Vivimos ―así nos lo hacen saber los políticos y los tertulianos― momentos de crispación. La polarización, el enfrentamiento entre dos extremos que han renunciado a tolerarse, erosiona a diario el sustrato común que toda sociedad requiere para pervivir. El pluralismo político ha devenido en campo de batalla, la discusión pública ha degenerado en guerra cultural. Entre los países occidentales se ha extendido una ponzoña: la de concebir a los compatriotas que piensan distinto como enemigos, la de atender más a la ideología que a los rostros, la de sentenciar como axiomático lo que pertenece al ámbito difuso de lo discutible.
Este contexto está marcado por una peculiaridad. Proliferan las sentencias, las clasificaciones perezosas, los juicios sumarísimos. Prospera un maniqueísmo que divide la política en buenos y malos, en conspiradores y serafines. La vieja idea de la humildad, que nos impele a dudar algo de nosotros mismos y a confiar mucho en los demás, suena ahora atávica, como el gregoriano en misa o la cabina telefónica en la calle. Predomina esa otra según la cual nosotros, los nuestros, tienen toda la razón y los otros, los de enfrente, están plenamente equivocados. Los simpatizantes del PP padecen algo así como una presunción de insensatez ante los del PSOE. Los simpatizantes del PSOE padecen una presunción de insensatez ante los del PP. Digan lo que digan, afirmen la imperiosidad del bien común o la desgracia de la prostitución, están presuntamente equivocados. Hay algo así como una fuerza irresistible ―piensan sus adversarios― que los condena a errar.
A este esquematismo de garrafón, a esta militancia ideológica, el periodista francés Jean Birnbaum, redactor jefe de 'Le Monde des Livres', le opone una mirada más limpia. En El coraje del matiz (Encuentro, 2024) aboga por una actitud que, sin entregarse a la tibieza, rehúya el maniqueísmo de los guerreros culturales:
Este libro reclama la ayuda de intelectuales que nunca se contentaron con oponer una ideología a otra ideología, unos eslóganes a otros: Albert Camus, George Orwell, Hannah Arendt, Raymond Aron, Georges Bernanos, Germaine Tillion y Roland Barthes (…) Rendirles homenaje no es solo nombrar a unas mujeres y unos hombres que fueron capaces de resistir en el pasado. Supone también recobrar fuerzas, redescubrir la esperanza y la capacidad de proclamar, en el presente: en el guirigay de las evidencias, no hay nada más radical que el matiz.
Los simpatizantes del PP padecen algo así como una presunción de insensatez ante los del PSOE
Semillas de verdad
Birnabaum rechaza la guerra cultural, el circo mediático como campo de batalla, por su misma lógica. En tiempos de guerra no hay lugar para el matiz. Con el enemigo acechando nuestras fronteras, no es momento de preguntarse por la legitimidad de sus pretensiones. Los guerreros culturales propugnan una filosofía bélica para tiempos de paz, imponen la anormalidad en la normalidad. No se trata de convencer al discrepante, sino de vencerlo; ya no de amarlo, sino de someterlo: «En todas partes, los predicadores feroces prefieren atizar odios a iluminar mentes», dice Birnbaum.
Si los guerreros culturales proponen, como decíamos, una «presunción de insensatez», nuestro autor reivindica una generosidad luminosa que bien podría llamarse «presunción de verdad». Defiende la milenaria, también inactual, idea de que incluso la persona a la que juzgamos más rotundamente equivocada puede descubrirnos algo valioso. Profesa el dogma del pecado original, pero también a la inversa: igual que el hombre no puede alcanzar verdades absolutas, igual que su conocimiento de la realidad es parcial y limitado, tampoco puede incurrir en errores puros: casi siempre hay en ellos, entremezclada con la equivocación, una intuición verdadera, una verdad rescatable. Los ecologistas, a quienes las personas de derechas juzgan desnortados, pueden enseñarles a éstas que el hombre está llamado a cuidar la naturaleza y a elevarla. Las personas de derechas, a quienes los ecologistas juzgan desnortadas, pueden enseñarles a éstos que la naturaleza está al servicio del hombre. Basta con permanecer atentos para que nuestro adversario más contumaz nos desvele una verdad ignorada.
Franqueza leal
Erigiendo al reaccionario Georges Bernanos en arquetipo, Birnbaum opone al partidismo ideológico, tan obtuso, una franqueza leal. La verdad exige coraje en toda circunstancia, pero más aún cuando uno tiene que defenderla contra los suyos. Bernanos, que había apoyado el alzamiento de las tropas franquistas, terminó criticando airadamente sus desmanes. La persona lúcida rechaza la adhesión en nombre de la lealtad. Al contrario que el político contemporáneo, nunca aplaudirá una idea por la mera razón de que la haya pronunciado un amigo. La aplaudirá sólo en caso de que sea verdadera. Sabe que la lealtad no sólo se expresa como alabanza, sino también, casi fundamentalmente, como corrección. «Siempre consideró el dogmatismo como un signo de cobardía y el fanatismo como un signo de impotencia», afirma Birnbaum sobre Bernanos.
En esta época maniquea, de trincheras inmóviles, el soldado más valiente no es el que guerrea contra un enemigo acérrimo. Es quien decide, en medio del tráfago de gemidos y de balas, volverse hacia el compañero para implorarle que enfunde su arma y reconsidere su postura, aunque sea durante unos minutos.
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