cohetes espaciales reutilizables. Las dos compañías representaban una ruptura en sus respectivas industrias. En el país que vive y mata por la gasolina, la apuesta por coches eléctricos se sentía casi como una herejía. Mucho más ambicioso era el diseño de cohetes reutilizable que abarataban considerablemente los viajes espaciales. Ambos proyectos estuvieron al borde de la quiebra, con Musk y sus empleados desesperados por los innumerables fallos en el proceso de producción de los Tesla y por la incapacidad de entregarlos a tiempo. Mientras que su proyecto espacial se estrellaba literalmente una vez tras otra hasta que el cuarto y último intento de lanzamiento, el cohete de Musk funcionó, y se aseguró un contrato con la NASA de más de 1.000 millones de dólares. Realmente fue Bezos quien por vez primera consiguió un cohete reutilizable con Blue Origin, empresa que organiza multimillonarios viajes al espacio.

Como al ciudadano de 1980 que le explicaban cómo internet iba a alterar hasta el último milímetro de su existencia, los proyectos espaciales de Musk y Bezos que pretenden crear una estructura para facilitar los viajes al espacio y una posible colonización, siguen pareciendo un proyecto utópico, a pesar de que ya son negocios altamente rentables.

Mucho más real, siniestro y palpable es la transformación de plataformas como Facebook en una herramienta desde las que ha sido posible interferir en las mismísimas elecciones de Estados Unidos o fomentar acciones genocidas como en Myanmar por las que Zuckerberg trató de lavarse las manos poniendo cara de póker.

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