Marcel Proust publicó, con su dinero, el 14 de noviembre de 1913, Por el camino de Swann, el primero de los siete volúmenes de En busca del tiempo perdido, que André Gidé se había negado a editar por considerarlo un folletín trufado de “historias de duquesas” sin ningún interés para los lectores cultos y serios. El poeta se arrepintió en menos de un año, pero el mal ya estaba hecho. No es este el único caso, tampoco el más dramático. Le ha ocurrido a muchas de las que hoy conocemos como clásicos incontestables de la historia de la literatura.
Herman Melville publicó Moby Dick, en 1851. Tenía 32 años. Y aunque se había dejado los ojos en aquel libro. A los lectores no les entusiasmó aquella historia ciclópea de hombres que abandonan la tierra firme para arponear el Mal –el propio, el ajeno- simbolizado en el blanco lomo de una ballena. Cuando terminó El gran Gatsby, Francis Scott Fitzgerald le escribió desde Europa a su editor: “He escrito la mejor novela de los Estados Unidos de América”. Aunque se trata de una versión apócrifa, hay quienes insisten en que la respuesta que recibió de vuelta fue esta: “Tendrías un libro decente si prescindieras del personaje de Gatsby”.
Rebelión en la granja, una demoledora crítica contra el autoritarismo escrita por George Orwell, fue rechazada con el siguiente comentario: “Es imposible vender historias de animales en Estados Unidos”. Alfred A. Knopf Inc., una de las editoriales más prestigiosas de Norteamérica, rechazó en 1955 el manuscrito de Lolita, la novela que consagró a Vladimir Nabokov como uno de los grandes escritores de su época. El lector a cargo de su evaluación la desechó por ser "demasiado picante”. Con Sylvia Plath, el tono es aún más duro: "no hay el suficiente talento genuino como para darnos por aludidos". Algo menos afiladas, aunque también negativas, son las reseñas de libros de Jean Paul Sartre o del narrador de la generación beat Jack Kerouac.
El diario de Ana Frank tuvo que pasar por 15 editoriales hasta que en 1952, el sello estadounidense Doubleday lanzó la versión en inglés.
También llegó a manos de Knopf Diario de una niña, de Ana Frank. El informe de lectura-de mediados de 1950- salió a la luz pública hace unos años junto a otros, al ser descubierto en la biblioteca de la Universidad de Texas. En el documento, se decía sobre el manuscrito: "Es insulso, una aburrida crónica de disputas familiares, enfados mezquinos y emociones adolescentes". Así, con tres o cuatro línea, se despachó el lector de la editorial uno de los grandes best sellers de todos los tiempos, con millones de ejemplares vendidos en diferentes lenguas. Sin embargo, Knopf no fue el único en rechazarlo. Tuvo que pasar por 15 editoriales hasta que en 1952, el sello estadounidense Doubleday lanzó la versión en inglés.
En la larga peregrinación de incomprendidos está también Rudyard Kipling, autor de El Libro de la Selva, quien fue rechazado por el San Francisco Examiner con esta nota: “Lo siento, Sr. Kipling, pero sencillamente no sabe usted usar el inglés”. No tardaría mucho tiempo en convertirse en el primer británico en ganar el Premio Nobel de Literatura. Agatha Christie pasó cuatro largos años suplicando a las editoriales para que publicaran alguna de sus novelas. Hoy, se estima que se han vendido ya más de cuatro mil millones de copias de sus 79 libros, una cifra sólo equiparable a Shakespeare. Incluso, Stephen King destruyó su primera novela tras verla rechazada, y sólo pudo empezar a publicar a partir de la cuarta, Carrie.
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