Cultura

Al pequeño Nicolás lo soñó Lope de Vega

Pícaros, impostores, villanos... han existido siempre, desde el siglo de Oro hasta el siglo XXI.

Impostores, listillos, pícaros, escaladores, bribones… la mejor literatura universal ha sacado provecho de ellos convirtiéndolos en arquetipos de un cierto humor y, por supuesto, en combustible ideal para la picaresca y la peripecia. En otras palabras, el pequeño Nicolás -Francisco Nicolás Gómez-Iglesias- es, a su manera, una reactualización del pillo, con todos los rasgos caricaturescos que le son propios.

Ya en el Siglo de Oro despuntan algunos de los más célebres exponentes de esta tipología literaria. Por ejemplo, el Luzman creado por Félix Lope de Vega en El arrogante español o Caballero del milagro, una historia que se desarrolla en la Roma de mediados del siglo XVI durante el reinado de Carlos V. La comedia se centra en las peripecias y desventuras de un hombre que no tiene dónde caerse muerto, pero que sabe usar las artes del embuste para ascender en la escala social.

Ya en el Siglo de Oro despuntan algunos de los más célebres impostores y pillos.

Casi siempre tocados por un humor característico, la figura del pillo ha sido explotada con arte por más de un escritor a lo largo de distintas épocas. Normalmente envueltos en un cierto dandismo y convencidos de su propia capacidad de seducción, los bribones literarios tienen todos en común un rasgo: todos quieren ascender, salir del montón a como dé lugar. Uno de los mejores ejemplos es el ‘entrañable’ Julian Sorel creado por Stendhal para Rojo y negro.

Sorel es un chico de provincias, nacido en una familia modesta. Es muy atractivo, extremadamente inteligente y lo suficientemente ambicioso como hacerse pasar por lo que haga falta. Admira de Napoleón –de quien renegará si es necesario para abrirse paso-, se hace pasar por clérigo gracias a sus conocimientos de latín, lo que le permite convertirse en el preceptor de la burguesía provinciana y comenzar su ascenso social. Comienza así su ascenso social, dejando atrás su condición de proletario pero enfrentándose a las clases dominantes provincianas durante la Restauración.Del clero pasa al estamento militar.

Suelen estar asociados a la novela de iniciación.

Este tipo de personajes, además, suelen estar asociados a las novelas de iniciación. Fue lo que hizo Thomas Mann en Confesiones del estafador Félix Krull, en cuyas páginas el alemán retrata a uno de los cretinos más jóvenes y encantadores del siglo pasado. Se trata de Félix Krull, una especie de primo de Julian Sorel, quien, loco por escalar en Paris, consigue trabajo en el hotel Saint-James and Albany como ascensorista. Recreándose en el fino arte de operar las palancas y los botones que regulan el ir y venir de los huéspedes, y del movimiento social, Mann pinta un retrato en cuyas páginas Krull se vuelve una fuerza vital que arranca carcajadas.

Tambien en el libro Pequeño teatro, novela con la que Ana María Matute ganó el premio Planeta en 1954, hay otro personaje de este tipo: el acicalado y apuesto Marco, un forastero impostor que se convertirá en  intrigante y curioso personaje. No solo intenta seducir a Zazú, la hija de Kepa Devar, dueña de la mitad del pueblo y del Grand Hotel Kepar, donde Marco pasa una larga temporada haciendo creer a todos que es un acaudalado  filántropo.

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