Si todos somos lo que comemos, ¿quién no querría ser italiano? La fascinación que ejerce la comida italiana no distingue entre sibaritas y plebeyos paladares, porque hay de todo para todos: la pasta, el aceite, las salsas y los risottos… ¡Sin meterse ya en las honduras de los postres!
¿El amor que sentimos por la comida italiana es una cuestión cultural o culinaria? ¿Nos agrada en sí una buena salsa al pesto o es, acaso, la forma en que nos han enseñado a degustarla? ¿Es nuestra afición por la pizza una inclinación natural o también producto de una forma en que hemos sido conducidos a ella? Estas son las preguntas que se hace el periodista e historiador John Dickie en el ensayo Delizia. Histórica épica de la comida italiana, publicado por el sello Debate.
¿Qué plantea Dickie sobre las filias culinarias? Pues una versión distinta de la erótica de la pasta fresca. La comida italiana, asegura, no nació entre los viñedos y los olivos de la Toscana. Es una versión encantadora pero no del todo cierta. La cocina italiana -asegura- es una cocina urbana que nace en las ciudades de Italia, en los centros de civilización en los que confluyen dinero, talento, ingredientes y poder: desde los bulliciosos mercados medievales de Milán hasta los salones renacentistas de Ferrara, de los puestos callejeros napolitanos del siglo XIX a las ruidosas trattorias de la Roma de la posguerra.
A partir de un exhaustivo trabajo de investigación, John Dickie elabora una narración en la que nos muestra mapas antiguos que desvelan cuál es el verdadero origen de la pasta, detalla los menús pantagruélicos de más de cien platos que se servían en los banquetes nupciales del Renacimiento, comparte recetas medievales, y muchas otras curiosidades que nos acercan a la cultura gastronómica más extendida del Mediterráneo y nos desvelan la historia de Italia a través de los sabores de sus ciudades.
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