Cultura

Frente Cumbiero, el reverso de Maluma y J. Balvin

El conjunto colombiano publican su esperado segundo álbum, ‘Cera perdida”

Mario Galeano es una figura de culto en la escena cumbiera, tanto por su honda cultura musical como por los vibrantes resultados que obtiene en sus grabaciones y directos. Su fama internacional despegó con el disco Frente Cumbiero meets Mad Professor (2011), feliz encuentro de la tradición popular colombiana con la jamaicana. En su trayectoria también figuran proyectos como Ondatrópica, Los Pirañas y su grupo primerizo, Ensamble Polifónico Vallenato. Ahora vuelve con Cera Perdida, un trabajo que mantiene su alto nivel creativo inventando nuevas hibridaciones de lo popular con lo experimental.

Pregunta: ¿Qué significa el título del disco? ¿Qué relación tiene con los muñecos de la portada?

Repsuesta: Con el título Cera perdida quiero hablar un poco de varias cosas. Principalmente es una cuestión relacionada con un tipo de flautas que existen en Colombia, que son la columna vertebral melódica de la cumbia, y en parte está hechas de cera de abeja. Quería hacer una analogía con el hecho de buscar inspiración en ciertas melodías antiguas, sacar lo tradicional del ámbito nostálgico y ancestral. Tal vez se pueda hablar también de una relación fortuita con los vinilos, que se hacen también de pasta de cera. La carátula está hecha por Camilo Pachón y Mateo Rivano, dos artistas de Bogotá. La imagen tiene que ver también con el Paro Nacional, las movilizaciones sociales de noviembre de 2019. Este año no se celebraron por la epidemia de la covid-19, que el Gobierno está aprovechando para reforzar su autoritarismo. Mi opinión es que necesitamos salir de nuestros pequeños apartamentos y movilizarnos.

Portada de 'Cera perdida'

Describe las canciones como “tropicalismo de alta montaña” y habla de explorar los sonidos de los ensambles de la costa Caribe colombiana.

Aquí hay una cuestión geográfica. Colombia tiene cuatro o cinco regiones muy marcadas. Por ejemplo, el porro es una música costeña, que tiene tradiciones sonoras muy distintas de Bogotá. Nuestra ciudad está a 2.600 metros de altitud y aquí todo es frío, lluvia y viento gran parte del año. Son dos mundo en términos climáticos y de imaginarios, nosotros no tenemos que ver con palmeras, sol y arena. Lo que intento explicar es que sería absurdo copiar las formas del tropicalismo caliente porque aquí las cosas son muy distintas. Para nosotros, es importante comunicar ese estado de ánimo, esa forma de ser y de vivir. Ni somos costeños, ni estamos en la orilla del mar, lo cual nos permite alejarnos de la tradición y tomar enfoques más arriesgados. Hay una parte del trópico donde también hace frío.

Ha mencionado usted el porro, género popular colombiano, poco conocido fuera de sus fronteras.

El porro es el estilo más representativo de el ensamble de cobre de la costa atlántica colombiana. Allí existe una tradición grande, o mejor dicho había, porque cada vez hay menos 'big bands' de cobre con clarines, clarinetes, trompetas, bombardinos… Estamos hablando de unas quince o más personas por formación. Estas bandas tocan porro playero, de un pueblo que se llama San Pelayo donde se desarrolló este género. Yo soy seguidor de estos sonidos tan poderosos, que pueden llegar a sonar como un aplanador. En el campo rítmico, el porro tiene un sabor diferente, aunque sigue siendo hermano de la cumbia.

"Los músicos en Colombia están en situación de olvido: el Gobierno ofreció soluciones ridículas, subsidios de 40 euros para mayores de cincuenta años", lamenta Galeano.

El disco se cierra con una colaboración con el Conjunto Miramar, pioneros de la salsa. ¿Qué le interesaba de ellos?

El Conjunto Miramar tiene canciones pachangueras tremendas, pero nosotros estamos más influídos por su parte de cumbia. Canciones como “Reina de cumbias” siempre fueron muy queridas por nosotros. Se nos dio la oportunidad de conocer a Jairo Grisales, que es el acordeonista histórico del Conjunto Miramar. Todo fue gracias a una empresa que se llama Coomeva, una caja de compensación (seguros), que nos ofreció tocar con él en Medellín. La pieza se titula “Llegamos los montañeros”, relacionado con lo que te contaba antes. Aquí ‘montañeros’ es una palabra despectiva, en el mismo sentido con el que alguna gente usa ‘campesinos’. Se relaciona con alguien que vive aislado, generalmente con pocos estudios escolares o universitarios. Hablando claro, equivale a ‘ignorante’.

¿Cuál es la inspiración para la “Cumbia del asilo”?

Se trata de un tema que escribí en México hace diez o quince años. Tiene que ver con una residencia artística que hice en México para investigar que estaba pasando con la cumbia en ese país. Terminé en una ciudad que se llama Puebla, donde colaboré con una banda sinfónica juvenil, que tocaba un repertorio clásico del romanticismo. Lo que pasa es que los chicos venían de barrios populares, donde se escucha cumbia en la calle, pero ese era un estilo que no podían incorporar a su trabajo en la banda sinfónica. Tuve la oportunidad de escribirles tres piezas cumbieras. El proyecto estuvo muy lindo, con músicos de seis a dieciocho años, que suenan como una banda de borrachitos tocando porque aún no han aprendido la técnica muy bien; es perfecto porque estéticamente ese es el efecto que yo estaba buscando. El nombre “Cumbia del asilo” tiene que ver con que está escrito en el Asilo de Escritores, que es la sede donde se recibe a los artistas de paso o que se quedan temporadas cortas.

Hace pocos meses , nos enteramos de la delicada salud y complicada situación económica de Michi Sarmiento, clásico de la música colombiana con quien ha colaborado. ¿Cuál es la situación de los músicos colombianos tras la pandemia?

Por suerte Michi está bien, salió de la operación. Sin embargo, hablando desde una perspectiva más amplia, los músicos en Colombia están en una situación de olvido tenaz. El gobierno ha ofrecido unas soluciones muy ridículas de subsidios de 40 euros por músico, solo para los mayores de cincuenta años. No hay trabajo, así que muchos se han metido a ‘call-centers’. La vida nocturna del país se terminó y nosotros somos de los pocos que han tenido invitaciones de festivales virtuales, es poquito el trabajo pero sigue saliendo. Hay otro tipo de músicos sin contactos internacionales que lo pasan mal: muchos están tocando en calles vacías, enfrente de edificios de apartamentos con un parlante (altavoz), a ver si alguien le tira un billetico o les baja algo de comida. Los músicos callejeros ya no son cosa del centro de las ciudades, sino que piden en todos sitios. La situación es muy complicada.

La música latina rompe récords estos días, de la mano de Bad Bunny, Maluma, J. Balvin y otros superventas. ¿Les supone eso a ustedes algún beneficio?

Básicamente, nosotros no pertenecemos a eso, ni al mundo de los reguetoneros ni al de la industria. Ni nos represan ni nosotros a ella, somos dos ambientes diferentes. Nosotros tenemos una carrera musical con otros ritmos, que nos ha permitido actuar en los cinco continentes: Japón, Rusia, Nueva Zelanda, Australia, Marruecos, toda Europa, toda América Latina… Somos ‘underground’ o ‘caletos’, que es como decimos aquí a quienes se mueven fuera de la industria y de las grandes redes de información digital. Hablar con los lectores de Vozpópuli es una forma de reforzar esas redes. No estamos en MTV, ni en los grandes listas de Spotify y Youtube. Buscamos resultados sonoros y estéticos, como está escena bogotana que incluye a Meridian Brothers, Los Pirañas, Romperayo, Onda Trópica… Lo que más necesitamos nosotros es gente curiosa que se acerque a nuestro proyecto, como esperamos que pase con esta entrevista.

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