Comencemos respondiendo a la respuesta al titular, las pinturas se han retirado fundamentalmente por política. La misma intencionalidad ideológica con la que hace un siglo se decidió plasmar algunos de los hitos del ideario nacionalcatólico de la dictadura de Primo de Rivera. Pero profundicemos en el caso porque surgen interesantes dilemas en torno a la instrumentalización política y la conservación del arte. Este jueves, el presidente de la Generalitat, Pere Aragonès presidió el acto de “restitución” del Salón de Sant Jordi del Palacio de la Generalitat que recuperaba su aspecto original, una vez ha culminado el proceso de retirada de la decoración pictórica que se añadió en tiempos de la dictadura de Primo de Rivera.
En primer lugar hay que tener en cuenta que el Salón Sant Jordi es uno de los espacios institucionales más importantes de la Generalitat y la decisión de retirar definitivamente las pinturas de época de Primo se tomó en 2019 durante el gobierno de Quim Torra, en uno de los momentos de mayor fervor independentista.
Con una síntesis apresurada podemos resumir el proceso en que el acabado original renacentista del siglo XVI de estuco de cal y arena, que había perdurado tres siglos, fue pintado en el lapso de menos de veinte años dos programas pictóricos de distinta significación política. Primero un programa nacionalista catalán pintado al fresco que quedó inacabado, y sobre este un programa nacionalista español en oleo sobre tela que se conservó in situ hasta hace unos pocos años.
Enric Prat de la Riba, presidente de la Mancomunidad de Cataluña y considerado uno de los padres de nacionalismo catalán, encargó al pintor Joaquim Torres García la nueva decoración del Salón de Sant Jordi, con la idea de ennoblecerlo con frescos novecentistas de marcado sentido nacionalista. Los trabajos se desarrollaron entre 1913 y 1917, Torres García ejecutó cuatro pinturas al fresco y el boceto de otras dos que quedaron sin terminar porque los trabajos se suspendieron en 1918 tras la muerte de Prat de la Riba y el poco convencimiento en el proyecto de su sucesor al frente de la Mancomunidad, Josep Puig Cadafalch.
Unos años más tarde y durante la dictadura de Primo de Rivera, 26 pintores de Barcelona pocos reconocidos en la actualidad, ejecutan el segundo programa entre 1925 y 1927, con un marcado tinte españolista con la representación de grandes gestas de la historia de España con episodios de la Reconquista o de personajes como Colón y los Reyes Católicos, varias vírgenes, santos y reyes, que enfatizaban la participación catalana en la historia española.
En 1968 se arrancaron los frescos de Torres García y se expusieron en una sala aparte, conscientes del valor artístico de las obras. En todo este tiempo, se ha considerado que los frescos catalanistas superaban la calidad de las pinturas de época de Primo de Rivera. Y finalmente llegamos a la presidencia de Torra y su impulso por quitar dichas pinturas. Aunque en un principio la idea era restituir los frescos catalanistas, este plan se descartó por las complicaciones técnicas que supone tanto movimiento para la fragilidad de un fresco. Además dichas obras inacabadas solo cubrían parte del palacio, por lo que se optó por volver a la cal primigenia.
Instrumentalización política
Al acto, presidido por Aragonès, asistieron el presidente del Parlament, Josep Rull; los expresidentes de la Generalitat Jordi Pujol y Quim Torra y los consellers de la Generalitat, entre otras personalidades. "La dignificación del Salón de Sant Jordi, por encima de todo, es un acto de memoria y de compromiso democrático" , afirmó el jefe del Ejecutivo catalán. Aragonés también recalcó que uno de los espacios más nobles del Palau, no podía estar presidido "por un relato pictórico que enalteciese el imperialismo, el nacionalcatolicismo español y el colonialismo". Un relato histórico que "el catalanismo popular siempre ha combatido, contraponiendo los valores más esenciales del progreso, la prosperidad, la democracia, el humanismo, la fraternidad y la libertad". “No se corresponde con el imaginario de nuestra historia ni con los valores de la nación catalana".
Cada uno podrá tener su opinión con respecto a la conveniencia de la nueva imagen del Palau, pero a estas alturas nadie será tan ingenuo de creer que no se trata de un acto político en el que, como casi siempre, se ha supeditado el discurso ideológico al factor artístico. Este argumento sirve exactamente igual para la decisión de plasmar las pinturas de temática españolista un siglo atrás. Todo es política, ahora hace 100 años y desde que tenemos constancia histórica. Nombrar una calle con una batalla, levantar una estatua, retirarla, colocar una cruz en lo que había sido una mezquita, o encalar los mosaicos cristianos de una catedral que se convierte al Islam.
Torra y Aragonès han decidido retirar las pinturas porque son dos políticos independentistas que pretenden suprimir cualquier símbolo que pueda considerarse españolista. Pero el pretexto de que lo hacen por los valores democráticos se desvanece en el mismo momento en el que no dejan escapar un segundo para honrar personajes, acontecimientos e instituciones totalmente antidemocráticas, clasistas y machistas, tan presentes en el imaginario de cualquier nacionalista. El ejemplo de la exaltación de la institución de la Generalitat es un buen ejemplo.
Descendiendo a un plano más personal, el presidente Torra, impulsor de la retirada es uno de los políticos de primer nivel con una hemeroteca más delicada, desde sus artículos en los que no trataba de ocultar su desprecio hacia los castellanoparlantes. A la asistencia a homenajes de políticos como Daniel Cardona, profundamente racista con el resto de España y fundador de la organización armada 'Nosaltres Sols!'.
Desde un punto de vista meramente artístico se crea un interesante debate en el que no hay una postura correcta. En casos como el de este palacio, algunos expertos optan por conservar las pinturas más recientes mientras que otros valoran un regreso “al original”. Sería mucho más sencillo escoger por la conservación si las obras de época de Primo tuvieran un indiscutible valor artístico muy superior al blanco renacentista original. Del mismo modo que se crearían muchos menos dilemas a la hora de retirar estas, si debajo de la pintura de Lepanto o las Navas de Tolosa tuviéramos la certeza de encontrarnos con un fresco de Goya.
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