Cultura

Nada es lo que parece

+

Un libro que se ha presentado esta semana habla y reúne las mentiras y grandes errores de bulto en el cine bélico de la antigüedad clásica. En concreto, su autor Guillermo Diaz, no se centra en las producciones de cartón piedra de la romana Cinecittà donde Terenci Moix era tan feliz. No, el autor de Las mentiras del cine bélico se centra tan solo en cinco títulos: Troya, 300, Alejandro Magno, Espartaco y Gladiator. Se refiere a cómo estos peplum modernos tienden a exagerar las bajas que se producían en el campo de batalla, cometen clamorosos anacronismos e idealiza a héroes y libertadores que no lo fueron. De la misma forma revela múltiples anacronismos en Troya, que era la Edad del bronce donde no existía el hierro; por lo que ni las flechas y lanzas mataban ni las corazas eran de piel curtida, mientras -eso sí- las miradas del espectador se pierden en las corvas de Brad Pitt cuando sube por una escalera rustica y de madera.

Los estrenos de esta semana -y de la otra y de la otra más- tienen argumentos manidos, antiguos, repetitivos y nimios.

Al lector le sorprenderá también la verdad sobre Espartaco tras la idealización que el cine ha elaborado de él, al presentarlo "como un héroe y libertador que luchaba contra la esclavitud". En realidad, parece ser, fue un delincuente y un asesino en masa que imponía su autoridad allá por donde iba. Efectivamente liberaba esclavos, pero también convertía en esclavos a ciudadanos libres. Tampoco quiero entrar en lo subliminal de Ben-Hur y las miradas de Charlton Heston al actor que daba vida a Mesana. Ni de cómo en las españolas El valle de las espadas o en algunas otras se percibían relojes de pulsera en los romanos o antenas repetidoras de Retevisión en cabalgadas entre Yul Brynner y Tony Curtis en Taras Bulba.

Los estrenos de esta semana -y de la otra y de la otra más- tienen argumentos manidos, antiguos, repetitivos y nimios. La promoción viral no lo es todo. Puede haber filmes de evasión, de no pensar, alimenticios para sus artistas y técnicos, epidérmicos y como pasatiempo pero aun así las empresas productoras y multinacionales de Hollywood se siguen preguntando por qué la gente no va al cine al ritmo y cadencia que lo conciben los ejecutivos de la industria codiciosa. ¡Sniff! Por eso mismo. El cine -aunque sea el juguete más caro del mundo- debe estar concebido por guionistas y directores con talento y humildad. Algunos productores generadores de un castillo de naipes con magia y trucos para emocionar lo han podido lograr pero nunca -ni en Wall Street, ni en la City, ni en Torre Picasso- se hará cine que emocione al público. Para hacer cine hay que estar definitivamente loco, como tantos creadores.

Hollywood como esclavo de las finanzas

Lo contaba estupendamente David Lynch (El hombre elefante, Blue Velvet, Muholland Drive, Twin Peaks, también la horrorosa Dune) en su visita con honores al Círculo de Bellas Artes en Madrid. Ahora vive de charlas y cursos de meditación trascendental pero ningún estudio le abre las puertas y le propone algún proyecto. Por eso lanza subliminales guiños a gritos a las cadenas de televisión por cable como HBO o Showtime, esas a las que juró no volver nunca jamás. En lo que llevamos de año, seis de las diez películas más taquilleras son precuelas, secuelas o memos remakes. "Hollywood", se lamenta el cineasta y también John Landis, Spielberg, el pesetero de George Lucas y un largo etcétera, "se ha convertido en esclavo de la globalización y los intereses financieros". La industria ya no la dirigen empresarios que conocen el producto con el que trabajan, sino jóvenes lechones forjados en compañías de broker y pilla pelotazos como Goldman Sachs que están más interesados (claro) en sus incentivos que en las propias películas. Las posibilidades de éxito comercial de una producción de Hollywood dependen -también en España- de su resultado durante la primera semana o tan solo el primer weekend. Como predije aquí en Marabilias, El mayordomo de Lee Daniels recaudó 114 millones de dólares en el mercado local de EEUU, pero sólo 16 en el resto del mundo.

Los blockbusters de los 80 tenían un sabor inevitablemente provinciano y se exportaban al resto del planeta una mentalidad y valores muy apegados a la tierra. Treinta años más tarde, las idealizaciones de la infancia residencial del primer Spielberg, las exaltaciones patrióticas de El Imperio Contraataca y las fábulas sobre la construcción del sueño americano están, para la meca del cine, fuera de lugar.

Francis Ford Coppola, padre espiritual de aquel Nuevo Hollywood, se autofinancia caprichos como Twixt con ingresos de sus viñedos californianos en el Napa Valley o en Costa Mesa. Paul Schrader -guionista de Taxi Driver y Toro salvaje con el que pude charlar en la Seminci de Valladolid de hace una semana- financia pequeñas producciones como The Canyons con donaciones de crowdfunding a través de plataformas como Kickstarter con gente de la calle que quiere invertir veinte dólares. Una precuela de Los intocables de Elliot Ness de Brian De Palma aguarda la posibilidad remota de realizarse, lo que obliga al imitador de Hitchcock a rodar pequeñas coproducciones europeas.

En esto de las prejubilaciones forzosas ni tan siquiera el genial y magnifico Billy Wilder se salvó.

Hollywood ha olvidado siempre a los cineastas que la hicieron grande durante décadas. Se cuenta como en esto de las prejubilaciones forzosas ni tan siquiera el genial y magnifico Billy Wilder se salvó y también le dieron como a uno que yo conozco la patada de Charlot. “¿Ha visto Titanic?” -decía y se lamentaba Wilder cuando arrasaba en los Oscar a un amigo- “¿Ha visto semejante mierda? Todavía no lo puedo creer. ¡El dinero que se han gastado! Se lo aseguro, si gana el premio de la Academia, voy a gritar”. El Dios Wilder -para Fernando Trueba y muchos más que nos hizo tan feliz- murió en 2002, 21 años después de dirigir su última película.

El único de la quinta que parece sobrevivir de momento es el último -junto con Clint Eastwood- director vivo Martin Scorsese, “aunque sea haciendo vídeos para Freixenet”, dicen los maliciosos repletos de envidia. Además, ver ese spot es como asistir a clase en el American Film Institute. No es la primera vez que el director neoyorquino se pone a las órdenes de una campaña publicitaria, ya lo hizo con Chanel y su spot de Bleu en 2010. También es inmejorable este último que, para Dolce & Gabanna y en diferentes metrajes, se aprecia en las televisiones con Scarlett Johansson y Matthew McConaughey. Ambos dan vida a una glamorosa pareja que da un paseo en coche por las calles abandonadas de la ciudad de Nueva York. La canción Il Cielo Una Stanza de Mina sirve como acompañamiento musical en este pelotazo en blanco y negro que anuncia una fragancia. A José Luis Garci no le han encargado nada. ¡Que desproporción!

Apoya TU periodismo independiente y crítico

Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación
Salir de ver en versión AMP