El sesgo político de la película está claro: el de la progresía yanki. El director, Adam McKay, ha hecho películas contra las guerras de los Republicanos pero apoya a los Demócratas (un partido igual de belicista o más). Buena parte del elenco de actores pertenece también al Hollywood progre: Leonardo DiCaprio, Jennifer Lawrence y Ariana Grande.
DiCaprio difunde la causa ecologista presumiendo de casoplón solar y cochazo eléctrico (aunque después tire de yates y jets privados). Lawrence es una musa del feminismo: promociona campañas body positive de aceptación del sobrepeso o las arrugas. Al mismo tiempo, ejerce de embajadora de la marca Dior y sus estrictos cánones de belleza. Grande está fuertemente comprometida (en sus propias palabras) con la “igualdad de género, racial y de orientación sexual”. Eso sí, también está comprometida con Apple, Samsung o Reebok, empresas enemigas de la única igualdad que Grande olvida mencionar: la igualdad económica.
Es, en definitiva, un filme más bien “de izquierdas”. Y como tal, la película está dividida en dos, igual que ocurre con la propia izquierda en Occidente. Una mitad es extremadamente acertada: la crítica al entramado político-mediático-económico del sistema capitalista. Pero la otra parte es totalmente insufrible: todo lo relacionado con la 'superiorida moral' de la hipócrita élite progresista. Por desgracia, el énfasis está puesto en este último enfoque, tanto en la película como en la izquierda realmente existente.
La mitad mala
El argumento gira en torno a dos astrónomos (interpretados por DiCaprio y Lawrence) que descubren que un meteorito va a colisionar contra la Tierra en seis meses. Es una alegoría del cambio climático: el meteorito es un peligro inminente y una señal evidente y visible. Igual que las imágenes del incendio del Amazonas, el tsunami en Indonesia o el oso polar a la deriva en un bloque de hielo. Y aún así, la mitad del electorado duda del riesgo del meteorito. ¡Y un 20% ni siquiera cree en su existencia! La proporción es semejante a la de dudosos sobre las causas y consecuencias del cambio climático.
El Club de Roma afirmaba en 1970 que el mundo se acaba en 10 años, mientras el Príncipe de Gales aseguraba en 2009 que nos quedaban 96 meses
El problema es que la comparación entre meteorito y cambio climático es fallida. Los eventos medioambientales suelen ser lentos, graduales y, en muchos casos, imposibles de calibrar. El único objetivo de la metáfora es tachar de ciegos y locos a todos esos “escépticos” y “negacionistas”. Pero, de hecho, son este tipo de trampas argumentales lo que provoca tanto rechazo popular hacia la teoría de la “emergencia climática”.
Llevamos sesenta años de “falsos meteoritos”: la muerte de los océanos para 1980, el fin del petróleo para 1990, Venecia sumergida para el 2000 o el deshielo glaciar para el 2010. A ver si el problema no van a ser los “negacionistas” sino los “afirmacionistas”. El Club de Roma afirmaba en 1970 que el mundo se acaba en diez años. El Príncipe Carlos de Gales afirmaba en 2009 que se acaba en 96 meses. El ministro de exteriores francés Laurent Fabius afirmaba en 2014 que en 500 días.
En la película, los científicos protagonistas representan a esas élites ilustradas, capaces de profetizar los peligros de 2030 pero incapaces de implicar al pueblo trabajador, cuyo único horizonte temporal es llegar a fin de mes. En No mires arriba, la ciudadanía está compuesta por vulgares obreristas a los que solo les importa que la crisis del meteorito cree puestos de trabajo. Además, son admiradores de figuras blancas, cis-hetero-patriarcales y militaristas (como el personaje interpretado por Ron Perlman). Y son, sobre todo, una plebe irracional, visceral, adicta a redes sociales, gregaria como un rebaño de animales.
“¿Qué le ha pasado a la sociedad?”, se pregunta el personaje de DiCaprio, ¿por qué la gente ya no cree en la ciencia, la democracia liberal, los partidos de toda la vida, la Unión Europea y el comité de expertos sanitarios? Todo está lleno de ecoescépticos y de euroescépticos, de “negacionistas” del meteorito, de las vacunas y de la violencia de género. El diagnóstico de la progresía yanki (y de la española) es que el populacho está infectado de 'pasiones tristes': la superstición, la nostalgia, el nacionalismo, la indignación. El centro y la derecha están de acuerdo con el veredicto progre. Tanto Girauta (Ciudadanos) como Borja Sémper (PP) han alabado la película por señalar que “la gente es idiota”.
Nadie en la casta política se plantea otra hipótesis. ¿Y si la gente no es idiota y pasional, sino que tiene memoria y sentido común? ¿Y si el pueblo ha perdido la confianza en el sistema porque el sistema le ha mentido una y otra vez? Que la globalización nos va a hacer más ricos. Que con un par de vacunas se acabarán las restricciones. Que vamos a reformar el capitalismo y a resetear el sistema.
Sólo hay una pasión que la élite sí nos permite sentir: el miedo; les parece que hay poco
¿Cómo creer a los expertos que hablan de “crisis climática”, si son los que en 2008 negaban la crisis económica? ¿Cómo creer en la 'ciencia' de unas multinacionales farmacéuticas que, en previas pandemias, vendieron medicamentos-estafa y vacunas dañinas? ¿Cómo creer al gobierno sobre la existencia del meteorito, después de haber proclamado la existencia de armas de destrucción masiva en Irak y la inexistencia de riesgo talibán en Afganistán?
La científica interpretada por Lawrence, dispuesta a convencer, mira a cámara con gesto histérico y le grita a los telespectadores “¡vamos a morir todos!”. Y la única reacción de internet es burlarse de ella. Aquí la película está criticando los ataques que recibió Greta Thunberg por su airado discurso en la Cumbre Climática de 2019 . Niña loca, arrogante, malcriada. La propia Lawrence fue ridiculizada en 2015, por afirmar que si Trump llegaba al poder “sería el fin del mundo”. ¡Qué crueles son los usuarios de internet, qué mala es la gente! A los famosos y activistas bien-pensantes no hay que criticarles sus 'bajas pasiones'. Eso sólo se le critica al pueblo. Greta sí puede gritar, Miley Cyrus puede llorar, Biden puede delirar, Juncker puede emborracharse y la Clinton puede carcajearse.
Sólo hay una pasión que la élite sí nos permite sentir: el miedo. Les parece que hay poco. Los personajes de Lawrence y DiCaprio no pueden creerse que la audiencia no reaccione aterrorizada al anuncio del meteorito. Es un tirón de orejas a los espectadores. ¿Por qué no estáis lo suficientemente cagados con la vida? ¿Por qué no compráis más alarmas para la puerta? ¿Por qué no aprovecháis el agua del retrete para fregar los platos, después de cenar insectos? ¿Por qué no os ponéis triple mascarilla, os encerráis en casa y tiráis la llave al mar?
Lo peor es que es mentira. Nuestra sociedad es, más que nunca, una sociedad del terror. Miedos políticos infundados, miedo al neofascismo o al socialcomunismo. Miedo a los okupas y los menas, miedo a los delitos de odio. Ecoansiedad, miedo al gran apagón y a nuevas cepas víricas. Miedos que, al contrario que en la película, no son ignorados en los medios de comunicación, sino explotados hasta la extenuación. Como el canal Cuatro poniendo películas de volcanes tras la erupción en La Palma. Miedos que, al contrario que en la película, no son desatendidos por la inacción política, sino que disparan una hiperactividad gubernamental para ver quién cobra más ecotasas o se inventa restricciones sanitarias más excesivas.
La mitad buena
Un miedo muy real es el que dan los tecno-gurús. El difunto Steve Jobs, Mark Zuckerberg y Elon Musk. Multimillonarios mesiánicos a los que, a la hora de la verdad, les falla la patente, se les cae Facebook o les estalla el 'cristal irrompible' del Tesla. La película los retrata duramente en el personaje de Peter Isherwell.
Eso sí, No mires arriba no repara en que estos 'visionarios' se nutren del mensaje que difunde la propia película. “¡Vendrá un meteorito!” es el temor que rentabiliza Jeff Bezos para financiar su proyecto privado espacial. “¡El mundo se va a acabar!” hace que Zuckerberg nos invite a refugiarnos en sus productos de realidad virtual. “¡Vamos a morir todos!” lo usa Alan Bloomberg y sus laboratorios de 'extensión de la vida'. Buena parte de la estructura científica (en la que se supone que debemos confiar) está directamente comprada por estos tecno-gurúes, desde la NASA hasta la OMS.
Muchos han querido ver en la presidenta de ficción un retrato de Donald Trump, pero el director ha revelado que está parcialmente inspirada en los Clinton
También se critica con fiereza a la casta política, mediante el personaje de la presidenta de EE.UU. Adinerada, inmersa en escándalos y declaraciones inapropiadas, obsesionada con ganar y desinteresada en la verdad. Muchos han querido ver en ella un retrato de Donald Trump, pero el director de la película ha revelado que la presidenta está parcialmente inspirada en los Clinton, que comparten todas aquellas características.
Más trumpista es el jefe de campaña del gobierno, Jason Orlean. Es hijo de la presidenta, como lo era Ivanka Trump. Jason encarna a la perfección a una derecha liderada por ricos y que desprecia secretamente a las clases bajas, pero que necesita ganar su apoyo. Y su forma de lograrlo es criticar las ocurrencias progres que tan detestables resultan para los trabajadores. El ecologismo de cerrar industrias, el feminismo de la huelga de juguetes, el anti-racismo de tirar estatuas y quemar barrios obreros, etcétera.
En un discurso de campaña, Jason deja entrever la estrategia de la 'derecha populista'. "Hay tres tipos de americanos”, dice. “El primero sois vosotros, la clase trabajadora”. Y, como Jason jamás ha pisado un andamio ni vareado un olivo, sólo logra citar ejemplos que frecuenta: “vosotros sois gente como mi entrenador personal y el personal que está en el pasillo del spa”.
“El segundo tipo son ellos”, los progres, los ricos malos como George Soros o Bill Gates. “Lo siento, pero necesitamos a los progres para que vosotros nos queráis votar a nosotros”, reconoce. Y ¿quiénes somos nosotros? “el tercer tipo: los ricos buenos”. Los que no os damos la tabarra con el género fluido o la apropiación cultural, porque sólo nos interesa el mercado fluido y apropiarnos el capital. Somos los que hablamos de las cosas que os importan: de patria y trabajo y familia. Aunque luego vendamos el país a fondos de inversión que os despiden y os desahucian.
El personaje de Jason Orlean recuerda a Tucker Carlson, el altavoz televisivo de Trump. Carlson clama día y noche contra las élites progres de Hollywood, Silicon Valley o la universidad de Berkeley. Carlson se presenta como el valedor de la gente común contra las excentricidades de antifa, los queer y Black Lives Matter. Pero Carlson es “un elitista declarado”. “Yo no soy un hombre del pueblo”. “Nunca he tenido que trabajar”, gracias a la “extraordinaria cantidad de dinero que he heredado”. Son sus propias palabras. En 2003 confesó que los derechistas que se disfrazan de populistas están haciendo “un numerito”. El objetivo es hacer creer a los humildes que pueden ser representados por “gente que gana varios millones de dólares al año”.
No mires arriba rebosa elitismo cultural de izquierda, pero también es capaz de destapar magistralmente el elitismo económico de la derecha. Más nos vale “mirar arriba”: enterarnos de quiénes son las élites progres y las élites liberales, saber que se necesitan mutuamente y comprobar que se fusionan en muchos ámbitos. Este es el asteroide político que no quieren que miremos.
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