La obsesión de que el texto de los cuentos permanezca inalterado (al contrario de lo que ocurría con la transmisión de las leyendas) revela su origen ritual. Los cuentos —como los mitos— no tienen patria: son de todos. Sin embargo, es necesario diferenciarlos nítidamente de los mitos. «Los mitos», afirma Geoffrey Stephen Kirk, «tienen con frecuencia algún serio propósito fundamental, además del de contar una historia. Los cuentos populares, en cambio, tienden a reflejar simples situaciones sociales; se valen de temores y deseos comunes así como de la predilección del hombre por las soluciones claras e ingeniosas; y presentan temas fantásticos más para ampliar el alcance de la aventura y el ingenio que por necesidades imaginativas o introspectivas».
El tiempo del cuento es, paradójicamente, la intemporalidad del había una vez, del entonces, del ahora. La intemporalidad lleva consigo una cesación de la duración, una forma de eternidad (eternidad puede considerarse también el Tiempo de los mitos). En el espacio de la Bella Durmiente el tiempo se ha detenido: cuando entró el príncipe que rompería el encanto, «dormían las moscas en la pared; el cocinero tenía, aún, la mano extendida como para atrapar al pinche, y la criada continuaba sentada delante del pollo, a punto de desplumarlo».
En cuanto al espacio, vale la pena reproducir aquí un párrafo luminoso de Wilhelm Grimm: «El cuento está aparte del mundo en un lugar tranquilo, no perturbado, mas allá del cual no se ve nada. Por eso, no nombra ni el lugar ni el nombre, ni un lugar determinado.»
En el lenguaje de los cuentos las estructuras siempre se repiten: por ello, temas y personajes son susceptibles de analizarse desde una perspectiva formal. En ese sentido se deben situar los estudios de Vladímir Propp, por ejemplo, sobre la morfología del cuento popular. Sin embargo, es preciso tener presente la distinción entre cuento popular, folktale o Volksmärchen y cuento literario, cuento “artístico” o Kunstmärchen. El primero es esencialmente narrativo; el segundo conlleva casi siempre elementos accesorios que oscurecen el nexo ritual e iniciático del cuento con el mito, ya sean episodios adyacentes meramente ilustrativos, análisis psicológicos o simples adornos verbales (siguiendo las consideraciones de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares en el prólogo a sus Cuentos breves y extraordinarios).
Para terminar, nada mejor que la acertada síntesis de Arnold Van Gennep en su definición de cuento:
(1) Recitado maravilloso y fabuloso
(2) en el que el lugar de la acción no está localizado,
(3) en el que los personajes no están individualizados,
(4) que responde a un concepto infantil del mundo y
(5) que es de indiferencia moral absoluta.
Cualquier cuento de los recogidos en las beneméritas colecciones de los alemanes Jacob y Wilhelm Grimm o del ruso Aleksandr Afanásiev se adapta de manera impecable a los cinco requisitos postulados por Van Gennep en su definición.
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