Cultura

La corrupción calculada de la nueva cultura progresista

Tras su máscara de bondad, los nuevos referentes progresistas pueden dar más miedo que la fantasía más oscura de Tarantino y Haneke

Vamos a hablar de una corrupción pluscuamperfecta, acoplada al silenciador de una pantalla plana. Los amigos no hacen caso, pero la imagen que transmite Obama en Fahrenheit 11/9 (M. Moore, 2018) es escalofriante, radiantemente siniestra. Estamos empeñados en que las personas abominables han de parecerse a Aznar o Donald Trump, a Boris Johnson o Charles Manson. Además, pensamos, esos tipos son culturalmente penosos y seguro que les huele el aliento. Nos equivocamos. A toda esta gente se le ve venir, son así ejemplos marginales en la gobernanza correcta que viene, en su minuciosa legalidad normativa.

Desde hace mucho la forma más tóxica de la corrupción tiene un aire luminoso y sonriente, habla buen inglés y usa trajes impecables. Pensemos en Tony Blair, en Trudeau, en Ursula von der Leyen. Es posible que nuestra cultura jamás haya conocido personajes más abyectos. Nunca podrían derramar directamente una gota de sangre, es cierto, nunca violarían a una niña y tampoco aceptarían un millón sobrante de euros. La legalidad infinita es su corrupción Su cálculo silencioso, la obediencia estratégica a una agenda, la capacidad de adaptación a cualquier circunstancia que permita mantenerse en el poder, les convierte antropológicamente en mutantes. Para empezar, no son personalmente nada sin la nube del equipo que les acompaña. No se les conoce ningún afecto o debilidad, ninguna fidelidad atávica o espontaneidad de carácter. Ni siquiera los podemos imaginar llorando ante la tumba de sus madres.

Pertenecen la cultura de la gestión, de la negociación sin fin. Esta gente no miente, ni siquiera tiene la más remota idea de cuál fue la versión original de las cosas. Por tanto, jamás se ruborizan, lo que sin duda los haría algo humanos. Pensemos en Gabriel Boric, en Feijóo. O en Justin Trudeau otra vez, tan joven, tan mono. Tan desconcertante. Mientras el Canadá que dirige es, bajo cuerda, una de las mayores empresas depredadoras de América y del mundo, él no deja de sonreír, opinando de cualquier cosa con gracia y desenvoltura. Hace falta tener mucho frío dentro para ser siempre tan cool. La banalidad del mal que diagnosticó Arendt implica que hoy lo peor entre nosotros tiene este aire de sordera inclusiva, la insensibilidad de una inercia cosmopolita. La corrección plana que nos gobierna recuerda a las ardillas de Disney. En principio son bichitos adorables, pero basta que entre un mosquito en la habitación para que se desate una pesadilla de furia normativa. Fíjense cómo todos ellos, Borrell uno de los primeros, desencadenan una saña fría contra los que sienten en el lado del mal.

Corrupción cultural

No hablamos de ideología, sino de un nuevo tipo de casta de sangre. Casualmente, sin sangre en las venas. Literalmente, esto es lo que ha dicho Sánchez sobre Putin: "Basta con mirarlo para saber que no pertenece a nuestro mundo". Ahí es nada. Y esto se dice sin asomo de cólera, solo con la firmeza de una agenda de alta definición. Hoy la diferencia entre el cielo y el infierno, entre un jardín y la selva, se decide por el estilo y los gestos. Alguien no es uno de los nuestros, no pertenece al Bien, si no lo negocia todo y no sonríe sin desmayo. Lo adelantó Bush hace bastante tiempo: "Si eres rencoroso no puedes seguir en política".

La elegante Sanna Marin, con menos de cuarenta años, llora en público cuando la pillan bailando y bebiendo en una discoteca. Aparente pecadora, jura que nunca ha faltado a su trabajo. Cierto, cómo puede haber pecado en la cultura de la cancelación, sin nada de sexo sucio, de bromas groseras, de dinero ilegal. Por supuesto, ni alcohol ni tabaco. Igual que con Sánchez, nos tememos otra vez lo mejor. ¿Cómo será en la cama un ser con tal carga de perfección encima? O bien resulta sexualmente insípido, o bien portador de perversiones de espanto. Igual que la primera ministra de Nueva Zelanda, una Jacinta Ardern con blanca dentadura que ha previsto prohibir fumar en cualquier lugar y cualquier hora de toda su isla. Los neozelandeses nacidos a partir de 2008 no podrán comprar tabaco en toda la nación. Conforme pasen los años, sin un solo disparo, quedarán menos fumadores en el país. Ayesha Verral, la ministra de Salud que presentó el proyecto de ley, señaló que era un paso "hacia un futuro libre de humo". Esta es una de las claves de la inquisición de marca blanca que está de moda. A la perfección normativa le sobran el humo y las emanaciones. También el humor, que enseguida puede ser inmoral.

Al caer el Muro y la maldad del comunismo del Este, tenemos que sostener una continua cinegética en busca de enemigos actualizados que nos salven

La humanidad plana del primer mundo debe concentrarse en una imagen nítida, hiperreal, sin resto de sombra ni gases corporales. ¿Entienden ahora por qué están de moda las series de zombis y extraterrestres? A partir de este año de gracia, el abuso propio del poder ha de ser de alta definición, tan elegante y sonriente que sea indetectable para el ingenuo criterio del electorado. Es un poco como el dopaje en los deportes de altura. Se trata de tener un equipo científico y unas inversiones de élite que permitan usar drogas punteras, todavía no previstas por la ley.

Estamos hablando de la corrupción de una inercia calculada, de un novedoso y eficaz conservadurismo. Perfectamente acoplable a una ideología de izquierda, consiste solo en una selección permanente. Con el dedo en el mando a distancia, ninguna mugre antigua debe desde ahora mancharnos. Es una cultura de la cancelación que ni siquiera necesita cultura, menos todavía lecturas, pues está integrada en las venas, en eso que Harari llama -desde la clonación anímica que le caracteriza- "la irrelevancia de la disrupción tecnológica".

Subsiste un problema. No solo donde está la ley está la trampa. Es que, por un inevitable efecto de compensación, cuanto más precisa, más dinámica y actualizada sea la legalidad, más perverso ha de ser el mal que oculta, la irremediable corrupción de una imperfecta humanidad. Por esos los crímenes más sutiles y horrendos no los encontraremos en Bielorrusia o Rumanía, sino en las trastiendas de París, de Milán o Chicago. Posiblemente Tarantino y Haneke se han quedado muy cortos a la hora de retratar los nuevos y apasionantes cotos de caza, todos ellos con una alta gama de preservativos. Casi es mejor no saber cómo se divierten Irene Montero o Alexandria Ocasio-Cortez en su ajustado tiempo libre. No nos importa en realidad, tampoco la vida sexual de Borrell. Lo que da miedo es que hable tanto del "jardín" europeo. ¿Qué tipo de defectos y vicios sofisticados ha de tener quien hace tanto tiempo que no toma el metro? Esto es lo angustioso, al menos para los que todavía queremos tener algún tipo de relación con la ley de la gravedad.

Nuestra perversión oculta se manifiesta también en la lucha contra el continuo estado de excepción que representa el supuesto mal de los otros, esos enemigos espantosos a los que continuamente hemos de dar forma. Al caer el Muro y la maldad del comunismo del Este, tenemos que sostener una continua cinegética en busca de enemigos actualizados que nos salven. La furia con la que perseguimos a los monstruos exteriores que satanizamos -cazadores, taurinos, violentos, rusos- indica hasta qué punto la corrección política del autodenominado primer mundo necesita una continua inyección artificial de inocencia. En realidad, hasta la celebrada inteligencia artificial está a servicio de un paraíso también artificial.

Es aproximadamente la función de los abusos sexuales en la Iglesia. ¿Pecata minuta? Peor todavía, una auténtica cortina de humo para tapar los cotos de caza en las iglesias laicas de la nueva ilustración, que con frecuencia presume de exquisita. Lo realmente divertido sería indagar cómo funciona hoy el derecho de pernada, naturalmente paritario, en las altas esferas del periodismo, la banca, la universidad o la UE. Hoy sabemos que Eva Kaili aceptó un millón y medio de euros. No tenemos ni idea de cuántos hombres o mujeres tuvieron que prostituirse para que ese soborno se consumase. Pensémoslo otra vez. ¿Por qué estamos contra la prostitución clásica, incluso con planes neo-victorianos de abolición? Porque, lo recordaba , estos burdeles de la transparencia en los que se asienta la cultura del bienestar.

Todas nuestras correcciones, todos nuestros modelos elegidos son hoy tontamente binarios, incluidos aquellos que presumen orgullosamente -con certificado estatal- de no binarios. En este punto, la adorada Judith Butler no es menos inquisitorial que el peor de nuestros cardenales. El empoderamiento de algunas minorías solo tiene el fin de inyectar energía alternativa en un imperio global cada día más cuestionado. A pesar del uso perverso que hacemos de ellas para consumo interno, benditas sean las encarnaciones del mal que nos permiten abrigar alguna esperanza, justo a partir de los que aquellos seres imperfectos a los que ya no les concedemos ninguna.

Con humano rencor, con incorrecto espíritu de justicia, esperamos el derrumbe de toda esta ola de hipócrita puritanismo. El mundo será un poco menos cruel cuando se diluya la hegemonía de esta laya de últimos inquisidores. A favor de un mundo un poco más deforme, otra vez polimorfo y desconocido. Aunque todos ellos sean abominables, es preferible poder conjugar distintos poderes, un amplio surtido en los amos que aspiran a maltratarnos.

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