De los impostores, él fue el más elegante, el mejor. Algo así como el Felix Krull de Thomas Mann pero sin el atenuante de la juventud. Se trata del holandés Han van Meegeren, el que consiguió que Göering, lugarteniente de Hitler, colgase un cuadro suyo -mejor dicho una falsificación- en las paredes de su casa. ¡Pero no es el único! Le acompañan en el podio personajes como Elmyr de Hory, un hombre a quien Orson Welles le dedicó una película -F de fraude (1973)- y la revista Time su portada cuando le eligió el personaje del año.
Nacido en una adinerada familia húngara, la II Guerra Mundial privó a Elmyr de Hory de su herencia. Así que él decidió enmendar el asunto. Viajó por el mundo gozando de la vida y huyendo de la ley, hasta alcanzar la increíble cifra de 1.000 obras falsas vendidas. Una adinerada amiga, lady Campbell, compró un dibujo suyo creyendo que se trataba de un Picasso. Y ahí comenzó la gran fiesta. Matisse, Picasso, Braque, Derain, Bonnard, Degas, Vlaminck, Laurencin, Modigliani y Renoir… lo falsificó todo. En los años 50, empezó a vender por correo a museos de arte moderno y galerías de todo Estados Unidos.
Se mudó a Nueva York. Allí se codeó con Zsa Zsa Gabor, Anita Loos, Lana Turner y René d’Harnoncourt, en aquel momento director del MoMa. Pero todo a llegó a su fin, acaso muy pronto. Un coleccionista —a quien De Hory había vendido algunas obras— prestó sus dibujos para una exposición que tuvo que ser cancelada porque dos de ellos "no eran originales". De Hory huyó a México. Tras un intento de suicidio –hasta el FBI le buscaba- se refugió en Ibiza, donde murió. Un año antes de morir celebró una exposición en Madrid con sus falsificaciones –esta vez firmadas por él- . Su celebridad llegó hasta tal punto que hasta surgieron falsificaciones de sus falsificaciones.
La celebridad de Elmyr de Hory llegó hasta tal punto que hasta surgieron falsificaciones de sus falsificaciones.
Otro caso –y sonadísimo- fue el del pintor inglés residente en Italia, Eric Hebborn, quien puso el mundo del arte patas arriba cuando, a comienzos de los noventa, publicó sus memorias. En sus páginas, Hebborn aseguró que durante 30 años se había dedicado a pintar una serie de cuadros -provistos de documentación falsa- como obras de grandes maestros de distintas épocas. Según sus cálculos, más de mil de sus cuadros fueron atribuidos a pintores como Van Dyck o Jan Brueghel, y permanecían expuestos en museos tan prestigiosos como el British Museum, la National Gallery de Washington o el Royal Museum de Copenhague. A los pocos días del anuncio, la National Gallery de Canadá admitió que uno de sus cuadros, atribuido a Stefano de la Bella (1610-1664), era en realidad de Hebborn. El British Museum también confirmó el batacazo: el Van Dick que había exhibido durante más de 10 años… ¡era también un Hebborn! La cosa fue mucho peor, se localizaron 30.000 falsificaciones hechas por Hebborn, que en realidad había sido modesto con la cifra inicial. Hace unos años llegó a publicar un Manual de falsificadores.
SegúnHebborn, más de mil de sus cuadros fueron atribuidos a pintores como Van Dyck o Jan Brueghel. Mintió: ¡fueron 30.000!
Hay historias más graves, incluso sagas familiares, como una de la que da cuenta Alejandro Gamero en su ensayo Las más grandes falsificaciones del mundo del arte. Se trata de Shaun Greenhalgh, un artista británico que no sólo era ambicioso al elegir cuáles piezas copiar sino que llegó a colocarlas a través de su hermano y de sus ancianos padres. Su “hazaña” más temeraria fue la que llevó a cabo con Princesa Amarna, una supuesta estatuilla egipcia del 1350 a. C., de la que solo hay existían dos en todo el mundo.
En 2002, Greenhalgh realizó la falsificación de la escultura y envió a su padre, un hombre de 84 años de edad, en silla de ruedas, al museo Bolton. Llevaba la estatuilla y una carta que Shaun había falsificado. El anciano dijo lo acordado: que la estatuilla la había comprado su bisabuelo, que no sabía cuánto podía valer ‒calculó que por lo menos 500 libras‒ y que pensaba usarla como decoración del jardín. Después de consultar a expertos del Museo Británico y de Christie´s la obra fue comprada en 2003 por más de 400.000 libras.
Shaun Greenhalgh usó a su padre, un anciano de 80 años en silla de ruedas, para vender una de sus falsificaciones.
Hubo a quienes el oficio se les volvió en contra. Tal fue el caso del también británico John Myatt, apodado por Scotland Yard como el responsable “de la mayor estafa del siglo XX”. En un comienzo, Myatt no escondió que sus pinturas eran eso: falsificaciones. El problema surgió cuando uno de sus clientes, John Drewe, vendió a Christie´s una copia de Albert Gleizes por 25 mil libras. Comenzó el negocio a andar. Myatt realizó unas 200 falsificaciones de obras de Matisse, Giocometti, Braque, Picasso, Giacometti, Le Corbusier, Monet y Renoir que fueron vendidas a las casas de subastas más importantes del mundo. En 1995 Myatt fue arrestado por Scotland Yard y rápidamente confesó su crimen inculpando a Drewe, que llegó a ganar casi 2 millones de libras con el negocio.
¿Falsificadores fuera de serie? Pues muchos más. Por eso hemos dejado para el final al holandés Han van Meegeren, el hombre que estafó a los Nazis. Convencido de su propio talento, se propuso desarrollar un estilo a partir de los grandes maestros. Y a eso se dedicó: a ejercitar el pincel con obras y autores clásicos. En 1937 copió Los discípulos de Emaús de Vermeer, pintor en el que se había especializado. La copia era tan exacta que hay quienes dijeron que superaba al original.
Uno de los falsificadores más populares es el holandés Han van Meegeren, el hombre que estafó a los Nazis.
Muchos expertos de arte aclamaron la pintura como la mejor que había hecho Vermeer. No tardaron sus falsificaciones en alcanzar unos precios astronómicos. Uno de los Vermeer falsificados de Meegeren acabó incluso en la colección de Göring. El pintor murió en 1947, ya desenmascarado, pero sin revelar los detalles sobre por qué sus copias parecían auténticas. Su versión de Los discípulos de Emaús, tan valorada, fue exhibida en una muestra junto a otras 10 grandes falsificaciones, consideradas por la crítica como obras de arte.
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