Casi siempre dramática, engarzada en la joya del relato, la navidad ha sido un género para la historia occidental de la literatura. Dostoievski, Chejov, Pirandello, Scott Fitzgerald… hasta Truman Capot se adentró en la espesa nube sentimental que se esparce en una fecha fundamentalmente cristiana; y puede que ahí radique buena parte de su sustrato dramático y culposo, a veces tétrico. Sin embargo, lo que nos ocupa en este caso –acaso como aperitivo del mes que comienza- es la potente literatura infantil que ha tomado la navidad como escenario de moralejas y desenlaces que obligan a sus personajes, para ser felices, a tragar amargos bocados. Magia, fantasía, incluso terror o fatalidad acompañan a algunos de los mejores cuentos que ilustraron la infancia de muchos.
Cuento de Navidad. Charles Dickens. Su título original es A Christmas Carol (1843). Puede que sea uno de los relatos más contados y versionados en la –siempre truculenta- historia de la literatura navideña para niños. Se trata de una novela corta en la que el escritor británico cuenta la historia del señor Ebenezer Scrooge, un hombre avaro y tacaño que no celebra la Navidad, una fiesta que detesta. A Scrooge no le importan los demás, ni siquiera su fiel empleado Bob Cratchit. Sólo le interesan los negocios y ganar dinero, hasta que una noche –la víspera de nochebuena- la visita del fantasma del que fue su mejor amigo y socio, Jacob Marley, muerto 7 años antes, lo cambia todo. El amigo, que lleva unas pesadas cadenas como castigo por su vida egoísta, le advierte a Scrooge sobre una visita que le hará cambiar de parecer. El avaro anciano no hace el más mínimo caso. No perdamos de vista: es un cuento de Navidad y, sin llegar todavía a la mitad, ya tenemos cadenas, espectros y sentimiento de culpa en cantidades apoteósicas. Sin embargo, lo mejor está por llegar: el amigo de Scrooge le advierte que recibirá la visita de tres espíritus: el de la navidad pasada, la navidad presente y la navidad futura. Y así ocurre. Cada uno acude, y con una visión esclarecedora. El espíritu del Pasado muestra a Scrooge su vida de infancia y juventud; el del Presente le hace ver cómo celebra la Navidad su empleado Cratchit, quien a pesar de su vida precaria y la enfermedad de uno de sus dos hijos -Tim- sabe sacar lo mejor de esos días. Finalmente, el del Futuro muestra la tragedia en la desembocará la vida de Scrooge y lo planta, sin nestesia, frente a su tumba. Ante semejante panorama, Scrooge recapacita. Sin revelar que se trata de él, le envía a su fiel empleado un pavo. Luego, le aumenta el sueldo. Se redime, claro, tras la apocalíptica escena y su demoledor –y no por ello menos espeluznante- desenlace con moraleja incluida. El futuro como castigo, también como lugar de redención.
El cascanueces y el rey de los ratones. Ernst Theodor Amadeus Hoffmann. Lo conocemos todos, aunque siempre mal citado. Escrito por Hoffman en 1819 como El cascanueces y el rey de los ratones, el cuento narra la historia de un Cascanueces -como se llama al soldado de madera cuya boca obedece al mismo mecanismo del utensilio que se usa para abrir el fruto seco-. Él, junto a otros juguetes, aguarda bajo el árbol de navidad de la familia Stahlbaum. Los niños Fritz y María están fascinados con los regalos. Su padrino, el magistrado Drosselmeier, les ha regalado un castillo cuyos habitantes bailan al compás de una caja de música. Entre la multitud de muñecos, María queda prendada del Cascanueces, ese muñeco de mueca dulce y bondadosa. Al terminar la fiesta todos se van a dormir, pero María Stahlbaum - en las sucesivas versiones ha sido llamada Clara, Marie o María y con el apellido Stahlbaum o bien Silberhaus- entra en el cuarto y ve cómo los juguetes han cobrado vida. Dirigidos por el Cascanueces, los juguetes libran una batalla contra un ejército de ratones guiado por su rey. María se involucra también en esta guerra y se pone a favor de Cascanueces. No contento con el giro bélico de la apacible navidad, Hoffmann va más allá y le añade un puñado de dramatismo. En medio de la batalla, María rompe una vitrina y se hiere. Pierde el conocimiento y mientras está en cama, el viejo Drosselmeier le cuenta la historia de la princesa Pirlipat, que fue embrujada por la señora Ratona para vengarse de la reina por no haberla dejado comer todo el tocino. En la historia que le relata el anciano, el único que puede salvar a la princesita es un joven capaz de romper con los dientes una durísima nuez. Quince años después la princesa del relato es curada gracias a un chico que es transformado en un Cascanueces y con el que la princesa rehúsa a casarse. María se cura de sus heridas. Pero continúan los combates nocturnos en el cuarto de los juguetes. Para aplacar el hambre del rey de los ratones y salvar a Cascanueces, María le ofrece sus dulces preferidos y sus muñecos de azúcar. Una tarde, en casa del padrino, María se hace pequeñita, cae de su silla y encuentra con el bello Cascanueces. Éste le pide casarse con él y reinar juntos en el palacio de mazapán. Ella -convencida de que no será tan necia como Pirliplt- lo acepta. Final feliz, existe, no sin transitar un alucinógeno pasillo de glucosa. María Stalilbaum reina de un país donde sólo se ven bosques de árboles navideños y transparentes palacios de mazapán. El argumento fue utilizado en 1892 por el compositor ruso Pyotr Ilyich Chaikovsky se basó en una adaptación del cuento que había escrito Alejandro Dumas, para convertir esa historia en el ballet El Cascanueces, que se ha convertido en el ballet navideño más conocido.
La vendedora de cerillas. Hans Christian Andersen. No son estrictamente navideños, pero cuelan siempre en estas fechas. Puede que sean los relatos más traumáticos que jamás nos hayan leído. El danés, atormentado por su infancia precaria y su alcoholismo, imprimió en sus relatos buena parte de los fantasmas que poblaron su vida real. Suyos son El patito feo, El traje nuevo del emperador, La reina de las nieves, Las zapatillas rojas, El soldadito de plomo, El sastrecillo valiente... Sin embargo, el que nos compete es La vendedora de cerillas, también traducida como La pequeña cerillera, La niña de los fósforos, La pequeña vendedora de fósforos o La nochebuena de Anita. El argumento es sencillamente aterrador: la última noche del año, una muy dura y fría, en medio de las calles cubiertas de nieve, una niña descalza se mueve de un lado a otro. Vende cerillas que nadie le compra. Sentada en el suelo y hecha un ovillo, saca uno e intenta encenderlo.Y así, uno tras otro, mientras imagina aquellos lugares donde desearía estar. Mira al cielo y ve una estrella cruzar el cielo. “Cuando una estrella cae, un alma se eleva hacia Dios”, le había dicho su abuela, a la que ve de pronto aparecerse ante sí. Justo en el último fósforo, ambas se resguardan del frío. Al día siguiente la pequeña cerillera es encontrada en la misma acera, sola y muerta de frío.
Diciembre (Contenido en Corazón), de Edmundo De Amicis. Fue escrito en 1886. El título original del libro en italiano es Cuore (Corazón). En este, De Amicis recrea el diario de Enrique, un niño originario de Turín. En cada uno de sus relatos –uno por mes- Enrique narra las experiencias –y la de sus compañeros de colegio- que forjarán su carácter y lo harán crecer. El libro está lleno imágenes de sacrificio (sobre todo en los relatos mensuales) en los que el patriotismo parece el mensaje más potente –fue escrito en plena unificación italiana-. Sin embargo, hay un relato de ese conjunto que destaca especialmente, el que corresponde al mes de Diciembre. En esos días, el joven Enrique invita a sus compañeros de colegio a pasar unos días en su pueblo. Uno de ellos, el pequeño Votini, un niño adinerado hijo de un comerciante, escenifica una de las tantas imágenes que convierten este libro en una granada culposa. Enrique y Votini pasean por la calle. En un momento dado discuten. ¿La causa? Un reloj que posee Votini y que él insiste está fabricado completamente de oro. Enrique duda. Sugiere, acaso, que podría ser, también o al menos una parte, de plata. Para comprobar su tesis. Votini escoge a un niño cualquiera y le planta el reloj de pulsera ante los ojos. “¿Es de oro?”, pregunta. El niño dice no saber. Preso de soberbia, Votini pretende arrancarle una respuesta. Pero es imposible, el pequeño interpelado es ciego. Y como ésa, la historia de la primera nevada del año, el niño escribiente, el pequeño albañil… todo un nevado paisaje que aprovecha De Amicis para poner en escena una historia con la que han crecido -¿también descubierto la tristeza?- generaciones y generaciones de lectores.
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