La cosa se pone negra, tan negra, que hasta Álex Grijelmo aparca el estilema y se adentra en el policíaco, pero eso viene más adelante. Que la cosa se pone negra y no porque en Barcelona se celebre hasta el 4 de febrero el cónclave del género, sino porque el noir, thriller y policíaco, o la mixtura resultante de ellos, lleva en España casi una década de rebrote, por no llamar de ressorgimiento, aunque hay quienes insisten en que nunca gozó de toda la estima y el prestigio literario que hoy detentan eso dicen los autores que picaron piedra en la mina del policíaco cuando nadie creía en el género.
Noir, thriller y policíaco, decíamos. Las tres cosas son distintas, en buena medida por la porosidad de géneros –en especial policíaco y negro- que lo admiten todo y que bailan con thriller en la baldosa de los superventas de la misma manera en que podrían hacerlo, por ejemplo, con la novela histórica –sí, hay quienes como Luis García Gambrina pueden escribir un híbrido de policíaco con novela histórica-. No son, ni mucho menos, géneros nuevos, ¡cómo así!, si desde Edgar Allan Poe y Conan Doyle lo que ocurre en las oscuras callejuelas a la que van a parar a degollados y otros occisos ha servido para contar el malestar de una sociedad, sea ésta el Londres del XIX o el Raval Barcelonés. Pero no se confunda lector: que la cosa se ponga negra no quiere decir que vaya usted a encontrar aquí la genealogía de un género complejo, sino una fotografía de su reflejo más vistoso en la literatura escrita en español. Ni Francia ni Italia –mucho menos los nórdicos, claro- son inmunes, ahí también ocurre pero ese es, ya ve, otro mapa.
“La mayoría de los manuscritos que recibimos se enmarcan en el thriller y policíaco”, reconoce el editor de un gran grupo
La hibridación entre policíaco y negro con el thriller, género del que los editores echan mano para salpimentar libros mestizos –aunque en ocasiones fallidos-, marca un auge que no pincha. Sólo basta hacer un seguimiento a los libros publicados a lo largo de los últimos doce meses. El año pasado, justo cuando se cumplían desde la publicación de El lejano país de los estanques (Destino), la primera novela protagonizada el subteniente Rubén Bevilacqua y la sargento Virginia Chamorro con la que Lorenzo Silva inauguró su serie policíaca, los catálogos editoriales llevaban una gruesa apuesta, incluso dando por policiaco cosas que no lo eran. ¿Quién le diría a Lorenzo Silva, en aquellos años en los que nadie creía en su apuesta, que terminaría por ser el decano de un género al alza?
Los pioneros del género, entre ellos el ya mencionado Lorenzo Silva -que convalidó con Lejos del corazón (Destino), la novela número nueve y la undécima entrega de la saga Bevilacqua y Chamorro- conviven con firmas nuevas ya consolidadas, como Dolores Redondo, quien se ha hecho fuerte no sólo por el éxito de su trilogía del Baztán (Destino) sino también con Todo esto te daré (Premio Planeta 2016), además de autoras que han irrumpido con fuerza como Eva-García Saenz de Urturi con El silencio de la ciudad blanca (Planeta). Incluso podría decirse que hay un auge de comisarias mujeres en España. Berna González Harbour ha llevado a las estanterías a investigadora de la Policía Nacional María Ruiz Pfeiffer, protagonista de Las lágrimas de Claire Jones (2018), Verano en rojo (2012) y Margen de error (2014). El fenómeno del policíaco femenino no es nuevo, por supuesto, porque ya existía en España la Petra Delicado de Alicia Giménez Bartlett y la influencia de Patricia Highsmith o Agatha Christie actúa como precedente siempre, pero llama la atención su desarrollo en España en la última década y, sobre todo, la buena acogida de ventas que ha tenido. Es, incluso, una de las variantes que se suma al elemento regional –el Baztán, por ejemplo- como elemento añadido al negro-policíaco y que renueva los catálogos de los editores. “La mayoría de los manuscritos que recibimos se enmarcan en el thriller y policíaco”, reconoce el editor de un gran grupo.
Hay autores que han comenzado en el género negro, y que incluso podríamos decir que tienen el alma negra, como Carlos Zanón, y que han puesto un pie en el policíaco con nota sobresaliente, sobre todo cuando de retomar un personaje muerto hace ya más de diez años se trata. En el caso de Zanón ha sido así. Planeta ha pedido revivir a Pepe Carvalho, el detective de Manuel Vázquez Montalbán que convirtió a Barcelona en capital negra Mediterránea y al que escritores como Andrea Camilleri –el Montalbano del italiano se llama así por el catalán- o Petros Márkaris muestran, siempre, sus respetos. Reproduciendo ese mecanismo del encargo que hicieron los herederos de Raymond Chandler a John Banville (en realidad Benjamin Black), con Chandler para resucitar a Marlowe, Zanón hizo lo propio con el catalán en la novela Problemas de identidad (Planeta), un ejercicio de una profundidad asombrosa que logra combinar incluso hasta lo que no entraría en un policíaco para los puristas.
"Sherlock Holmes, en México, al tercer día de extra haciendo preguntas incómodas contra los poderosos, acabaría en una zanja"
Otra aventajada en el negro-policíaco es la escritora Marta Sanz, quien justo en los años clave de la crisis económica publicó las novelas protagonizadas por Arturo Zarco, el detective privado homosexual y divorciado, alguien que parece aguijoneado perpetuo, que apareció en Black, Black, Black (Anagrama, 2010) y Un buen detective no se casa jamás(Anagrama, 2012), eso sin dejar de lado en esa vertiente del negro más literario a autores Ricardo Piglia de quien Anagrama ha publicado recientemente Los casos del comisario Croce, una serie de relatos y textos policíacos del argentino, en su mayoría protagonizados por el personaje principal de Blanco Nocturno. Croce, todo sea dicho, es una creación importante en el mundo literario de Piglia, de ahí que estos textos sirvan de como una bocanada nostálgica de Emilio Renzi, ese investigador que apareció por primera vez en Respiración artificial, y que Piglia empleó como un álter ego recuperando el pulso literario del relato policíaco borgiano.
En el territorio de un thriller latinoamericano hay nombres ineludibles, cada uno con una inflexión diferente desde el mexicano Elmer Mendoza con El Zurdo Mendieta, y que le ha servido para desplegar la explanada del narcotráfico mexicano, pasando por el argentino Jorge Fernández Díaz con su Remil, y hasta el mismísimo Leonardo Padura, quien con su detective Mario Conde, un personaje enrazado con el Montalbano de Camilleri o el Wallander de Mankell, y que Padura describe como nieto de Philip Marlowe e hijo de Pepe Carvalho. El mexicano Jorge Zepeda, quien ganó el Planeta con Milena o el fémur más bello del mundo (Premio Planeta 2014), emplea no detectives o comisarios, sino periodistas. Se trata Los Azules, un grupo de escarmentados reporteros que, de tanto moverse por las cloacas mexicanas, terminan metidos a empellones en el thriller. El asunto, asegura Zepeda, es más verosímil, al menos en América Latina: “En la novela europea todo está construido sobre un comisario o un inspector y en México no puedes vender la idea de un judicial honesto, valiente y capaz de investigar a sus propios dejes y llevarlos ante tribunales. Es que, sencillamente, no lo vendes. ¡No se cree! Pero tampoco consigues hacerlo con el recurso del detective privado. Sherlock Holmes, en México, al tercer día de extra haciendo preguntas incómodas contra los poderosos, acabaría en una zanja. Punto. Para un autor mexicano, venezolano, colombiano, es un reto la figura del justiciero. Es muy difícil encontrar a alguien a quien los demonios no lo atropellen. Por eso mi colectivo, Los Azules”, asegura.
El investigador, el comisario y el detective son la encarnación del nuevo humanista, asegura Luis García Jambrina, y con razón
Este año hay no poco thriller en las estanterías. Entre los que se publicaron a finales de 2018 y los que están por llegar, va servido el género. ¿Cómo se comporta eso que llaman thriller? Como un pequeño milagro editorial. El género, de hecho, firmó regresos que prometían buenas ventas. ¿Un ejemplo? La Reina Roja (Ediciones B), la más reciente novela de Juan Gómez-Jurado tras La cicatriz y Espía de Dios. En el catálogo de autores extranjeros el género vuelve a posicionarse con libros que, sin ser policíacos, participaban de él. Por ejemplo, Joël Dicker con La desaparición de Stephanie Mailer (Alfaguara), consiguió volver a sacudir el panorama editorial con una historia que retoma las claves de sus entregar anteriores: una intriga que avanza entre el pasado y el futuro; un asesinato irresuelto en un pueblo de Estados Unidos —escenario por el que siente predilección— y una compleja red de personajes con los que el escritor reflexiona sobre un tema que lo obsesiona: la identidad y la relación entre los seres humanos. Este año comenzó negro muy pronto, con el Premio Nadal, que fue concedido a Los crímenes de Alicia, de Guillermo Martínez, un libro que se vale de una serie de crímenes cometidos en Oxford, escenario en el que despliega las herramientas del Chesterton de Los relatos del padre Brown o al Humberto Eco de En el nombre de la rosa.
Además de los clásicos del policíaco y el negro europeo – el fallecido Henning Mankell, Fred Vargas, Petros Márkaris o Andrea Camilleri-, las reinvenciones anglosajonas del género -Benjamin Black- o la aparición de autores cultos y efectivos como el italiano Mirko Zilahy con Así es como se mata y Las formas de la oscuridad (ambas de Alfaguara) alimentan un género que se fortalece en todos los registros de ficción. Ya lo decía Luis García Jambrina a comienzos de 2018, en ocasión de la publicación de El manuscrito de fuego (Espasa), la novela que continúa su saga protagonizada por Fernando de Rojas (1470-1541), el autor de La Celestina que él ha convertido en pesquisidor. El investigador, el comisario y el detective son la encarnación del nuevo humanista, afirmaba entonces Jambrina, y con razón. Esa verdad se sostiene, desde Conan Doyle hasta nuestros días. Y hay quienes como Alex Grijelmo se proponen, en la literatura en español, desplegar sus dobleces estilísticos en El cazador de estilemas (Espasa), una novela en la que el periodista y eminencia de la corrección gramática decide construir una novela en la que la principal prueba para recomponer un crimen serían las pistas que dejamos cuando hablamos o escribimos. Para poner en marcha este razonamiento, se vale del comisario Julio Contreras, quien se aliará con el filólogo Eulogio Pulido. Los rastros de sangre se sustituyen, pues, por huella lingüísticas.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación