Escucho con sorpresa que el último Premio Nacional de Músicas Actuales ha recaído en Rodrigo Cuevas, un músico asturiano sin gran trayectoria, con número modesto de seguidores en redes sociales y de méritos artísticos ampliamente exagerados por la prensa cultural. La noticia me descoloca en muchos sentidos, el primero porque supone un volantazo dentro de rumbo del galardón: hasta ahora, el Ministerio de Cultura se limitaba a dárselo a artistas consagrados, que no lo necesitaban en ningún sentido, véanse los casos de Serrat, Kiko Veneno, Mala Rodríguez, Cristina Rosenvinge y Amaral. ¿Que ha pasado para que ahora recaiga en un músico tan joven (37 años), neorruralista y de nicho hípster? Hace tiempo que sabemos que los premios no son ayudas o reconocimientos a los artistas, sino exhibiciones de sensibilidad estatal. Me explico…
Rodrigo Cuevas, que propone una presunta ‘puesta al día’ de la canción popular asturiana, todavía no ha escrito ningún himno que pueda reconocer cualquier oyente, algo que debería ser obligado para un premio de este tipo. Sus canciones no suenan en las verbenas populares, algo que sí consiguieron Estopa a la altura de su segundo disco. Esta distancia de lo realmente 'de abajo' es especialmente grave en el caso del asturiano, ya que sus letraa abundan en referencias a romerías, fiestas patronales y otras jaranas del estilo. Hablando crudamente, la mayor aportación de Rodrigo Cuevas a la tradición folk de su región es solo una imagen que encaja con las revistas de tendencias y que le hace especialmente apetecible para las secciones de Cultura más modernas y progresistas.
Se ha premiado más su imagen chic y su defensa de las sexualidades 'disidentes' que su talento musical
No se trata de menospreciar al artista, premiado con 30.000 euros de dinero público, sino de señalar una tendencia de largo recorrido que distorsiona nuestra asignación de prestigios musicales. Por obra y gracia de cierta modernidad mal comprendida, parece que cuando se reviste el folclore de algún elemento 'cool' (ropa de diseño, bases electrónicas, sexualidades no normativas…) se produjera el milagro de que la propia obra diera un salto de calidad, poniéndose por encima de todas las formaciones tradicionales que todavía hoy tocan en nuestro país. Se trata, por supuesto, de un falso atajo, por el que cada vez circulan más fenómenos pop de méritos muy dudosos, desde el antiflamenco Niño de Elche hasta el tecnoceltismo de Baiuca, pasando por el prestigioso, ecléctico e irregular Raül Refree.
Rodrigo Cuevas como contraseña moderna
Lo que unos venden como un feliz encuentro de modernidad y tradición, otros lo vemos como una solución tramposa, que no satisface a los oyentes de música de raíces ni tampoco ofrece nada verdaderamente innovador. Si escuchan ustedes el repertorio de Rodrigo Cuevas, o su concierto de media hora en Radio 3, o los numerosos recitales que encontrarán en el repositorio de Youtube, comprobaran que es autor de algunas canciones pegadizas y resultonas, pero muy por debajo de lo que se puede exigir a un icono de la música popular. Aunque sea imposible demostrarlo, mi impresión es que se ha premiado más su imagen 'chic' y su defensa de las llamadas "sexualidades disidentes" que su talento musical. El propio jurado reconoce, en la motivación del fallo, que ha pesado su "fuerte compromiso por la diversidad”.
Como tantas otras veces, se viene a la cabeza una lúcida respuesta de Félix de Azúa sobre cómo funciona nuestro ecosistema cultural público: “Pienso que muchas propuestas aparentemente éticas, en particular aquellas que proceden de las instituciones, son en realidad apuestas estéticas, en el sentido de que no implican ningún compromiso moral sino simplemente un cierto acuerdo de imagen espectacular y narcisista. Lo que está presentando quien hace la propuesta es, por así decirlo, su propia alma, no un programa político, ni un sistema de recursos, ni una forma de solventar de un modo práctico los problemas. Simplemente está diciendo 'yo soy muy bueno' y, además, en el sentido de 'yo soy muy guapo’”, explicaba en 2014 en la revista Minerva.
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