Los macrofestivales Vida, Canet Rock y Cruïlla pasarán a la historia por haber sido los primeros sin distancia social que se han celebrado en España tras la aparición del coronavirus, pero, también, por salir adelante en plena quinta ola y con organización caótica y plagada de despropósitos que puso en riesgo la salud de mucha gente. Esto último lo saben bien las auxiliares que estuvieron en primera línea haciendo los tests de antígenos al público. Alicia trabajó en Canet. "Cuando llegamos, la persona que estaba al mando nos dijo que nos haríamos un test antes de empezar a trabajar, pero poco después nos dijeron que fuésemos ya a los puestos, que no había tiempo de hacer los tests", explica.
Josefina relata que en el primer día del Vida vio como "se llevaron medio desmayada a una compañera. Le dio un golpe de calor y estaba blanca. Fue a las siete de la tarde y llevaba desde las doce trabajando sin parar", informa. Roc, Candela y muchos otros explican que los guantes eran de muy mala calidad. "Algunos se rompían al sacarlos de la caja", "se nos enganchaban a las manos y costaba mucho sacártelos", dicen. "En teoría te tienes que cambiar los guantes después de cada prueba, pero con estos no daba tiempo", coinciden todos los auxiliares contactados.
El anecdotario de Alejandra es especialmente valioso porque más allá de sus vivencias, que coinciden mucho con las de sus compañeras, aporta luz sobre cómo se organizó la logística de los antígenos en los tres festivales pioneros en los cribajes masivos. El 16 de junio recibió un mensaje a través de un grupo de WhatsApp de auxiliares de enfermería. Agencia23, empresa con sede en el barrio barcelonés de Sant Gervasio que se define como "muy perfeccionista a la hora de seleccionar, formar y coordinar grandes equipos para asegurar el éxito de cualquier evento, promoción o congreso", buscaba "personal sanitario (auxiliares y enfermeras) para los festivales de música que tendrán lugar en distintos puntos de Barcelona durante el mes de julio".
Los festivales catalanes fueron tal pesadilla que hubo empleados que desertaron: Enfersalus podría haberlos demandado por incumplimiento pero allí se trabaja sin contrato
Agencia23 había sido contratada por Aina Group, otra empresa catalana, de Sant Cugat del Vallès, que, a su vez, era la empresa contratada por los festivales para hacer frente a la logística de los cribajes. Al final del mensaje de Agencia23 aparecía el número de teléfono de otra empresa; "nuestro proveedor", aclaraban. Era Enfersalus y se dedica principalmente a ofrecer servicios de enfermería a domicilio para ancianos y bebés. Enfersalus no tiene ninguna relación directa con Vida, Canet Rock y Cruïlla, pero sería la encargada de localizar cerca de 700 auxiliares. Lo llamativo es que esta tercera empresa ya no estaba en Cataluña sino en Marbella. El número de teléfono que aparecía en el mensaje de WhatsApp de Agencia23 era el de su directora, Sandra Márquez.
Conexión Marbella: una pesadilla impresionante
Pregunta incómoda: ¿por qué se delegó esta tarea a una empresa ubicada a mil quilómetros de los tres festivales? Según explica Márquez, Agencia23 contactó con su empresa para colaborar en el festival Starlite de Marbella. Finalmente, el evento no precisó tests de antígenos para el público y la alianza no prosperó, pero cuando Agencia23 firmó el contrato con los festivales catalanes, volvió a contar con Enfersalus para la delegarle la búsqueda de auxiliares. Márquez reconoce que la suya es una empresa pequeña y compara la infraestructura requerida para Vida, Canet Rock y Cruïlla como "montar un hospital en una semana". Pese al ingente volumen de trabajo, la única persona de Enfersalus que viajó de Marbella a Barcelona para coordinar el operativo de los tres festivales fue ella. Márquez estuvo en Vida y en Cruïlla, pero en ninguno de los quince puntos de cribaje dispuestos por el festival Canet Rock por la geografía catalana. Y tampoco en Canet.
"Estos festivales han sido una pesadilla impresionante", reconoce Márquez. Habla, incluso, de "una experiencia muy desagradable". En su opinión, el fallo del sistema informático durante la primera jornada del Vida cambió por completo la situación. El festival Vida acusó desde el primer momento a Aina Group de esa negligencia y anunció que demandaría a la empresa, pero quienes asumieron una carga extra de trabajo fueron los auxiliares, que tuvieron que recoger de forma manual los datos de todos los asistentes y hacer los tests mucho más rápido de lo deseable.
Esa carga extra, unida a las nefastas condiciones de trabajo (un calor infernal, la presión para hacer tests a toda prisa, la sensación de caos y la falta de descanso) y el escaso dinero a percibir (ocho euros la hora) hizo que algunas auxiliares no volvieran a trabajar al día siguiente. Enfersalus podría haberlas demandado por incumplimiento de contrato, pero allí se trabajaba sin contrato.
Otra causa de la desbandada, fue la escasa calidad y cantidad de material para trabajar. Márquez explica que Agencia23 se encargó de conseguirlo. "Guantes para cambiarse en cada test e incluso doble guante, desinfectantes para desinfectar la zona después de cada positivo, gel hidroalcohólico, las pantallas, las mascarillas, las batas…", enumera. "Cuando había un positivo, la bata se cambiaba y todo se desinfectaba", confirma. Solo una de las doce auxiliares contactadas para este reportaje dicen haberse podido cambiar de bata tras detectar un positivo.
La directora de Enfersalus afirma que "allí había material de sobra. Cajas y cajas y cajas". Y como enfermera que es, opina que "si no hay bata, hay que decirlo en el momento y no un mes después". "Que no había espray para limpiar las mesas es una mentira como un piano", denuncia. E ilustra cómo hubiese actuado ella en ese caso: "Si no hay Sanytol, no trabajo más. Me voy en ese mismo momento y llamo a prensa en ese mismo momento. Si falta material, me niego a trabajar. Si algo no me gusta, no repito festival".
Deserciones de personal
Y eso fue justo lo que pasó. Tras la primera y caótica jornada en el Vida ya hubo auxiliares que desertaron. Pero de cara al segundo fin de semana, aún más auxiliares decidieron no volver tras las experiencias vividas en Vilanova y Canet. Enfersalus podría haberlas denunciado por incumplimiento de contrato. Pero aquí nadie había firmado contrato, de modo que la empresa malagueña tuvo que reclutar personal de urgencia para el Cruïlla, donde se requerían entre 210 y 230 sanitarios por jornada. Para el reclutamiento de auxiliares en este tercer festival sin distancia social los procedimientos fueron especialmente ligeros. Había que fichar gente como fuera.
No he firmado ningún contrato y mis padres tampoco", asegura Yaiza, menor que solo cobró tras mucho insistir
Yaiza tiene 17 años y acabó de cursar el grado medio de auxiliar a finales de mayo, un mes y medio antes del inicio del festival. Este sería el primer trabajo de su vida. "Una niña de mi edad subió una historia de 'se buscan auxiliares y enfermeras para hacer PCRs en un festival'. Le respondí por Instagram y me pasó el contacto de la empresa uno o dos días antes de empezar a trabajar", cuenta. Trabajó tres días en Cruïlla, 27 horas y media en total. No tiene ninguna queja del festival. "Había aire acondicionado y cuando saqué un positivo pude cambiarme de bata", confirma.
Aunque era su primer trabajo, a Yaiza le llamó la atención que no le hiciesen firmar ningún contrato laboral, aunque sí tuvo que firmar uno de cesión de derechos de imagen, otro en el que renunciaba a una revisión médica y otro conforme había recibido una formación laboral. "Yo no he firmado ningún contrato y mis padres tampoco", asegura. Ha cobrado, pero tras mucho insistir. Y a finales de julio aún no le habían dado de alta en la Seguridad Social. Márquez reconoce que a su gestoría "le quedó grande este tema" y que ella se sintió "desbordada", pero que en ningún momento tuvo la intención de no dar de alta a los casi 700 trabajadores su cargo. Y lo que niega categóricamente es haber puesto a trabajar a menores de edad sin autorización paterna. "Solo de 17 años, pero con autorización", insiste.
Al habla Nerea: "Tengo 16 años. Una compañera de clase me pasó la captura de una chica que se llama Desirée en la que explicaba en Instagram que iban a hacer un festival y necesitaban auxiliares de enfermería. Pregunté y me pasaron el contacto de la directora del centro. Le pregunté si siendo menor necesitaba la firma de mi tutor legal y me dijo que no", cuenta. Era su primer trabajo, pues Nerea acabó de cursar en mayo el grado medio de auxiliar. De hecho, aún no había tramitado el título oficial. "Pero Sandra me dijo que con que le pasase las notas tenía bastante", añade. No es la única menor de edad que ha trabajado en Cruïlla. "De mi clase, fuimos Alba, Laia y yo. Y otra de mi barrio. Y alguna niña más vi allí dentro". Ni Yaiza ni Nerea estaban vacunadas, de modo que el riesgo que asumían era mayor. Cabe suponer que sus amigas menores de edad tampoco lo estaban.
Ni un bocadillo, veinte minutos para descansar
La primera experiencia laboral de Nerea ha sido un cursillo acelerado de malas prácticas. "El material que nos dieron fue pésimo. El primer día trabajé diez horas y no me dieron para cambiarme ni de bata ni de pantalla. Ni un bocadillo. Y solo 20 minutos para descansar", suelta, tal y como han relatado otras compañeras. Por su box llegaron a pasar once positivos. Solo le dieron bata nueva una vez. Pero la anécdota más imborrable se la llevó el sábado. "La directora se fue antes de tiempo y se quedó otra chica de sustituta. Cuando llegó la hora de plegar, nos quitamos la bata y dijo esta chica que no podíamos irnos aún. Nos dijo que nos pusiéramos las batas otra vez, y como muchas ya las habíamos tirado, nos dijo que a ver cómo lo hacíamos porque no había más material. En pocas palabras, nos dieron a entender que tendríamos que seguir sin bata. Yo me negué. Como muchos otros", recuerda.
Los macrofestivales no son responsables directos de tanta negligencia, ya que fueron respaldados por el Departament de Salut de la Generalitat
Varias auxiliares aseguran que el sábado la directora de Enfersalus ya no estaba allí. Así se lo explicó a ellas la enfermera que quedó al mando. Sandra Márquez insiste en que sí estaba, aunque no presenció esta escena. "Fallaron muchas cosas. No una. Muchas funcionaron mal", acepta. "Todo lo que pudimos controlar se controló", "se intentó hacer todo con la máxima seguridad posible" y "todo lo que se pudo hacer se hizo" son sus argumentos para contrarrestar la acusación de descontrol que lanzan las auxiliares. Una desorganización que ponía en peligro no solo la salud del público, sino también la del personal sanitario. Varias auxiliares quieren presentar demanda. Enfersalus también amenaza con emprender acciones legales contra las auxiliares por difamación. En su opinión, "todo esto viene porque se decidió pagar más a las enfermeras en el Cruïlla, las auxiliares se cabrearon y las enfermeras que trabajaron en el Vida, también".
En realidad, los tres macrofestivales no son los responsables directos de tantas negligencias administrativas, vulneraciones de derechos laborales y desajustes organizativos. Vida, Canet Rock y Cruïlla, respaldados en todo momento por el Departament de Salut de la Generalitat y con la intención de ser pioneros en juntar 20.000 personas en plena pandemia, se limitaron a poner en marcha la cadena de subcontratas. La misma que echa a rodar cuando hay que montar tarimas, abastecer barras, sonorizar escenarios, controlar accesos… Así funciona el maravilloso mundo de los jornaleros de la música: camareros, montadores, técnicos, vigilante, etcétera. Los invisibles del negocio musical a los que este verano hay que sumar el personal sanitario.
Hace ya un mes y medio que finalizaron los festivales, pero bajo las escenas de rutilantes estrellas dándolo todo en el escenario y recibiendo el aplauso entusiasta de miles de fans, hay otra realidad que sigue levantando ampollas. Unas estructuras frágiles que fomentan la precariedad, el abuso laboral y la intimidación. Enfersalus ya ha anunciado acciones legales contra las auxiliares que están intentando alertar de los problemas con su empresa. Las auxiliares también están preparando una demanda. Los festivales, esos que querían ser parte de la solución tras más de un año sin conciertos de grandes aforos (con dinero público), se lo miran desde la distancia. En su idea de ser parte de la solución no entra mejorar las condiciones laborales de las personas que están en la franja más baja de la pirámide.
Mientras tanto, las responsabilidades quedan diluidas y los efectos de una gestión catastrófica se siguen acumulando sin que nadie asuma nada. A finales de julio, muchísimas auxiliares descubrieron no solo que nadie les había dado aún de alta en la Seguridad Social, sino que aún no les habían ingresado el pago. Aquí hay una razón que va más allá del descontrol de la gestoría. Enfersalus también tenía que haber cobrado por el trabajo realizado, pero solo había recibido el 20% y tenía falta de liquidez para abonar las nóminas de tanta gente. El dinero se quedó encallado en algún punto de la cadena de subcontratas.
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