Cultura

¿Cómo un hombre blanco heterosexual ha derrotado al gobierno más diverso de la historia británica?

Starmer ha logrado convencer a la mayor parte del electorado sin recurrir a burkas feministas, géneros fluidos ni danzas tribales

El gobierno liberal-conservador de Gran Bretaña, que se ha extendido desde 2019 hasta 2024 con tres primer-ministros diferentes y varias reconfiguraciones de gabinete, se ha proclamado en varias ocasiones como "el más diverso en la Historia del Reino Unido". Todo comenzó con el proyecto de Boris Johnson de que uno de cada cinco miembros del gobierno perteneciesen a una minoría étnica. Continuó bajo Liz Truss -que además presumía de feminizar la política- cuyo gobierno proclamaba orgullosamente "no contar por primer vez ni con un solo hombre blanco en ninguno de los cuatro altos cargos del Estado" (jefe de gobierno, hacienda, interior y exteriores). Es relevante esa fórmula que repitió la derecha mediática (Henry Zeffman, "The Times") y parlamentaria (Pam Gosal): no se celebra tanto la incorporación de minorías (étnicas, religiosas o sexuales) como la exclusión del poder del "hombre blanco", que se ha convertido en el "malo oficial" tanto para la izquierda progre como para el capitalismo globalista.

Después de Liz Truss llegó el triunfo definitivo de la diversidad: el primer ministro de ascendencia india Rishi Sunak. Un logro mayor que el de Obama como primer presidente negro de EEUU, según el comentarista Shashi Tharoor. Sin embargo, mientras que el Obama de 2008 y demás "hitos de la diversidad" de la actual administración Biden son logros del partido demócrata, es decir de la izquierda yanqui, en Reino Unido los ganadores en este campo están siendo los liberal-conservadores. 

No es nada nuevo: en el libro La trampa de la diversidad, Daniel Bernabé formulaba la teoría de que el énfasis en la "enriquecedora variedad étnica" fue un plan de Margaret Thatcher para despistar de la empobrecedora desigualdad económica. La izquierda post-comunista, desengañada con las viejas ideas de lucha de clases y socialismo real, abrazó como alternativa estas nuevas luchas inter-seccionales. No se dieron cuenta de que nunca iban a poder competir en ese ámbito con la infinita capacidad del capitalismo para producir nuevas identidades, mezclas y etiquetas.

Así, los pasados años de gobierno británico han ido encadenando "logros multiculturales" hasta convertir lo que era excepcional en una nueva norma: tres ministros de interior no-blancos consecutivos, cuatro cancilleres de hacienda no-blancos consecutivos, etc. Como explica el escritor británico-nigeriano Nels Abbey, las élites neoliberales dan por despedido al hombre blanco, porque con "políticos diversos" pueden llevar a cabo medidas más derechistas gracias al halo de respetabilidad que les confiere su identidad. Ningún izquierdista se atreverá a llamar racista a las asiáticas Priti Patel y Suella Braverman, que han preparado un duro plan de deportación migratorio.

El Partido Conservador y Unionista ha llevado la diversidad incluso más allá de lo que sería proporcionalmente representativo. El 30% del gabinete Truss era BAME (siglas británicas para "negro, asiático o de otras minorías étnicas"), una categoría que solo engloba a un 13% de la población británica (aún mayoritariamente anglo-sajona). ¿Por qué esta sobrerrepresentación? Para tapar otra: mientras que sólo el 7% de los británicos ha podido permitirse una educación de pago, el 70% de los gabinetes Truss y Sunak cuenta con títulos en instituciones privadas como Eton College o Stanford University.

Sunak es solo un privilegiado dentro de una minoría nacional cada vez más privilegiada

Resulta que estos "gobiernos más culturalmente inclusivos" de la historia británica son en realidad los más económicamente exclusivos y excluyentes. Los gabinetes más diversos en identidades son los más homogéneos en su composición de clase socioeconómica (de clase alta, concretamente). Cuando (para ridículo de la izquierda que habla de "privilegio blanco") la minoría india ya ha adelantado a la población caucásica en varios indicadores (que van desde sectores del empleo público a resultados académicos), ¿qué revolucionaria trascendencia tiene el nombramiento de Rishi Sunak como "primer jefe de gobierno de origen indio"? Es solo un privilegiado dentro de una minoría nacional cada vez más privilegiada. De hecho, la verdadera novedad es que Sunak sea el "primer jefe de gobierno cuya fortuna familiar supera a la del rey de Inglaterra".

Y es que, ¿qué tiene Sunak en común con su mujer de confianza, la secretaria de estado para la seguridad energética Claire Coutinho? No es el origen indio que los dos comparten, desde luego. Es el haber pasado ambos primero por la educación privada y luego por empresas financieras semejantes en la City de Londres. Su afinidad no se basa, como podría pensar la izquierda multicultural, en adorar vacas sagradas, sino en postrarse ante el becerro de oro. No les define creer en el karma para reencarnarse, sino en el mito de la meritocracia para medrar. No les une compartir rituales de auto-disciplina como el famoso ayuno semanal de Sunak, sino querer disciplinar a la clase trabajadora imponiéndole la "austeridad económica". 

Las cuotas étnicas, religiosas, de género o de orientación sexual en gobiernos o empresas no articulan ninguna minoría más allá de la minoría oligárquica a la que pertenecen; unos pocos ricos que pueden permitirse no tener patria, ni dios, ni amigos más allá de su círculo. Sunak ha presumido de amistades de cualquier credo y nacionalidad, contó en la BBC en 2001 que tenía amigos de toda condición social, "aristócratas y también de clase alta", pero entonces hizo una pausa y añadió "bueno, no tengo amigos de clase obrera". No falla: los trabajadores siempre se quedan fuera allá donde impera el paradigma de la "diversidad". Que un afro-indo-portugués se vea representado en algún cargo del gobierno británico con su misma mezcla exacta es hoy más fácil que verse representado por un solo ministro perteneciente a las capas más humildes que suponen al menos un tercio de la población.

Esta "ceguera de clase socioeconómica" (causada por ponerse unas encima de otras las gafas moradas de la "perspectiva de género", el caleidoscopio arcoíris del "espectro LGTB" o las anteojeras del "enfoque decolonial") es el plan del sistema neoliberal. Pero una parte de la izquierda ha sido cómplice en esa "trampa de la diversidad". 

Nos referimos a think-tanks progresistas como "British Future", tan obsesionado con las cuestiones diversitarias que en 2017 prefirió asesorar al Partido Conservador sobre cómo movilizar a las minorías étnicas, antes que asesorar a los laboristas sobre cómo movilizar a los trabajadores. El presidente de British Future excusó su escasa investigación al respecto afirmando que "la clase socioeconómica es más difícil de medir". Sin duda, las tablas salariales y los mapas de rentas son más engorrosos que trabajar a partir del color de la piel o lo que se lleva entre las piernas.

Nos referimos también a la progresía periodística y académica permanentemente escandalizada de que políticos racializados británicos sean imperialistas en lugar de indigenistas, que los grandes "liderazgos femeninos emergentes" sean -como Meloni o von der Leyen- más de la patronal de la explotación que del matriarcado de los cuidados, o que "un tercio de población LGTB vote a partidos LGTBófobos". Estos disgustos son prueba de que sus nuevos paradigmas no han complementado la dialéctica de clases, sino que la han opacado hasta el punto de olvidar lo fundamental: que la billetera define más que el pasaporte, el neceser o la bragueta.

Nos referimos también a voces supuestamente laboristas como Angela Saini en 'The Guardian', que lamenta la derrota del derechista Rishi Sunak porque "se pierde un gabinete verdaderamanete diverso" a cambio de un gobierno laborista que "debería aprender de la derecha en cuestiones demográficas". Como el candidato laborista, Keir Starmer, es un hombre y además blanco y además cis-heterosexual y además "de trasfondo familiar cristiano", algunas voces izquierdistas se han dedicado directamente a boicotearlo, afirmando que "ha purgado a las mujeres racializadas" (Taj Ali, "Tribune") y que "es un supremacista blanco" (Rishawn Biddle, "Dropout Nation").

Pese a todo, Starmer ha logrado convencer a la mayor parte del electorado sin recurrir a burkas feministas, géneros fluidos ni danzas tribales. Su programa propone más profesores para la escuela pública, mejores tecnologías para la sanidad y una compañía nacional de energía renovable. Ha dado así el golpe más certero a lo que habitualmente hay escondido tras tanta diversidad: el pensamiento único, monótono y repetitivo del mercado.

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