Es la época ideal del año para buscarse la vida. Hay tiempo de sobra para hacer lo que normalmente no es posible: ir a la exposición pendiente, comprar un libro para acompañar las largas horas de sol e incluso la oportunidad de pegarse un viaje a un festival de música de los que abundan en estos meses. Eso sí: no todo lo que brilla es oro. Justamente porque a muchas personas se les ocurre esa misma idea, la oferta se concentra y abarrota. He aquí cinco ejemplos de los errores típicos que cometen quienes quieren aprovechar la oferta cultural en esta época del año.
El Prado a las seis, ni soñarlo. Es posible entrar a los museos sin pagar ni siquiera un euro; depende del día y la hora. Ya son varios los que se han apuntado esta opción. El Museo del Prado es gratis para todos los visitantes -sólo la colección permanente- de lunes a sábado de 18.00 a 20.00 horas, y los domingos y festivos de 17.00 a 19.00 horas. ¡Y he ahí el problema! No solo es la hora de más calor durante el verano, lo que influye en el número de visitantes concentrados en las salas, a eso se añaden las oleadas de turistas –todavía más deseosos de ver Las meninas o el Guernica- que anegan los pasillos y convierten la visita en un maratón de codazos. ¿Alternativa? O buscar una hora más bien temprana -la mañana- o buscar las opciones en los muchos otros museos de la ciudad que ofrecen magníficas exposiciones también gratuitas. Por ejemplo, espacios como la Fundación Mapfre, la Casa Encendida, el Centro Conde Duque…
El bestseller del verano, ¡cuidado! Hay motivos de sobra para esperar del libro que sacan las editoriales a la venta para la época de vacaciones que sea una catedral del entretenimiento. Pero últimamente, la oferta ha pinchado, trastocándose así en una especie de batiburrillo en el que hoy nadan presentadoras de tele metidas a novelistas o grandes fichajes –ejem… ejem… Larsson, Dicker- que terminan en el banquillo de las lecturas acaso por su voluminoso pinchazo literario. El verano más bien en el momento ideal para sacar de las bibliotecas públicas el libro que no hemos tenido tiempo de leer, por ejemplo un clásico que se escapa del tiempo limitado del día a día. Las opciones son múltiples, desde Giuseppe Tomasi di Lampedusa –Gatopardo es un libro inmenso, magnífico para leer tranquilo y bajo el sol-, por ejemplo, hasta Thomas Mann –Confesiones del estafador Félix Krull es un libro magnífico y poco mencionado - o Conan Doyle -nunca hace demasiao caloe para Sherlock Holmes- o Chesterton.
Ese infierno llamado festivales de verano. Arenal Sound, BBK Live, Low Cost, Neox Rocks, BBF… ¿Cuántos entusiastas se han quedado varados en la terrible duna de los festivales musicales del verano? Quien compró su entrada y buscó con previsión dónde alojarse, puede que no lo tenga tan difícil -incluso si ha asumido que dormirá, tan a gusto, en una carpa-. Sin embargo, aquellos de última hora, los de la entrada comprada en reventa, los que pretenden conseguir habitación de hotel por un precio razonable, lo llevan crudo.
Exposiciones superventas y las take away. Ya ocurrió el año pasado con la muestra que ofreció el museo Reina Sofía dedicada a Salvador Dalí. Hubo un lleno total e incluso quienes en su vida habían pisado el museo pero que, animados por las colas del tipo Woodstock, decidieron entrar. Eso, no lo negaremos, es magnífico. Pero también engañoso. Quienes acudían apenas y podían mirar con alguna calma la obra del surrealista, sencillamente porque aquello, más que una exposición de arte parecía el segundo anfiteatro de un estadio de fútbol. No siempre las exposiciones con más publicidad suelen ser las mejores. Este año, las expectativas con la muestra que ha dedicado el Thyssen al arte Pop parece estar hinchando una enorme burbujas de expectativas que puede quedar estrellada en la ecuación museística reciente de dar gran reclamo publicitario a exposiciones que luego se desinflan.
Cines de verano y Veranos de la villa, eso sí, con precaución. Hace unos días hemos dado una breve lista de los mejores cines de verano en la ciudad. Y aunque el asunto no es infalible, los que allí se recogieron suelen ser los que reúnen la mejor oferta cinematográfica. Eso no asegura, ni mucho menos, que la proyección pueda verse afectada por el crío que incordia, el que ya ha visto esa misma película o aquel que tiene que tener una opinión desdeñosa solo para presumir de cultura. Es cierto: eso puede ocurrir en una sala de cine, el problema, sin embargo, es que así, tan juntitos, al aire libre y sin el salvoconducto del espacio cerrado las probabilidades se multiplican. Asimismo, los espectáculos de verano al aire libro, del tipo Los Veranos de la villa, no escapan al mal fario y las leyes de Murphy. Ocurrió hace unos días a quienes intentaron ver a Joaquín Cortés. La granizada les echó a perder el plan.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación