Cultura

De la 'mandíbula popeyesca' de Mas a la 'boquita de gatillo' de Cospedal: tiempos para releer a Marsé

Fue editado el año pasado y es cierto, hemos hablado antes de esta edición, pero vale la pena recuperarla, acaso por su caracter premonitorio y su magnífica ejecución literaria. Se trata del volumen de perfiles 'Señores y señores', de Juan Marsé.

Siempre son tiempos buenos para releer a Juan Marsé, sobre todo cuando de su versión más destilada se trata: del portavoz más farruco al más cenizo de los líderes. Señoras y Señores. Una fórmula ceremoniosa. El tintineo de un tenedor contra el cristal de una larga copa –que habrá de romperse-. El brindis que ofrece un maestro de ceremonias antes de un discurso en el que rodarán cabezas. Vamos, carraspeo puro y duro. Pero es también, acaso, una expresión que alude a una colección de hombres y mujeres.

No llegó Marsé a Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero, pero no deja de ser significativo lo mucho que adelanta Marsé en las páginas añadidas

Señoras y señores es todo eso junto. Se trata de una recopilación de retratos de personajes que han atravesado la vida de España en los últimos treinta años -desde folclóricas hasta políticos, tenores o escritores-. Semblanzas que Juan Marsé publicó entre 1978 y 1980 en la revista Por favor y el diario El País y que Alfabia editó en 2014 no sólo con las correcciones de su autor, el novelista Juan Marsé, sino con dos perfiles nuevos: el de María Dolores de Cospedal y Artur Mas. No llegó entonces el autor de Últimas tardes con Teresa a Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero -cuánto nos habría gustado a muchos-, pero no deja de ser significativo lo mucho que adelanta Marsé tanto en las páginas añadidas como en las añejas.

En las páginas de este libro, el barcelonés confecciona la crema del más fino bombón que Circe alguna haya podido cocinar. Textos dulces y venenosos que Marsé diseña como lo que es y ha sido siempre: un escritor joyero. Acaso porque los años en un taller engarzando piedras preciosas le hicieron un hombre que comprende el detalle –Nabokov insistía en el poder que tienen esos pequeños gestos-, en Señoras y señores Juan Marsé levanta una catedral literaria; la del género más complejo y mordaz, pero irrepetible cuando se sabe ejecutar: el retrato.

Unidas entre sí por un tema común –lo público, los personajes que caminan en el filo de ese escalón jabonoso- las semblanzas que hace Juan Marsé de Lola Flores, Sara Montiel, Alfonso Guerra, Ruiz-Mateos o Plácido Domingo imponen algo de estropicio. Al leer las páginas de este libro, tiene la sensación el lector de pasear por una reunión en la que vivos y muertos alzan la copa y sonríen desfigurados por el garrotazo que Marsé les ha propinado al describirlos y que sin embargo les convierte en versiones más fieles de sí mismos.

Crema del más fino bombón. Textos dulces y venenosos que Marsé confecciona como lo que es y ha sido siempre: un escritor joyero

Señoras y señores emulsiona la imagen de una España entera agolpada en una foto de grupo en la que cada rostro es una escama. Brilla ese gran pez. Brilla como las bragas de oro: el país de la picaresca; el del bribón y del corrupto, pero acaso también el del farsante, el del ingenuo y del que se hace. Hombres y mujeres retratados con belleza pero sin piedad, de esos que, como la Sara Montiel “más amoblada que vestida”, el Fernando Fernán Gómez con una boca “que parece engatillada” o el Fernando Savater “corsario disfrazado de filósofo” representan pedazos o más bien esquirlas. Auscultados, impresos en la palabra a través de lo nimio, los retratados emergen en el detalle: ese pequeño y estropeado resquicio que convierte sus defectos en gesto ampliado de un mal mayor.  

La España de entonces –la de los años en que se publicaron esos textos-, escribe Carmen Romero en las páginas de un prólogo magnífico, esperaba ansiosa quitarse la caspa. Estrenaba pactos. Lo tenía todo… por hacer. Había logrado una Constitución “que no parecía de unos ni de otros, sino un poco de todos”. Qué lejos parecen ahora esos recuerdos -escribe Romero-. “No parece sino que el tiempo se hubiera empeñado en estropearlo todo por un quítame allá esas pajas. Y cuántas cosas nos permitieron hacer esos acuerdos”, exhala cual suspiro la melancólica prologuista.

"He aquí a un señor que confunde Catalunya con su persona. Y, sin embargo, no hay nada en esta fisionomía que recuerde a un país"

Y al chute de nostalgia le sobreviene el agua salada con la que Marsé enjuaga, a cubetazos, los despechos. “He aquí a un señor que confunde Catalunya con su persona. Y, sin embargo, no hay nada en esta fisionomía que recuerde a un país (…) En fin, una cara que expresa sentiments y centimets, esa distinguida dualidad que resume la problemática gobernabilidad de Catalunya”. No habla Marsé de Artur Mas. No señor. Habla de Jordi Pujol.

Pasado y presente se pasan el relevo, desfilan –procaces- como la cinta de un mismo carrete en el que todos alzan el mentón para posar. Marsé sólo presiona el botón, hace click: dispara. “El maxilar cuadrado y ligeramente popeyesco va siempre un paso por delante de la mirada estreñida: el paso largo y la vista corta (…) Pero no está de más recordar aquí que esta figura se mueve con una fuerte vocación de futura estatua conmemorativa, a ser posible con palomas, y por supuesto aferrado al timón”. Así describe Marsé a Artur Mas, ese hombre-parodia que necesita la patria tanto como su ego ansía el mármol. ¿Cuántos años han transcurrido entre Pujol y Mas? En la pluma de Marsé parecen un segundo.

Valdría la pena detenerse en todo. En el retrato inmisericorde que hace Juan Marsé de Fernando Arrabal, Sofía Loren o Marilyn Monroe. Habría que transcribirlo todo. Llenar esta nota de comillas como un escolar llenaría una cartelera con grapas. Pero hay un titular con el cual cumplir. Una de las novedades del libro, porque no había sido escrito entonces y se trepa ahora como un presente apurado con vigor, es el perfil de la secretaria del Partido Popular y presidenta de Castilla-La Mancha María Dolores de Cospedal, portavoz invariable de los lunes, una bombera poco diestra que en lugar de apagar fuegos los magnifica. A ella dedica Marsé el último retrato de este libro.

“Digamos que es una boquita de gatillo fácil, severa de intenciones, imperturbable, imperturbable, resabiada", dice Marsé de Cospedal

“Digamos que es una boquita de gatillo fácil, severa de intenciones, imperturbable, imperturbable, resabiada, con un leve rictus de repugnancia cuando presiente preguntas que ni siquiera le han sido formuladas, como si algo oliera mal en su entorno (…) Posee una voz con recámara de institutriz regañona, una voz engolada, episcopal, deleitosamente gangosa, decididamente hipócrita, lo que la prensa vaticanesca, con su retórica habitualmente tan vacua y presuntuosa como pestilente, llamaría una voz palpable”, escribe el Marsé más potente y agrio, el que fue capaz de rociarnos de melancolía con su Pijoaparte  y su necia y entrañable Teresa; aquel que nos regaló, para siempre, El embrujo de Shangai. Brumas de la posguerra que nos congelan todavía el corazón. Marsé el grande, el mayor de todos, el que convirtió este libro en una gema, una muy hermosa, para llevarla, coqueta, en el anular, una que habrá de fulminarnos como los besos o los infartos.

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