El Congreso de EEUU ha repudiado a la congresista Marjorie Greene, activa militante de Q-Anon. Una medida sin precedentes que revela hasta qué punto el movimiento conspiranoico es una amenaza a la democracia.
Q-Anon, el movimiento conspiranoico de la red que apoya incondicionalmente a Donald Trump, sostiene que el único hijo varón del presidente Kennedy, JFK Junior, no falleció en un accidente de aviación en 1999. Al contrario, está vivo, y es precisamente “Q”, la misteriosa fuente de información que dio origen al movimiento Q-Anon, revelando las perversiones del establishment político, como que Hillary Clinton asistía a misas negras en las que se sacrificaba a niños.
Ese JFK Junior oculto es ferviente partidario de Trump y está identificado. Se trata de Vincent Fusca, un seguidor de Trump que aparece en todos sus mítines (lo que prueba que es el hijo de Kennedy). El hecho de que no se parezca nada al desaparecido JFK Junior se debería a las operaciones de cirugía estética que se hizo para disimular su auténtica personalidad, y burlar a los que querían asesinar al Kennedy hijo como hicieron con el padre.
Puede pensarse que la sarta de locuras que acabo de exponer son una consecuencia de la naturaleza de las redes sociales. La impunidad del anonimato permite a cualquiera exponer la mayor barbaridad que se le ocurra, y así las fake-news (falsas noticias) que no habrían tenido difusión en los medios de comunicación clásicos, prensa, radio o TV, llegan inmediatamente a miles de personas en todo el mundo.
Pero no hay nada nuevo bajo el sol. Las teorías de las conspiraciones más absurdas se han desarrollado a lo largo de la Historia, y a veces han provocado crisis políticas e incluso guerras. En 1898 el magnate de la prensa amarilla, Randolph Hearst, se inventó que la Marina española había disparado un torpedo contra el acorazado norteamericano Maine, al que en realidad le había estallado una caldera por accidente. Era una mentira fácilmente comprobable, pero provocó la guerra entre España y Estados Unidos, en la que perdimos Cuba y Filipinas.
Ejemplos históricos hay muchos, pero pocos tan ingeniosos como el que ideó un fraile agustino al que habían desterrado a un pueblo de la Castilla profunda en el siglo XVI. Fue la crisis política de “el Pastelero del Madrigal”, convertido durante cuatro siglos en sucesivos éxitos de ventas literarios.
Don Sebastián
El joven rey Don Sebastián de Portugal murió en la Batalla de los Tres Reyes (Alcazalquivir, 1578), en la que también murieron los dos sultanes que se disputaban el trono de Marruecos. Pero su cadáver nunca se encontró, lo que favorecería la leyenda de que estaba vivo y oculto.
Don Sebastián era hijo de la princesa Juana, hermana de Felipe II, y no tenía descendencia. Su tío Felipe II hizo valer su mejor derecho dinástico y su mayor fuerza –tenía un ejército preparado junto a la frontera-, y fue elegido rey de Portugal por la Cortes reunidas en Tomar. Las tropas españolas, al mando del duque de Alba, hicieron un paseo militar, no encontrando resistencia hasta Lisboa.
Muchos nobles y personalidades portuguesas acataron la nueva dinastía y la sirvieron con provecho, pero también había descontentos que añoraban “la independencia”. Entre ellos estaba fray Miguel de los Santos, un agustino que había sido predicador del rey Don Sebastián y alto cargo en su orden en Portugal. Felipe II lo apartó como si fuera una mosca molesta, desterrándolo a la villa de Madrigal (patria de Isabel la Católica), al Norte de la provincia de Ávila, donde ejercería de capellán de un convento de monjas.
Quiso la casualidad que en ese convento estuviese desde que tenía seis años Ana de Austria, hija natural del famoso Don Juan de Austria, el de Lepanto, sobrina carnal por tanto de Felipe II, que le había otorgado el tratamiento de “excelentísima”. Esta joven había alcanzado ya los 20 años, pero no tenía ningún conocimiento del mundo ni la vida, por su enclaustramiento desde la infancia, y se convirtió en fácil presa de las intrigas del fraile portugués.
Con la enorme autoridad que un capellán tiene en un convento de monjas, fray Miguel le contó que había tenido una visión, Don Sebastián estaba vivo. Luego le dijo que estaba en comunicación con quienes le habían visto, y finalmente le reveló estar en contacto con el mismísimo rey desaparecido.
Mientras tanto el astuto fraile había buscado un impostor que se pareciese físicamente a Don Sebastián, y lo encontró en un pastelero llamado Gabriel de Espinosa. Era del origen más bajo, un expósito abandonado por sus desconocidos padres, y fugitivo de la justicia había pasado varios años en Portugal, por lo que conocía la lengua y costumbres lusitanas. Fray Miguel se encargó de enseñarle maneras cortesanas, incluidos “el modo de hablar arrojado y determinado” y “los meneos y modo de andar, que andaba de lado”, como el desaparecido Don Sebastián, según consta en la confesión judicial del fraile.
Preparado el señuelo, fray Miguel llevó al pastelero a presencia de Doña Ana, que jamás había visto a Don Sebastián, y quedó encantada ante el que pensaba que era su primo hermano resucitado. La cándida joven pensaba que Felipe II compartiría esa alegría al saber que el hijo de su hermana estaba vivo, y le devolvería inmediatamente la corona de Portugal.
El siguiente paso del embaucamiento fue proponerle a Doña Juana que se casara con Don Sebastián para ser reina de Portugal. Es obvio que ella no tenía vocación religiosa, vivía en un convento porque la habían encerrado allí de niña, y estaba encantada con poder salir para ser reina consorte. El problema de haber profesado los votos de monja y ser prima hermana del novio lo resolvió fray Miguel, que le dijo que había conseguido las dispensas eclesiásticas necesarias, de modo que los casó en secreto.
En 1594 el complot iba viento en popa, muchos portugueses acudían en peregrinación a Madrigal para ver a “su rey”, y como ha pasado tantas veces en la Historia, los partidarios de un impostor veían lo que deseaban ver, y salían convencidos de que el pastelero era el auténtico Don Sebastián.
Pero toda conspiración necesita ser engrasada con dinero, y de nuevo Doña Ana de Austria fue la víctima propiciatoria. Poseía magníficas joyas acordes con su rango, y se las entregó a su marido para que las convirtiese en efectivo. El pastelero se fue a venderlas a Valladolid, pero al llegar a la gran ciudad, sobre la personalidad aristocrática adquirida se impuso su antigua condición canallesca. Total, que se fue de putas, y además alardeó en la mancebía enseñando las joyas.
La prostituta que estaba con él pensó que las había robado, e inmediatamente le denunció para evitarse problemas. Don Rodrigo de Santillana, alcalde (juez) de la Real Chancillería de Valladolid detuvo al pastelero, y joyas aparte, le encontró una carta de fray Miguel en la que le llamaba “Majestad”.
A partir de ahí pasó lo que tenía que pasar. Detuvieron también al fraile, les dieron tormento y en el potro confesaron los dos conspiradores su plan. A fray Miguel le dieron garrote vil en Madrid. El pastelero Gabriel de Espinosa fue ahorcado y descuartizado en la Plaza Mayor de Madrigal, poniendo su cabeza en un pincho y sus miembros en los cuatro caminos de la villa. A la pobre Doña Ana la trasladaron a otro convento en Ávila, con régimen más severo, aunque al poco murió Felipe II y Felipe III indultó a su prima, por considerarla más víctima que otra cosa.