Aquel aspecto abocetado que ya apuntaban los pintores venecianos del XVI o los Románticos –Turner el que más, acaso- y que le valió a Baudelaire no pocas polémicas con quienes pusieron a caldo al Impresionismo, es el punto de partida de la novena entrega de la instalación Miradas cruzadas, un espacio que el Museo Thyssen –Bornemisza dedica a géneros tradicionales de la pintura –el paisaje, el retrato- y que en esta oportunidad plantea la discusión plástica sobre la obra inacabada.
Ubicada en el balcón mirador de la primera planta del museo Thyssen Bornemisza la obra reúne óleos de Rubens, Tiepolo, Géricault y Delacroix, un estudio al aire libre de Matisse, así como composiciones de Manet, Cézanne, Van Gogh, Heckel y Kokoschka. Las obras pertenecen –como ya es costumbre en este formato- a la colección del museo y de Carmen Thyssen –Bornemisza.
Lo inacabado, que a comienzos del siglo XIX era considerado un rasgo de descuido artístico o pobreza de ejecución, será la grieta que encontrará la pintura occidental para abrirse paso y cuestionar el modelo de un arte imitativo, que ya en los impresionistas y en las posteriores vanguardias terminó por enseñar al mundo que la forma de ver –y representar el mundo- es un acto más intelectual que fisiológico. ¿Qué sentido tenía –a decir de Félix de Azúa- la bucólica vaca que pasta en una pradera por a cruza una locomotora? El mundo cambiaba con fuertes tirones de un progreso que llegó, también, a la pintura.
Fue justamente el arte francés del XIX una de las trincheras en la que los partidarios de lo acabado y lo inacabado en la pintura se enfrentaron a gusto. A comienzos del siglo, sectores más vinculados con la Academia convirtieron el "fini" o "acabado pulido" en símbolo de excelencia artística, frente al "acabado abocetado" considerado un signo de negligencia y por el que –entre otras transgresiones de código y de concepto- le “sacaron los colores” a la magnífica Olympia de Manet en el Salón de Paris de 1865 -no incluida, claro, en esta muestra pero cuyo eco retumba en esta discusión- . Además del hecho de ser una prostituta, ¿qué separaba a esta mujer de las posturas y los acabados de las tumbadas ninfas y damas de Tiziano y Velázquez? Pues justamente todos aquellos elementos –alegóricos y técnicos- que forman parte de una nueva representación que abole otra.
Sin embargo, la discusión venía de lejos. Y esta exposición así lo plantea. Mientras la Academia florentina del siglo XVI era partidaria de las superficies cuidadosamente perfiladas de Rafael, los venecianos Giorgione y Tiziano abrían la puerta a una pintura vibrante y sensual; de aspecto –sí, no del todo perfilado- y que fue influencia fundamental para autores como Velázquez. En los siglos XVII y XVIII, la línea veneciana encontró eco en varias escuelas nacionales como la holandesa, por ejemplo en la pintura de Frans Hals o en la francesa con Fragonard.
Lo inacabado como subjetividad se revela en esta exposición a través de la pincelada atormentada de Van Gogh que recorre un largo viacrucis de historia y angustia en las obras –también incompletas- de Giacometti o los expresionistas Macke, Heckel y Kokoschka, también incluidos en la selección de esta edición de Miradas cruzadas.
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