Un 27 de enero de 1945 los soldados del Ejército Rojo liberaron el mayor campo de exterminio nazi: Auschwitz-Birkenau. Hace ya setenta años. No fue el único, pero sí uno de los más cruentos. En su interior encontraron 7.000 supervivientes en estado espectral, un millar de cadáveres amontonados para ser quemados y unas 600 personas ejecutadas en el último momento. El Holocausto -la Shoá, como se refiere al genocidio la comunidad hebrea- tuvo muchos campos de exterminio: Sobibor, Treblinka, Belzec, Majdanek, Chelmno... sin embargo, el de Auschwitz, instalado en 1940 en la localidad polaca de Oswiecim, a setenta kilómetros de Cracovia, es el signo más oscuro que sobre este episodio pueda existir.
Setenta años después, hay quienes, como el filósofo Reyes Mate, se preguntan: ¿hay que conmemorar la liberación de Auschwitz? “Todavía campean en el mundo las fuerzas que alientan el olvido, la revisión o la negación de lo ocurrido”, asegura Reyes Mate para referirse a lo que constituye la más honda y oscura herida moral del mundo moderno. En su obra Temblores de aire, Peter Sloterdijk ahonda en la lógica del exterminio, en la turbia niebla del terror como nuevo paisaje forjado, en buena medida, bajo la bruma de aquel sitio. Las preguntas –o mejor dicho, la actualización de esas preguntas- se suceden en la conmemoración de un infierno que aún tiene supervivientes y en el que toda revisión es susceptible de convertirse en herida.
La hermana mayor de Anna Frank, Margot, también escribió un diario, pero nunca se encontró ningún rastro de éste
“Yo fui el Fantasma de Ana Frank”
La hermanastra de Ana Frank, Eva Schloss, tiene 85 años. Ella también estuvo en el campo de exterminio nazi. Y ha escrito un libro, Después de Auschwitz (Planeta), que saldrá publicado el próximo 3 de febrero. Aunque el testimonio más conocido del Holocausto son los tres cuadernos escritos por Ana Frank entre 1942 y 1944, también es cierto que existen muchas otras referencias, otras miradas. La hermana mayor de Ana Frank, Margot, también escribió un diario, pero nunca se encontró ningún rastro de éste.
En las páginas de este volumen, Eva Schloss relata su vida desde que era una niña, antes de la llegada de los nazis a Viena, ciudad en la que nació en 1929, hasta la actualidad. Da cuenta de la captura de su familia por las SS alemanas. Schloss ha explicado a la prensa que, tras 60 años de silencio se sintió liberada cuando la llamaron hace unos años para hablar de Ana Frank. Entonces comenzó a sentir que su testimonio también podía aportar algo.
En una entrevista reciente Schloss confesó que de pequeña "tenía celos de Ana Frank", ya que sentía "que la gente sólo quería escuchar su historia", y no la de ella, y porque su padrastro, Otto Frank, "recibía cientos de cartas al día de fans, y dedicaba 4 ó 5 horas diarias a la correspondencia". Llegó a referirse a sí misma como un fantasma de su hermanastra. Al margen de la censura moral que muchos podrían hacer de ese comentario -¿es el sufrimiento una carrera de notoriedad?-, llama todavía más la atención las razones que empujaron a Schloss. Está convencida de que hay gente que todavía no sabe lo "difícil" que fue para los supervivientes "adaptarse a la vida real después del Holocausto".
81% de los alemanes desearía "dejar atrás" la historia
¿Tiene razón Eva Schloss? ¿Hay quienes aún ignoran el alcance de lo que ocurrió en Alemania? Para evitar el olvido, pero fundamentalmente el relativismo o el negacionismo, cuando las Naciones Unidas declaró el 27 de enero como el Día Internacional de conmemoración anual de las víctimas del Holocausto, el organismo emitió una resolución que instaba a los estados a elaborar programas educativos que enseñaran el Holocausto y permitiesen desarrollar una sensibilidad contra los actos de genocidio. En ese documento además se condena el negacionismo, una palabra que enciende también polémica a su paso.
El ministro alemán de Asuntos Exteriores: "Nos podemos considerar afortunados, todavía hoy, de haber sido readmitidos en la comunidad internacional después de las inmundicias del Tercer Reich"
Hace pocos días, el titular de Asuntos Exteriores alemán, Frank-Walter Steinmeier, fue tajante: "Es obligación de los padres transmitir a sus hijos que no puede haber borrón y cuenta nueva". Sus palabras fueron todavía más enfáticas: "Nos podemos considerar afortunados, todavía hoy, de haber sido readmitidos en la comunidad internacional después de las inmundicias del Tercer Reich, después de 70 millones de muertos en la II Guerra Mundial y seis millones de judíos asesinados", subrayó.
Las palabras de Steinmeier coincidieron con la publicación de una encuesta que preocupó a muchos. Se trata de un estudio encargado por Fundación Bertelsmann, en ocasión de los 70 años tras la liberación del campo de exterminio de Auschwitz y 50 años después del establecimiento de relaciones diplomáticas con Israel. Según esos datos, el 81% de los alemanes desearía "dejar atrás" la historia y consagrarse a los temas de actualidad. No obstante, sólo el 58% quiere "hacer borrón y cuenta nueva": entre los encuestados entre 40 y 49 años, pondría "punto final" uno de cada dos, a diferencia del 61% entre los mayores de 60.
En tanto, en Israel sólo el 22% de los encuestados quiere poner fin al recuerdo de la persecución judía. Además, el sondeo, difundido por el Bild am Sonntag, revela que casi la mitad de los alemanes, el 48%, tiene una mala opinión de Israel, frente al 36%, cuya opinión es buena. El 68% de los israelíes, en cambio, piensa bien de Alemania y sólo uno de cada cuatro, el 24%, tienen una opinión negativa. Según Stephan Vopel, director del estudio y experto en Israel de la Fundación Bertelsmann, "los israelíes y los alemanes han sacado conclusiones diferentes de la historia".
El estudio, que lleva por título Alemania e Israel hoy: unidos por el pasado, ¿divididos por el presente?, se basa en encuestas demoscópicas representativas realizadas en enero de 2013 en Alemania y entre los judíos israelíes. Las encuestas se llevaron a cabo por TNS Emnid en nombre de la Fundación Bertelsmann. Los datos de encuestas de 1991 y 2007 se utilizaron para fines de comparación. Los autores Dr. Roby Nathanson del Centro Macro de Economía Política en Israel y el Dr. Steffen Hagemann de Kaiserslautern Universidad Tecnológica han sido los encargados de analizar y evaluar los datos cuantitativos para compararlos en su contexto.
Los últimos españoles…
“Tenía que intentar contar nueve mil historias, una por cada uno de los españoles y españolas que pasaron por los campos de concentración nazis. Sentía la necesidad de reflejar sus anhelos, viajar con ellos en esos fatídicos trenes de la muerte, acercarme a su sufrimiento en los campos. Para ello visité a los pocos supervivientes que aún pueden hablar en primera persona”, con esas palabras Carlos Hernández describe aquello que lo impulsó a acometer la investigación que hizo posible el libro Los últimos españoles de Mauthausen (Espasa).
Casi todo lo ocurrido, asegura, se puede extrapolar “hasta nuestros días”. En este caso, quizás más que en ningún otro, porque “mirar hacia el pasado es la mejor forma de comprender el presente y de prever nuestro futuro”, dice Carlos Hernández de Miguel, cronista parlamentario en el Congreso de los Diputados y corresponsal de guerra en diversos conflictos internacionales, como Kosovo, Palestina, Afganistán o Iraq.
En el libro están reunidos 18 testimonios de supervivientes. Un total de 9.000 fue enviado a los campos de exterminio
En este libro, insiste, se habla de víctimas y de verdugos. “Los últimos españoles supervivientes de los campos de exterminio nazis nos recuerdan su sufrimiento y la forma en que perdieron a miles de compañeros a manos de los siniestros miembros de las SS. Sus palabras nos llevan a un mundo de torturas inimaginables, pero también de dignidad, solidaridad y resistencia”.
En el libro están reunidos 18 testimonios de supervivientes, algunos de ellos ya centenarios como Esteban Pérez. Era el prisionero 5.042. Fue capturado por los nazis en Dunquerque y deportado a Mauthausen en diciembre de 1941. La suya es una de las más de nueve mil historias de esos hombres y mujeres que sobrevivieron o murieron entre las alambradas de Mauthausen, Buchenwald, Ravensbrück o Dachau. Y es también la crónica periodística de un episodio que el franquismo escondió durante 40 años.
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