Y no es el caso, por mucho que los deseos arraigados tengan mucho que ver en la vida de Bill Fay. Una carrera musical, al menos en cuanto a grabaciones comerciales, que se vio interrumpida durante nada menos que 41 años.
El inglés Bill Fay acaba de presentar el que realmente es su cuarto disco oficial, Who is the sender?, si descontamos algún que otro recopilatorio de demos. Ha contado de nuevo con buena parte del equipo que le ayudó en el anterior Life is people, con el productor Joshua Henry a la cabeza, auténtica pieza central para el renacer de Fay como músico.
Y de nuevo podemos disfrutar de canciones que tienen en la belleza melódica, en la densidad espiritual, en su amor por el género humano a pesar de sus contradicciones, en su materia espiritual, la esencia que las hace grandes. Pianos, cuerdas o banda rock al uso, todo está al servicio de un autor capaz de tocar la fibra sensible del que ama la música como el bello arte que es.
Una carrera incomprendida
Pero es que la carrera de Fay, que comenzó a finales de los años 60, no fue nada fácil. Ya sus orquestales composiciones de raíz folk, con la naturaleza como base y ensoñaciones espirituales (siempre ha sido un lector compulsivo de la Biblia) como hilo conductor, campaban a sus anchas por su homónimo debut. Y ese mismo mundo interior que revoloteaba de nuevo en su segundo trabajo, Time of the last persecution, de 1971, fue de nuevo incomprendido, ninguneado comercialmente e incluso despreciado bajo la puesta en duda, sin ninguna base, de su salud mental. Bill Fay quedó por tanto sin contrato discográfico y desencantado del mundo musical como para retirarse y dedicarse a multitud de oficios, desde operario en fábricas y almacenes, hasta jardinero.
Pero aquellos discos habían plantado su semilla, y poco a poco fueron convirtiéndose en objetos de culto, tanto como para ser reeditados en formato CD en 1998 y continuar alimentando los deseos y anhelos de músicos y aficionados. Como Jeff Tweedy, el líder de Wilco, que tocó en directo sus canciones más de una vez.
O como Joshua Henry, que había crecido escuchando las copias que de los mismos tenía su padre, y que tras los recopilatorios y demos que se habían publicado a finales de la década de los 2000, se empeñó en convencer al propio Bill Fay de volver a grabar composiciones nuevas y hacerlo con parte de los músicos que habían sido sus antiguos colaboradores. Al final, el viejo tozudo dio su brazo a torcer no sin antes exigir que todas las ganancias del álbum que le correspondieran fueran donadas a Médicos sin Fronteras.
Así nació algo tan deslumbrante, íntimo y sensible como Life is people. Y de la misma manera, ahora podemos disfrutar de un nuevo ramillete de canciones que no hacen otra cosa más que dar continuidad y grandeza a aquéllas.
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