Pocas escenas gastronómicas hemos visto reflejadas en el cine mudo, pero cabe resaltar los famosos pastelazos en la cara. Una de las primera secuencias que se recuerdan aparece en La batalla del siglo donde personajes como el gordo y el flaco protagonizan una guerra de tartas por una cascara de plátano. Tampoco se quedan atrás los cocineros de La carrera del siglo, después de que Jack Lemmon cayera por accidente sobre un imponente pastel, se inicia la guerra de tartas con más alto nivel de azúcar de toda la historia. Un menú prohibido para diabéticos.
Hasta los años 20 el cine ha retratado la carestía y la hambruna producto de la depresión de postguerra, el gourmet de lujo fue Chaplin, quien dio vida a un hambriento personaje tan obsesionado por la comida que fue capaz de cocinar y devorar una bota con cordones incluidos en La quimera del oro.
A partir de esta época, el cine se apoya en el festín como tema recurrente. La llegada del color muestra la comida en todo su esplendor utilizando el banquete para recrear algunas escenas como en La vida privada de Enrique VIII o Vatel donde Gerard DePardier, como maestro de ceremonias, tiene que recurrir a su imaginación y vistosidad para organizar una recepción que ha durar tres días y tres noches.
Pero sin duda el festín por excelencia es el que se refleja en La grande Bouffe de Marco Ferreti, toda una sátira a la sociedad de consumo que impulsa a sus cuatro protagonistas, encerrados en una mansión a las afuera de Paris, a comer hasta la muerte. Se trata de una película de atracones y de excesos para quien pensó en reventar y no encontró mejor forma.
A quien no le gusten las sorpresas también es posible comer a la carta y, para ello, el mejor sitio es el Arturo al Pórtico. Se trata de un restaurante de lo más variopinto en el que Ettore Scola reúne a toda una macedonia de personajes. El charlatán, el solitario, la madre extrovertida y hasta un mago pasan por sus mesas a la hora de La Cena con entusiasmo por saborear los platos que prepara Fiora, su regente. Eso sí, es aconsejable siempre dejar propina.
Y algo de bote se llevará también Deliciosa Marta un film con una protagonista un poco agria pero con unas dotes culinarias lo suficientemente acertadas como para crear los platos más sensuales, suntuosos y tentadores que hacen la delicia de todos sus clientes. Una peli al dente para ir abriendo boca.
Cine con sabor dulce
Tim Burton, encontró en Charlie y la fábrica de chocolate el ambiente idóneo para dar rienda suelta a su imaginación y convertir su fantasía en una delicia para los paladares más exigentes. Forrest Gump, saboreó pequeños bombones a la vez que nos dejaba alguna de las frases más recordadas del cine. A modo de cuento se presentó Chocolat, donde una guapa Juliette Binoche, con su barita de maestra chocolatera, consiguió despertar los deseos de los escépticos habitantes de un pueblo de la campiña francesa a base de cacao y alguna porción de (mala) leche.
El cine también ha conseguido erotizar la gastronomía y fiel reflejo de ello es la cocina que nos muestra Como agua para chocolate, un film donde se funde sensualidad, deseo y erotismo. Alfonso Arau nos acerca una versión de codornices con pétalos de rosa que hace subir la temperatura de los comensales hasta el punto de ebullición. Es la pata negra de las recetas del cine.
9 semanas y media tardamos en encontrar una cocina llena de vapores. Por entones Mickey Rourke era un tipo atractivo y Kim Basinguer se dejaba alimentar a base de trozos de fruta y pimientos rojos. A partir de este momento la comida empieza a tener otro significado, el del deseo.
Mucho Estómago hay que tener para probar alguno de los platos que prepara Raimundo Nonato, rodeado de moscas y cucarachas. El protagonista utiliza los viejos trucos de la abuela a cambio de papeo y cama en esta muestra de cocina precaria con un sustancioso menú pensado para los paladares más atrevidos.
Y hasta con un poco de humor negro, podemos probar una Delicatessen. En ambiente apocalíptico, carnicero, caníbal y argumento antropófago. Una peli para la dieta de los seguidores de Hanníbal Lecter y los catadores más excéntricos que, confirma el famoso dicho de que “El hombre es un lobo para el hombre”.
Después de tomar nota, con los ingredientes bien aprendidos, la balanza sopesada a favor del estómago, y, las tripas que empiezan a rugir mansamente, hasta yo me voy a atrever a poner manos en la masa. Sin saber qué saldrá de mis fogones y, con las esperanzas casi volcadas en el teléfono del chino de mi barrio, ya casi me atrevo a decir bon appetit porque lo que no salga de mi cocina vendrá en moto, así que no sé si ponerme a preparar el fuego o el cambio, por si acaso.
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