Cultura

¿Quiénes viven en Malasaña? 'C.C.C.P: Cuarentona, comunista y en paro' te lo cuenta

Cuando escuchamos Malasaña todos -o casi todos- lo asociamos a un barrio joven y lleno de vida, especialmente nocturno. Sin embargo, hay una parte sumamente tradicional que desconocemos. ¿Cómo conviven ambas? Alicia Muñiz de Urquiza nos habla de ese sector de la sociedad de costumbres arraigadas en su nuevo libro, ‘C.C.C.P.: Cuarentona, Comunista, Cornuda y en Paro’.

Pensamos en barrios alternativos de Madrid y acto seguido aparecen tres grandes nombres céntricos: La Latina, Lavapiés y Malasaña. Entendiendo por ‘alternativos’ la definición de la RAE que encaja con: “Actividades de cualquier género, especialmente culturales, que se contraponen a los modelos oficiales comúnmente aceptados”.

Dentro de los cuales existe una subcategoría propia -e implícita- en función del tipo de gente que los frecuentan. La Latina, reservada a las cañitas y vinos de la ruta del ‘amigoteo’, muy frecuentado por actores que incluso residen ahí; Lavapiés, más asociado a un estilo hippie o lo que algunos denominan con cierto desaire como ‘perroflautas’; y Malasaña, actualmente poblado de moderneo. Sin embargo, cada una de estas localizaciones tiene su doble cara. Un lado que entra en contraposición directa con sus principales pobladores.

En todos los barrios existe una doble cara social.

En el caso del primero, existe también un amplio sector de esa especie a la que consideramos popularmente como ‘chonis’ y que relacionamos casi de una forma automática con los concursantes de Mujeres y Hombres y Viceversa y con la falta de cultura que, de un tiempo a esta parte, han descubierto las mieles de ir de ‘tapas latineras’ en un afán de hacerse ‘los open-mind’. A la otra barriada con nombre de ‘acto pinrreliano’ se mudan muchos de los individuos usuales malasañeros para variar dentro del ámbito de la frescura intelectual. Y en Malasaña existe una sección de señoras ‘de toda la vida’ repartidas por las distintas calles del distrito que parecen no enterarse de nada, pero en lo que a materia de cotilleo se refiere, son las primeras en difundir las nuevas.

De estas últimas, poca población se percata, o al menos no la que únicamente va de paso y a centrarse en el ocio. Hay que vivir ahí para ser consciente de ello. Alicia Muñiz de Urquiza ha querido retratar ese contraste social que se da en dicha vecindad en su novela C.C.C.P.: Cuarentona, comunista, cornuda y en paro.

Humor no exento de provocación

Con un estilo, más de formas que de fondo, algo próximo al de Tom Sharpe (Wilt, 1976), ‘pinta’ esa dualidad haciendo especial hincapié en la porción de la sociedad de costumbres que allí, en cierto modo, vegeta y que está compuesta principalmente por mujeres. Con lo que aprovecha a hacer un análisis humorístico de las féminas que fueron criadas bajo los preceptos tradicionales que se inculcaban durante los años dictatoriales en España y que, en realidad, aspirarían a ‘algo más’ si no fuese porque llevan el folklore fuertemente arraigado.

Todo gira en torno a la Parroquia de San Ildefonso, situada en la plaza homónima y un viaje a Fátima. Exhibe la Iglesia católica -como institución- desde su punto de vista: “Un ejemplo de contumacia. Es la única institución que se ha ido adaptando y controlando el espíritu humano desde hace 2.000 años”. Considerando que “Francisco es una prueba evidente de su último intento de actuación”.

Los personajes que pueblan esta aventura “son imaginarios, pero basados en individuos” que la autora contempla- haciendo especial hincapié en el matiz de la palabra ‘contempla’-. Y la protagonista, Candela, tiene de Alicia “la edad, la ideología y alguna que otra circunstancia vital”. Editada por Incipit, su obra se puede adquirir en las librerías o a través de la web de la editorial.

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