Más de 150 personalidades de la cultura catalana firmaron hace unos días un manifiesto en favor de la CUP. Entre ellos, el actor Sergi López, la actriz Anna Gabriel, el escritor Martí Sales, el director de museo Valentín Roma, el músico Alguer Miquel (Txarango), la ilustradora María Rovira y el periodista David Fernández. El objetivo era pedir el voto para el partido anarquista y "frenar a la extrema derecha". ¿Resultado? La CUP ha bajado cinco diputados y Vox suma más escaños que la CUP y los Comunes juntos, por no hablar de la irrupción con dos representantes de Alianza Catalana (que recoge muchos votos de la propia CUP). Fracaso completo, entonces.
Alguien argumentará que los firmantes no son apenas famosos y tendrá razón, pero eso tampoco resulta tan relevante: en Francia y Estados Unidos todo el mundo del espectáculo está contra Trump y el lepenismo y eso no les afecta gran cosa, hasta el punto de que ambos tienen todo de cara para ganar en las próximas elecciones (presidenciales en Estados Unidos y europeas en Francia).
El dominio cultural separatista nunca se ha hecho a través de celebridades, sino de redes sólidas en el territorio como las de Ómnium y las del denso tejido sociocultural independentista. Su gran victoria ha sido que, durante años, en el mundo de la cultura catalana solo se considerase artista de allí a quien cantase o escribiese en catalán, excluyendo del circuito a todos los demás.
Lo explicó Loquillo de manera contundente en una entrevista el mes pasado: "Después de 47 años es de risa que jamás haya actuado en el Grec", refiriéndose al festival emblemático de los veranos de Barcelona. Luego bajó a lo concreto: "Hay dos escenarios en Barcelona donde no he actuado. Uno se me ha prohibido no sé por qué, porque después de 47 años es de risa que jamás haya actuado en el Grec, que además es un sitio perfecto para un concierto de poesía. Tengo un chiste: 'he tenido una pesadilla, ¡he soñado que me daban el Ondas y la Creu de Sant Jordi!'. Pues sí, esas cosas pasan. Y otro sitio donde me gustaría actuar es la Monumental. Ya es hora de que sea un lugar para la cultura. En Barcelona no paran de cerrar locales. ¿Dónde van a ir los chavales a tocar?", denunciaba en la entrevista con El Periódico.
Crisis cultural del separatismo
Sin hacer campaña por nadie, Loquillo es quien más claro ha hablado sobre cómo el statu quo actual no ha funcionado para nadie: "Barcelona fue la capital del mundo hasta que alguien decidió que fuera la capital de Cataluña, pero yo tuve la suerte de vivir esa Barcelona que cambió el mundo. (...) Cuando una ciudad no se renueva y no se renuevan las ideas, se queda vieja. Al expulsar a la gente joven, las viejas ideas se quedan y la transgresión deja de existir. La gente joven no tiene acceso a nada y las ideas que continúan son las viejas", explicó en El Mundo.
El discurso pop 'indepe' se mueve hoy entre la flojera y el victimismo
Desde el bando ‘indepe’, el discurso ha sido más flojo que nunca, pueril en algunos casos como en el del posicionamiento de Santi Balmes, líder de Love of Lesbian. Y no fue en una entrevista, sino en un libro, titulado Canciones para gente (no) muy normal (2024, Lunwerg). Así ve la situación: "En otro orden de cosas, no me molestaría demasiado esa hipotética independencia -en realidad, los últimos años de mi vida viviendo en un estado propio serían un campo de investigación la mar de interesante-". También intuye que "justo al cabo de un tiempo prudencial, mi tierra acabaría aceptándose, de forma sana, como un país bilingüe". Una percepción totalmente alejada de la realidad, ya que el separatismo lucha más que nunca por una Cataluña monolingüe.
Más perlas: "Conozco a gente que lleva 60 años en mi terruño y jamás ha dado su brazo a torcer. A los catalanes nos importaría un huevo que medio país fuera negro, chino, árabe o aborigen, siempre que hablara catalán”, piensa. "Apoyo el referéndum de independencia en Cataluña, pero también lo haría por Galicia o Murcia. Es muy sano. Lo que me parece increíble es que esta medida sea polémica. Tengo la sensación de que cada vez somos más binarios y ese modo de ver las cosas hace que sólo te llegue información de tu talante político", defiende en El Periódico. El victimismo como sustituto de los datos y argumentos. Y un libro muy mal escrito, además.
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