“Los banqueros cuentan sus beneficios, los políticos sus votos y los poetas sus cosas”, con esta frase comienza Luis García Montero (Granada, 1958) las líneas de su más reciente poemario, Una forma de resistencia (Alfaguara, 2012), un libro en el que el Premio Nacional de Literatura vuelve a su escritura más ciudadana y concreta.
Recupera, en apariencia, objetos inofensivos: un reloj, una nevera, un televisor, una escoba, una corbata de Alberti... Pero si sólo de objetos se tratara, no sería un libro de García Montero. En sus páginas, el poeta granadino recupera lo esencial en una época donde el mundo es un “vertedero”, donde las cosas y las personas parecen hechas -dice él- para “usar y tirar”.
Militante del Partido Comunista en sus años de novel y uno de los escritores de su generación con mayor vocación de reflexión política, conversa en esta entrevista sobre la España política actual, así como de sus intemperies ideológicas y sociales.
-Ha dicho usted que la creación es inseparable de una conciencia crítica.
-La creación es una reflexión. Es una toma de conciencia frente a las precariedades, es una forma de utilizar la imaginación para buscar alternativas. Supone una manera de emplear la imaginación moral para comprender el dolor del otro y, en ese sentido, me parece que ésta se pone al servicio de la solidaridad y conciencia de la realidad.
-También es cierto que un espíritu crítico es inseparable de la memoria. Su primer poemario, El jardín extranjero, lo publicó usted en los años de la transición. ¿Cómo ha cambiado la España política de esos años a la de hoy?
-Mi primer libro se publicó en 1980 y lo escribí en 1979. Yo me eduqué y me formé en una universidad que estaba muy marcada por la política, por los últimos años de la dictadura y el comienzo de la transición. Para mí ser poeta y profesor era una forma de militancia. Yo no fui poeta para escribir versos perfectos, sino porque me sentía heredero de Lorca, que fue asesinado; de Rafael Alberti , que vivió en el exilio durante 40 años; de Machado… Para mí, ser profesor no era un ejercicio académico de hacer notas a pie de página, sino una forma de participar en la transformación de la realidad. La historia era necesaria para transformar el futuro. Aquella universidad respondía a la ilusión de transformar la realidad.
"Yo no fui poeta para escribir versos perfectos, sino porque me sentía heredero de Lorca, que fue asesinado; de Rafael Alberti , que vivió en el exilio durante 40 años...".
-¿Qué era entonces para su generación la democracia?
-La democracia no era votar cada 4 años, era cambiar la sexualidad, la consideración de los ciudadanos como individuos con derechos, no como seres humillados. La cultura y la política siempre fueron para mí un llamamiento a la transformación, pero ahora veo que en el caso de la política está muy desacreditada. Cuando en los 80 yo escribía un poema de amor, un compañero me llamaba pequeño burgués por quedarme en el ámbito de la subjetividad y lo emocional, ahora pasa lo contrario, cuando uno escribe un poema político lo miran como a un bicho raro. La política está muy desprestigiada.
-¿Por qué?
-Me parece que hay muchas causas. Desde el punto de vista personal, yo que me formé en el ámbito del Partido Comunista y desde muy joven viajé por los países del Este con Rafael Alberti, me impresionó mucho el primer viaje que hice con él a Praga, porque me di cuenta de que mi ilusión socialista no existía. Ahí se daban dictaduras iguales al franquismo. Comprendí que no podía existir socialismo sin libertad. Años después, en España, cuando la democracia parecía afianzarse, participé en el referéndum contra la OTAN. La mayoría de los españoles no quería ni estaba de acuerdo con la entrada en la OTAN y bastó 1 mes de manipulación y de campañas de miedo para hacer que la gente cambiara de opinión. Me di cuenta de que la democracia eran frágil y funcionaba a base de mecanismos de control. Me quedé a la intemperie. Ni me servían las dictaduras que vi en los países socialistas ni me servía la libertad manipulada. Me sentí luchando sin mucho optimismo, al margen del control del poder militar o del control tecnológico o de las instituciones financieras.
-En ese proceso, ¿dónde y cómo queda el descrédito político?
-Creo que el descrédito de la política actual tiene que ver con el fracaso de la primera república española. Cuando los profesores de literatura explicamos la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX español, vemos que poetas como Unamuno o Lorca niegan la política porque lo que se produjo en España con La Restauración fue una separación entre la España oficial y la España real. La España real tenía problemas, sufrimientos y la otra era una farsa, un sistema caciquil que vivía una farsa de cambio de turnos que fue separándose cada vez más de los problemas de la gente. A mí me parece que con la transición pasó lo mismo. Se ha generado un poder separado de la España Real, con una ley electoral injusta que produjo falsas mayorías y ahora estamos pagando esas consecuencias. El grito de las plazas en torno al 15 M es una muestra de esa situación.
"A mí me parece que con la transición pasó lo mismo que con la Primera República y la Restauración"
-El 15M como proceso, sin embargo, ha perdido fuerza. ¿Qué podemos pensar, por ejemplo, de las protestas espontáneas que surgen a partir de las medidas impuestas por el gobierno?
-Las medidas están siendo tan violentas que se está rompiendo el pacto de convivencia social. Lo bueno que tuvo el 15M es que sacó a la calle una rebeldía. Rompió el paripé del Partido Popular y socialista de la culpa la tienes tú. En sus protestas sacaron a la luz la opacidad de la democracia, la responsabilidad de los banqueros. Es interesante lo que ocurre ahora, a mi modo de ver. Hay una protesta callejera que representa la necesidad de configurar una nueva mayoría que ya no entra en el debate soy de izquierda o soy de derechas, aunque muchos tengamos una mirada específica, se trata de la demanda de una nueva mayoría.
-¿En qué sentido y de qué forma?
-Ahí hay gente que nunca se pensó de izquierda o de derechas pero que ve en peligro la educación de sus hijos, cómo se le rebajan sus sueldos hasta perder un 30% del poder adquisitivo (casi una tercera parte de su sueldo); gente que está viendo que los vientos van para peor. Es la especulación la que dispara esa presión y, al final, todo se reduce a la devaluación de la vida de los ciudadanos. En ese malestar ya no tiene salida en el paripé del cambio de turno. Hay que configurar una nueva mayoría. Eso es un reto, creo que los partidarios de la democracia tenemos que configurar un discurso que recoja esa necesidad, porque podrían surgir brotes populistas, demagogos, de carácter totalitario. Es posible que vuelvan discursos homófobos, racistas, machistas. Al final la culpa la tendrán los extranjeros, los ciudadanos porque derrochan mucho, las mujeres porque quieren trabajar...
"Pueden surgir brotes populistas, demagogos, de carácter totalitario. La culpan la tendrán los extranjeros, los ciudadanos porque derrochan mucho, las mujeres porque quieren trabajar".
-Su último libro, ha dicho, es un poemario sobre lo cotidiano, de aquellos objetos que crean un mundo, una memoria. Pero, rescatando la idea de que la vida no es un vertedero, ¿qué imágenes pueden rescatarse de una cotidianidad que se ha vuelto escasa, árida, llena de personas que pierden cosas: trabajo, dinero, su casa, su salario?
-Me encuentro con la metáfora de un vertedero porque vivimos en una sociedad de usar y tirar y eso ocurre no sólo con las cosas, sino con los seres humanos. Cada vez que escucho la palabra ERE me escandalizo: gente que sale a la calle sin una compensación. Y qué decir de los valores y de las promesas políticas de aquellos que cuando están en la posición reclaman cosas que luego no hacen en el gobierno. Usar y tirar valores, personas. Frente a eso hay que reivindicar una sociedad de los cuidados, porque lo que vincula a una comunidad son los cuidados. Cuando se pone en duda la sanidad, se da una lección. En este libro está, por ejemplo, la imagen de mi madre cuidando algunos objetos que yo he heredado. Si a mí el pasado me ha dejado cosas, es porque yo tengo que dejarle cosas la futuro. Eso es lo que he querido expresar a partir de lo concreto, porque muchas veces los valores abstractos nos hunden. La revuelta ética empieza por uno mismo, por eso he entrado en la vida cotidiana en este libro.
-Hablando de pasado… ¿Cuáles, cree usted, han sido los errores de la izquierda europea en los comienzos de este siglo?
-La conciencia histórica tiene que ver con la identidad y la identidad no es "yo soy", sino "yo hago". El "yo hago" tiene que ver con la responsabilidad. En lo que se refiere a Europa, a mí me parece que la socialdemocracia se ha equivocado enormemente en la construcción europea. Era una vía muy importante para dar una respuesta no desde el neoliberalismo más radical sino desde el respeto a los valores ciudadanos y ha entrado en una dinámica que ha sido su propio suicidio, porque ha aceptado construir una sociedad donde mandaban los mercados y no los ciudadanos. Hay una moneda pero no se ha creado un estado que ampare a los ciudadanos. Eso nos ha puesto en manos de la especulación, que se ha disparado hasta el punto de que el dinero que mueve la especulación es 47 más que el que se mueve por el que planta tomates o hace carpintería, y en ese momento liquidar un estado y quedarse con una moneda única sin reglas políticas ha supuesto esta debacle.
"La izquierda española lo está pagando, especialmente. Hicimos mal la transición".
-¿Y la izquierda española qué?
-Lo estamos pagando, especialmente. Hicimos mal la transición. Hay que empezar a tomar conciencia de las faltas de la transición. No se trató sólo de aceptar al rey que dejó el dictador sino también a los poderes financieros. La Ley Hipotecaria que tenemos en España es una verdadera barbaridad, por ejemplo. El funcionamiento de la justicia en España ha estado dedicado a amparar a los poderosos y no a los ciudadanos, y desde la izquierda empezó a confundirse la modernidad con el Estado, se desataron los procesos de privatización...
-El poeta chileno Juan Gelman dijo “Mi patria es la lengua”, en otro contexto, y desde otra experiencia, Herta Müller en cambio afirma lo contrario, usted, ¿qué piensa?
-Depende de lo que signifiquen las cosas. Un escritor está muy vinculado con su lengua y se puede entender la lengua como una patria y no como una patria amable frente a muchos patriotismos que han intentado demagogizar el concepto de pertenencia: usted no puede hacer esto porque es antiespañol, anti catalán, anti argentino; usted tiene que entrar en esta guerra porque lo requiere la patria… Frente a este tipo de patriotismo, reivindicar la lengua, en ese caso, sería reivindicar los matices. Pero si nuestra patria es la lengua sólo para preocuparnos por las palabras sin importarnos la realidad, seríamos seres de lenguaje sin matices, sin conciencia y sin compromisos. Para mí un poema que sólo quiere ser palabra y que no está conectado, que no tiene metido el cuerpo por medio con la realidad, o con el dolor, me parece pura charlatanería. En ese sentido, comparto las dos cosas pero definiendo las cosas. La patria es la lengua porque soy muy poco patriota pero me gusta para reflexionar; pero mi patria no es la lengua si la lengua está alejada de la realidad.
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